martes, febrero 21, 2006

El manantial - Ayn Rand

Si se escondía algún propósito oculto, bajo las últimas reseñas en este rincón de confidencias, era posiblemente esbozar lo que con sublime percepción nos revela Ayn Rand en esta deslumbrante novela de efectos revitalizantes. Autora, entre otras obras inigualables, de la Rebelión de Atlas e Himno*, es la precursora de la filosofía del objetivismo que encumbra a Prometeo al lugar donde le corresponde por inventar el fuego.En este sentido, el hombre es un fin en sí mismo, y, la razón su arma principal para aprehender la realidad de los hechos, alejada de toda visión metafísica que perturbe su percepción. Huye Rand del monismo ingenuo, que confunde las normas (leyes naturales) con los hechos, y aspira al dualismo o racionalismo crítico al que Karl Popper nos acerca a través de La sociedad abierta y sus enemigos.

Si bien, su obra literaria trasluce el realismo de su filosofía, la visión que nos da es, ante todo, romántica y artística. De este modo, esculpe sus personajes con la concienzuda precisión del artista enamorado de su proyecto. Howard Roark o John Galt, personajes de sus novelas, no son de este mundo; son la idealización del hombre como debería ser, en toda su belleza, a la que Ayn Rand aspira con la firmeza inquebrantable de sus convicciones. La imagen corpórea de Howard Roark, el arquitecto que protagoniza El Manantial, retrata su visión del mundo y deja entrever la fuerte personalidad de su ego. Un ego puro y cristalino no contaminado por el detritus de vulgaridad colectiva.

A través de Gombrich descubrimos las dificultades de aquellos artistas que intentaron introducir la arquitectura moderna -simple en las formas, incluso fea, pero de una belleza natural sobrecogedora, al estilo de Caravaggio, y, destinada al confort de sus moradores- en un ambiente en donde el Arte -con A mayúscula- ahogaba la creatividad del artista imponiendo estilos góticos, renacentistas o, en ocasiones, eclécticos, y, siempre de segunda mano. Roark se mantiene fiel a sí mismo, a su proyecto en la vida, sin dejarse afectar por los estilos y la presión externa. Nada le perturba; ni los clientes, ni las penurias económicas, consiguen transformar su idea de la belleza que exterioriza a través de sus angulosas construcciones y erizados rascacielos. De este modo, se granjea el odio de los colectivistas, de aquellos que aspiran a la felicidad del conjunto y matan el ego para obtener algo que está fuera de su alcance: la felicidad colectiva.

Si hay un personaje opuesto a la obra de Roark es Ellsworth Toohey, predicador mediático, cuya debilidad física, y mente brillante pero perversa, le impulsará enfermizamente a buscar el poder. En uno de los diálogos finales de esta novela,Toohey devela a la perfección sus intenciones, que curiosamente nos recuerdan el monstruo al que se refería Houellebeck en La posibilidad de una isla o el propio Raspail en El Campamento de los Santos. Así, explica a Peter Keating, uno de sus muchos engranajes humanos, otro arquitecto, amigo de Roark, y mente lobotomizada por el monstruo, cómo su objetivo es quebrar el alma de los hombres. Hacer que el hombre se sienta pequeño, culpable -recordemos la rebelión del hombre por la expulsión de El Paraíso Perdido de Milton-;matar sus ideales y su integridad, predicando el altruismo, anulando su ego y obligándole a vivir por los demás. El hombre pierde todo su valor;su grandeza y poder creativo deben ser destruidos para abrir paso a la vulgaridad, al relativismo, a la renuncia de los gozos en esta vida. No fumes, no bebas, no trates de enriquecerte, si algo te hace feliz eres culpable, debes sentirte culpable. La razón, arma principal del hombre, debe ser limitada; lo único verdadero son los sentidos, la fe, la revelación, la raza, la tribu, el materialismo Dialéctico. La razón te susurra que si un falso profeta te habla de sacrificio, es que hay amos y esclavos, y él pretende ser el amo. Mata, por tanto, la razón, y el mundo será tuyo. Mata la individualidad y ensalza lo vulgar, y comerán de tu mano. El gobierno de la estupidez. Todos sonreirán y obedecerán. Nos recuerda Toohey: ¿Has notado que los imbéciles siempre sonríen?. A pesar de estas confesiones, enigmáticamente, Keating le inquiere: No te vayas, Ellsworth. Su alma está muerta.

Erich Fromm nos habló de la individuación del ser humano, proceso que liberará al hombre de sus cadenas, de su carga de culpa, de su vínculo primario con la Madre Naturaleza. Rand nos enseña esa posibilidad a través de Roark y sus denodados esfuerzos por conservar lo más valioso de su ser: su ego. El verdadero egoísmo es bello, natural, gratificante; nada hay más armónico que dos seres humanos intercambiando el producto de su esfuerzo, de su creatividad. Es un acto de amor. La piedad, sin embargo, implica superioridad; el altruismo implica desprecio superlativo hacia el ser humano; la solidaridad implica sumisión, dominación, infelicidad. La única solidaridad posible es la lealtad con uno mismo, porque el que no se ama a sí mismo, no puede amar a los demás. El que así actúa únicamente siente desprecio, y sólo busca mitigar su carga de culpa, redimiéndola con un acto de ofrenda al monstruo devorador de almas.

Unos pocos entenderán el mensaje que transmite Roark con su obra, pero le defenderán apasionadamente como quien defiende un bien muy preciado. Su mensaje es un mensaje de amor y de esperanza. El hombre tiene derecho a buscar la felicidad. No debe vivir para los demás. Contrapone Ayn Rand Europa a los EEUU en donde el individuo prima por encima del colectivo. Este mensaje es válido hoy también [la novela se pergeña bajo el ascenso de Hitler al poder y, la escritora de origen ruso había escapado, a su vez, de las fauces del comunismo], pero se nos muestra mucho más sutil y peligroso,a la manera de Ellsworth. El monstruo inocula su veneno progresivamente a través de sus resortes humanos encumbrados en la literatura, el cine, el arte, los medios de comunicación, la política. Todo con la misma finalidad de destruir el alma del hombre y volverlo contra sí mismo, doblegar su ego y someterlo, sacrificarlo por el bien de ¿todos? La civilización, como muy bien dice Roark en su alegato final, es el proceso que consiste en liberar al hombre del hombre. Y sobre todo recuerda, no sonrías, cuando el mundo te escupe su cochina vulgaridad.


* Por indicación de un amable lector, señalamos que el título de la edición española es ¡Vivir!