martes, febrero 21, 2006

¿Qué es una nación?- Ernest Renan

La definición de nación es tan polémica como la de cualquier otro concepto abstracto con implicaciones políticas. A partir de la definición que adoptemos será fácil develar nuestras intenciones. Porque las palabras, a pesar de lo que algunos creen, no son superfluas sino que es precisamentedesde la perversión del lenguaje donde comienzan las ideologías totalitarias su labor reeducadora.

En su conferencia ¿Qué es una nación?, celebrada en la Sorbona en 1882, Ernest Renan, contrapone dos concepciones enfrentadas de este vocablo de difusos confines. Renan, uno de los grandes intelectuales del siglo XIX y, el gran blasfemo de Europa a decir de sus detractores más acérrimos, dedicó su vida al estudio y a la investigación. Desde su visión liberal-conservadora y, ciertamente, desengañado por una época marcada por las revoluciones de clase, supo ver con clarividencia los peligros del nacionalismo orgánico alemán. Para comprender en toda su intensidad el problema que plantea es necesario conocer el marco histórico en que se desenvuelven sus reflexiones, con la grave crisis ocasionada en Francia por la anexión de Alsacia y Lorena tras la guerra franco-prusiana como telón de fondo. Con acierto, vislumbró, con preclara anticipación, el incipiente expansionismo territorial de una Alemania decidida a conquistar su Lebensraum en nombre de la raza aria. Hoy sabemos que esos sueños telúricos se esfumaron en los hornos de Dachau o Treblinca.

Su concepción de la nación moderna, desde una óptica liberal-democrática, se nos revela como el resultado histórico de una serie de hechos convergentes en el mismo sentido y que hunden su raízen la voluntad colectiva y soberana de un conjunto de individuos representados mediante sufragio por una minoría. Una nación, según Renan, es una gran solidaridad, un sentimiento común, forjado por los sacrificios pasados y los que se están dispuestos a arrostrar en el futuro. La existencia de una nación es un plebiscito de todos los días, producto, a su vez, de un largo devenir histórico que hace difícil su cuestionamiento por los actores políticos coyunturales. La nación no se planifica, ni se improvisa. Michael Oakeshott, en su libro El Estado Europeo Moderno, señaló con acierto como los Estados modernos surgieron poco a poco, producto de determinadas decisiones humanas, pero en ningún caso como el resultado de un plan preconcebido.

Frente a esta concepción, que hace depender la existencia de la nación de los individuos que la componen, nos encontramos con otra muy diferente, síntesis de la combinación Hegelianaentre el organicismo de la sociedad con una visión metafísica del Estado, que se configura como una entidad mística y trascendente a cuyos predeterminados designios se somete el colectivo. Es sobre esa filosofía oracular del idealismo y el determinismo histórico sobre la que anidarán los totalitarismos del siglo XX. El gran filósofo del siglo pasado, Popper, definiría a ese nacionalismo, fundado en el mito, como la terrible herejía de la civilización occidental. Así, Renan, advertía que se confunde la raza con la nación y se atribuye a grupos etnográficos o lingüísticos, una soberanía análoga a la de los pueblos. Por el contrario, los Estados son el producto de una fusión de poblaciones; no existe la raza pura, las naciones de Europa son naciones de sangre mezclada. Así, dirá: La raza no lo es todo como entre los roedores o los felinos, y no se tiene derecho a ir por el mundo palpando el cráneo de las gentes para después cogerlas por el cuello y decirles: «¡Tú eres de nuestra sangre; tu nos perteneces!». Es ese marchamo de la sangre; la raza; la lengua; der Geist des Volkes; el que ha llevado a Europa a la hybris de sus falsas profecías colectivistas. No necesitamos remontarnos a la segunda guerra mundial para recordar tristemente acontecimientos de similar locura colectiva. La guerra de los Balcanes se nos antoja un recuerdo suficientemente expresivo de las admoniciones de Ernest Renan.

En el libro de Pío Moa, una Historia Chocante, se señalan los mitos sobre los que se basan los nacionalismos catalán y vasco. Sabino Arana, echa mano de la mitología racial y lingüística, y de leyendas, no exentas de romanticismo pueril, que sitúan los orígenes del pueblo vasco en el gran Túbal. Mientras, Prat de la Riba, el gran arquitecto del nacionalismo catalán, refunda el espíritu nacional de Cataluñasobre la base de unos pretendidos rasgos de identidad que trató de inculcar en el alma de la sociedad catalana mediante una labor reeducadora. Observamos aquí claramente esos rasgos, que denunciaba Renan, y,que falsean la verdadera esencia de la nación, que emana de la soberanía popular y se sedimenta a lo largo de generaciones sobre la voluntad de convivencia en común.

Una de las trampas totalitarias de las definiciones, es la diferenciación que hacen los nacionalistas entre Estado y nación. Dicha diferenciación, si bien podría parecer producto de un principio liberal de tolerancia y respeto a las minorías, al que el propio Lord Acton apelaba, encierra, sin embargo, un proyecto segregacionista y totalitario, cuyo objetivo es modelar la sociedad y rebelarse contra la libertad del individuo. Libertad que se aglutina natural y paulatinamente entorno a un proyecto asociativo, el Estado, inicialmente dinástico, pero que conformará, por la fuerza de los hechos, una soberanía nacional, libremente expresada,ajena a las coyunturas parlamentarias. En este sentido, la soberanía nacional es previa a su positivización en una Constitución, modo natural de conformar el derecho sobre la base de la tradición y la costumbre, y se consolidó bajo el impulso del surgimiento de los Estados-nación, verdaderos artífices de su obra y garantes de su permanencia. Como ha señalado Popper: "El error fundamental de esta doctrina [la que hace coincidir la nación con el Estado] es el supuesto de que los pueblos o naciones existen antes que los estados -algo así como raíces- como unidades naturales, que en consecuencia deberían estar ocupados por estados. Pero la realidad es la contraria: son los pueblos o naciones los creados por los Estados". En este sentido, el espejismo catalanista se asienta sobre tresmentiras fundamentales: 1. Que España es un Estado pero no una nación. Esta desposesión de sus atributos vacía al Estado de su razón de ser en una sociedad civilizada y democrática, razón que se articula sobre su misión de garantizar la soberanía nacional. 2. Que Cataluña, en su plan desestabilizador, se configuraría como una nación pero no un Estado. Como hemos visto la nación es un predicado de los Estados modernos, cuyo desplazamiento a zonas periféricas no constituye un mero ejercicio de descentralización sino una pérdida real de soberanía de su titular. En este sentido, Cataluña se constituiría -sin ambages- como un nuevo Estado-nación, al perder el Estado y el pueblo español su poder de decisión. 3. Las naciones se planifican y se construyen en la trastienda de los despachos, y no como fruto espontáneo de la voluntad de convivencia expresada en el tiempo a través de los hechos y decisiones de los individuos.

El proyecto de Estatuto de Cataluña nace así como reflejo de la expresión constructivista de una clase política que aspira a dar forma a una sociedad sobre la base de falsos mitos. Raza, lengua, cultura, ritos tribales y reinvención mítica de la historia; todo ello nace de una tramoya prodigiosa ideada para intervenir el futuro de los hombres. Es la sempiterna rebelión de la tribu contra la libertad. Rebelión hija del miedo a la libertad y al progreso de una civilización, que se empeña en sortear los vientos de proa hacia una futura Confederación de Europa, a la que ya apelaba Renan para exorcizar el maleficio del nacionalismo romántico de moda, que acabaría alumbrando los peores fantasmas de la humanidad.

Permítanme terminar, señores, como Renan lo hiciera en su profética conferencia, invocando las modestas soluciones empíricas como contraposición al reino de lo transcendente y, recordando al lector, que: «En ciertos momentos, el modo de tener razón en el futuro es resignarse a estar pasado de moda».