sábado, julio 29, 2006

¿Qué es Occidente? - Philippe Nemo

La Constitución Europea, nasciturus abortado por el legrado de una sociedad sin referentes, en su preámbulo,recuerda tímidamente la herencia cultural, religiosa y humanista, de Europa, semillero de los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona humana, la democracia, la igualdad, la libertad y el Estado de Derecho. Dichos valores surgidos espontáneamente en el seno de una sociedad dinámica corren el riesgo de ser arrumbadospor un relativismo moral nivelador de culturas y, lo que es peor, por una conciencia colectiva y mecanicista que pretende sustituir los derechos de la persona por los ritos de la tribu.

El filósofo e historiador de las ideas, Philippe Nemo, presta su pluma a la recién creada editorial de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), que preside José María Aznar. En este breve ensayo sobre la naturaleza de Occidente el pensador francés ensalza la cultura y los valores de Occidente como un proceso único en el mundo y aboga por el refuerzo de los lazos que unen a Europa y los Estados Unidos en consonancia con la propuesta realizada por el Presidente de la FAES en su intervención del pasado 5 de mayo en Londres de creación de un área atlántica de prosperidad.

No se trata de buscar las esencias étnicas de Europa, como hacen algunos protonacionalistas amantes del mito y los genes, sino de poner en valor una cultura propia del proceso histórico vivido por el conjunto de pueblos y hombres que han poblado el continente y han conquistado el mundo con la fuerza de sus ideas. Lo que pretende Philippe Nemo es vigorizar la conciencia de sí mismo de Europa partiendo del back to basicsde los principios morales que Bagehot, fundador de la prestigiosa revista The Economist, defendiera a finales del siglo XIX.

Cinco son los acontecimientos que han marcado el devenir de Europa: la aportación filosófica y científica de los griegos; el derecho romano y el humanismo en Roma; la revolución ética y escatológica del cristianismo; la revolución papal de los siglos XI-XIII; y, finalmente, el advenimiento de las democracias liberales. Es sobre la base de estos acontecimientos que Nemo describe la herencia cultural europea y occidental a la que nos referíamos.

Será en el seno de la polis griega donde se diluya el poder sagrado de los reyes con la aparición de un ágora pública que cultive el pensamiento crítico y el arte del discurso. Este espacio dará lugar al nacimiento de un hombre nuevo, el ciudadano, con iguales derechos a sus semejantes y virtualmente libre para modificar el orden social desacralizado con ayuda de la ciencia y el saber. Esta misma idea será la que hoy en día distorsionen por el extremo pensadores de la izquierda americana como Philippe Pettit o Benjamin Barber volviendo a enjaular al hombre en el poder mágico-religioso de los valores del ciudadanismo moderno. Vieja manía del culteranismo intelectual de reducir lo fundamental al fundamentalismo.

No menos importancia concede este ensayo a la aportación del derecho romano. Al inventar el derecho privado, nos dice el autor, los romanos inventaron la persona humana individual, libre, su intimidad, su ego, convirtiéndose en la fuente original del humanismo occidental y sacando así a la humanidad de las sombras del tribalismo. Lo colectivo y sus ritos, atávicos o falsamente progresistas, pierden protagonismo frente al yo. Es el proceso de individuación que Erich Fromm sitúa en la Reforma pero que tuvo sus orígenes en la ciudad eterna.

La caridad y la compasión constituyen un rasgo característico de la moral bíblica. El sermón de la montaña (Mateo 5-7) refleja este sentimiento de culpa universal que nos hace responsables, como diría el filósofo Emmanuel Levinas, ante todos, por todos, y por todo, y yo más que los demás. Sin duda, este rasgo profundamente arraigado en el corazón de los europeos constituye su fuerza, al humanizar el sufrimiento ajeno, y su fragilidad porque sitúa al borde de la idiocia y la servidumbre a los afectados por el virus del amor universal frente a los predicadores de utopías que pretenden manipular los sentimientos de la gente.

El milenarismo cristiano adoptó dos formas distintas en sus orígenes bíblicos: una rama violenta que ansía el día del Juicio Final como el último combate escatológico frente al mal; y otra, que pretende el advenimiento de los Últimos Días mediante la conversión de las almas por obra de la verdad y la razón en un proceso gradual hoy en día subsumido en los valores de la democracia liberal. Esta segunda visión ha sido la que finalmente se ha impuesto gracias a la «reforma gregoriana» o, como la denominó el historiador Harold J. Berman, la «revolución papal».

La reforma de Gregorio VII, continuada por sus sucesores, reinstauró el estudio del derecho romano dando comienzo a la edad de oro de la escolástica, cuyos frutos perviven en el humanismo y liberalismo modernos. El método escolástico (la lógica aristotélica) abrirá paso al método hipotético-deductivo de la ciencia moderna. La razón se convertirá asíen el medio para alcanzar la salvación. La triada civilizadora, Atenas, Roma, Jerusalén, fundirá los moldes de la identidad cultural de Occidente en una síntesis entre la razón, la ciencia, el derecho, la ética y escatología bíblicas.

Todos estos avances reformadores han dado lugar a un nuevo modelo de sociedad humana: el orden espontáneo de sociedad. Entiende Philippe Nemo que si tradicionalmente la derecha es la que garantiza el orden natural de las cosas frente al constructivismo de la izquierda, el orden espontáneo, como lo definióHayek, no constituye una estructura natural preexistente ni es creado artificialmente por una autoridad terrenal sino que emana libremente de los individuos que componen la sociedad.

A partir de ahora, la democracia y sus instituciones y el derecho a la insurrección, que ya pergeñara el escolástico español Juan de Mariana de la Escuela de Salamanca, y que Locke definiría como el derecho a la resistencia a la opresión, configuran los límites del Estado moderno. Así, el Estado sólo es legítimo si no es absoluto, sometiéndolo a diversos controles y haciendo depender en última instancia la soberanía del pueblo cuya falibilidad en todo caso es menor.

Este es el sustrato cultural que nos describe este pensador francés como característica esencial de Occidente y base de cualquier democracia. Se muestra partidario del diálogo de civilizaciones, pero no así de la alianza en la medida en que ésta supone un intento de subvertir las bases de la civilización occidental, única portadora de los valores democráticos y de respeto a la dignidad del hombre. Por ello, sugiere una alianza de los países que comparten esta visión del mundo y entiende que el voluntarismo dialogante no es suficiente para evitar lo que Samuel P. Hutington llama «choque de civilizaciones», sino que seránecesario un auténtico salto cualitativo en el seno de aquellas sociedades en donde no se ha desarrollado el espíritu de la búsqueda de la verdad y la razón como arma frente a la oscuridad.