En esta profética novela, escrita a principios de los 70,el autor nos plantea un dilema de gran actualidad y que resuelve él mismo con una trama predeterminada por la decadencia ideológica de Occidente. ¿Qué pasaría si un millón de indios arribasen al unísono a las costas europeas?
La respuesta se encuentra en el interior de la Bestia. Así, en el capítulo xx del Apocalipsis de San Juan se profetiza: «Cuando se hubieran acabado los mil años, será Satanás soltado de su prisión, y saldrá a extraviar a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la Tierra, a Gog y a Magog, y reunirlos para la guerra, cuyo ejército será como las arenas del mar. Subirán sobre la anchura de la Tierra cercarán el campamento de los santos y la ciudad amada».
En este ambiente sulfúreo es en el que se desarrollan las vivencias de los personajes que aguardan el advenimiento de un nuevo orden; unos mansamente o incluso con reverencial adoración, y, otros, con instinto refractario de quien observa su mundo desmoronarse bajo sus pies. Las inconsistentes murallas de arena que protegen el reino de Occidente se derrumban por efecto del desgarrador grito, mezcla de júbilo y desesperación, que profieren los pacíficos asaltantes que arriban al paraíso donde manan las fuentes de leche y miel.
La hidra de cabezas innúmeras, que representa a los desheredados de la Tierra, será guiada por una figura central a lo largo del decurso de los acontecimientos: el amasador de boñigas. Transportando su hijo deforme en sus hediondas manos,cual fruto monstruoso de una tierra yerma, el constructor de ladrillos de fiemo arengará a las masas con su ecumenismo planetario para fletar su expedición de famélicos hacia el Campamento de los Santos y la Ciudad amada. Así, el India Star y otros 99 barcos más partirán hacia la tierra prometida a tomar posesión del reino de Jesús. Es el fin del tiempo de los mil años.
Raspail nos confronta a la realidad descarnada de un Occidente ahíto e ideológicamente desarmado, incapaz de hacer frente a una flota pacífica que desborda el Ganges y que invade su reino con su simiente. La Bestia habría jurado la destrucción de Occidente y para ello mueve los hilos de una corriente de pensamiento monolítica e impermeable a todo contrapunto. Con su ejército de curas-laicos controla las mentes de sus adormecidos ciudadanos que siguen hipnotizados a sus flautistas de Hamelín. Es el nihilismo sobre el que nos previno Dostoievski.
Occidente ha llegado a depreciarse. Por influjo de un victimismo que alimenta las calderas de la compasión, el hombre blanco rehuye su condición y rechaza su herencia. El orgullo de toda una civilización ha sido sustituido por una caridad desenfrenada, progenie de una conciencia global que ha domeñado nuestras almas y las conduce hacia el lóbrego abismo suicida. El pesimismo respecto al declinar de Occidente, presente también en Spengler u Ortega, encuentra su fundamento en la pérdida de la confianza en el individuo; en la pérdida de la fe en los valores tradicionales del hombre blanco; en la pérdida del amor a lo que nuestra cultura representa. Es el pecado contra uno mismo bajo la presión de una masa informe que ha convertido la pobreza en su estandarte. Una masa movida no por el ánimo de vencer a la pobreza sino de huir de ella. Vano intento que sólo conseguirá propagar la peste de Tucídides al paraíso de alma marmórea.
No es racismo lo que destila esta novela sino un desgarrado llamamiento a conservar nuestra identidad, a preservar nuestro futuro, a defender instintivamente lo nuestro frente a los lúbricos deseos del igualitarismo que todo lo impregna con sus nauseabundas emanaciones. El ser blanco no es una cuestión de piel, sino un estado anímico. Es una denuncia contra el pensamiento global que ha secuestrado nuestro intelecto en nombre de la fraternidad mundial; que ha castradonuestra capacidad de reaccionar frente a agresiones exteriores sutilmente pacíficas.
Los predicadores de la mentira, los nuevos curas mediáticos, nos venden generosidad a raudales, arrumbando a todo el que no se pliega a su verbosidad. La opinión pública se entrega fervorosamente a esa nueva religión laica que precede la llegada de la Bestia. Serán los iconos mediáticos de esa conciencia humanitaria mundial los primeros en sucumbir a las fauces del monstruo que no distingue los méritos de su ejército de voceros y quintacolumnistas, y que todo lo engulle en su insaciable sed de destrucción.
El desembarco de la muchedumbre espantosamente miserable provoca la huida de los habitantes del Midi francés, que temen a la serpiente multiforme desparramada por los barcos supervivientes de la fantasmagórica travesía. El ejército huye despavorido por la monstruosidad de la miseria que acompaña a los nuevos colonos; muchos soldados abrazan la fe fraternal y se unen a las bandas de sans-culottes improvisadas, dispuestas a precipitar el nuevo orden. La Iglesia y el Ejército son derrotados bajo la guadaña del amor fraternal a lo colectivoque tanto han predicado. Aquellos inmigrantes instalados en el país se rebelan contra sus antiguos dueños. Han aprendido a odiar a Occidente porque la conciencia global del mundo exige que odie todo eso, como dirá un musulmán asimilado al principio de la narración; odio que se extiende a todo lo que Occidente representa. Las cárceles asaltadas vomitan los presos que se unirán a la orgía de voluptuosidad desencadenada por la revolución igualitaria en marcha. Todo se comparte, nada se respeta. Todos ellos se unen a los saqueadores de ultramar que, cuáles mesnadas de Alarico ordeñando las ubres de la loba romana, traspasan las murallas del paraíso con su aterradorapresencia para saciar su hambre infinita. Ya sólo tienen que estirar el brazo y servirse la fruta madura suspendida del árbol de la abundancia.
Unos pocos se resisten a dejarse arrastrar por la marea humana y plantan cara a la Bestia, haciendo refulgir sus pequeñas victorias pírricas en la negritud de la miseria moral que prosigue su inevitable avance. El Cónsul Belga en Calcuta, el viejo profesor Calguès, el coronel Dragasès, el capitán de la marina genocida Notaras, el editor Machefer, el indio renegado Hamadura, todos ellos, mártires del fin de una era,inmolados en nombre del mito de la fraternidad. En un último esfuerzo tratan de reconstituir la legalidad vigente, de recrear sus instituciones, de revivir glorias pasadas, antes de sucumbir a manos de sus propios compatriotas.
Escrita hace más de 30 años esta novela presagiaba la caída de Occidente antelos nuevos tótems erigidos en honor de la multiculturalidad y la hermandad universal. Lo que nos pretende transmitir Raspail no es la superioridad de la raza blanca simpleza a la que inmediatamente se aferran los amantes de lo políticamente correcto- sino el orgullo de un legado cultural de más de mil años que estamos dilapidando con la complicidad autodestructiva del nihilismo globalizado.
La respuesta se encuentra en el interior de la Bestia. Así, en el capítulo xx del Apocalipsis de San Juan se profetiza: «Cuando se hubieran acabado los mil años, será Satanás soltado de su prisión, y saldrá a extraviar a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la Tierra, a Gog y a Magog, y reunirlos para la guerra, cuyo ejército será como las arenas del mar. Subirán sobre la anchura de la Tierra cercarán el campamento de los santos y la ciudad amada».
En este ambiente sulfúreo es en el que se desarrollan las vivencias de los personajes que aguardan el advenimiento de un nuevo orden; unos mansamente o incluso con reverencial adoración, y, otros, con instinto refractario de quien observa su mundo desmoronarse bajo sus pies. Las inconsistentes murallas de arena que protegen el reino de Occidente se derrumban por efecto del desgarrador grito, mezcla de júbilo y desesperación, que profieren los pacíficos asaltantes que arriban al paraíso donde manan las fuentes de leche y miel.
La hidra de cabezas innúmeras, que representa a los desheredados de la Tierra, será guiada por una figura central a lo largo del decurso de los acontecimientos: el amasador de boñigas. Transportando su hijo deforme en sus hediondas manos,cual fruto monstruoso de una tierra yerma, el constructor de ladrillos de fiemo arengará a las masas con su ecumenismo planetario para fletar su expedición de famélicos hacia el Campamento de los Santos y la Ciudad amada. Así, el India Star y otros 99 barcos más partirán hacia la tierra prometida a tomar posesión del reino de Jesús. Es el fin del tiempo de los mil años.
Raspail nos confronta a la realidad descarnada de un Occidente ahíto e ideológicamente desarmado, incapaz de hacer frente a una flota pacífica que desborda el Ganges y que invade su reino con su simiente. La Bestia habría jurado la destrucción de Occidente y para ello mueve los hilos de una corriente de pensamiento monolítica e impermeable a todo contrapunto. Con su ejército de curas-laicos controla las mentes de sus adormecidos ciudadanos que siguen hipnotizados a sus flautistas de Hamelín. Es el nihilismo sobre el que nos previno Dostoievski.
Occidente ha llegado a depreciarse. Por influjo de un victimismo que alimenta las calderas de la compasión, el hombre blanco rehuye su condición y rechaza su herencia. El orgullo de toda una civilización ha sido sustituido por una caridad desenfrenada, progenie de una conciencia global que ha domeñado nuestras almas y las conduce hacia el lóbrego abismo suicida. El pesimismo respecto al declinar de Occidente, presente también en Spengler u Ortega, encuentra su fundamento en la pérdida de la confianza en el individuo; en la pérdida de la fe en los valores tradicionales del hombre blanco; en la pérdida del amor a lo que nuestra cultura representa. Es el pecado contra uno mismo bajo la presión de una masa informe que ha convertido la pobreza en su estandarte. Una masa movida no por el ánimo de vencer a la pobreza sino de huir de ella. Vano intento que sólo conseguirá propagar la peste de Tucídides al paraíso de alma marmórea.
No es racismo lo que destila esta novela sino un desgarrado llamamiento a conservar nuestra identidad, a preservar nuestro futuro, a defender instintivamente lo nuestro frente a los lúbricos deseos del igualitarismo que todo lo impregna con sus nauseabundas emanaciones. El ser blanco no es una cuestión de piel, sino un estado anímico. Es una denuncia contra el pensamiento global que ha secuestrado nuestro intelecto en nombre de la fraternidad mundial; que ha castradonuestra capacidad de reaccionar frente a agresiones exteriores sutilmente pacíficas.
Los predicadores de la mentira, los nuevos curas mediáticos, nos venden generosidad a raudales, arrumbando a todo el que no se pliega a su verbosidad. La opinión pública se entrega fervorosamente a esa nueva religión laica que precede la llegada de la Bestia. Serán los iconos mediáticos de esa conciencia humanitaria mundial los primeros en sucumbir a las fauces del monstruo que no distingue los méritos de su ejército de voceros y quintacolumnistas, y que todo lo engulle en su insaciable sed de destrucción.
El desembarco de la muchedumbre espantosamente miserable provoca la huida de los habitantes del Midi francés, que temen a la serpiente multiforme desparramada por los barcos supervivientes de la fantasmagórica travesía. El ejército huye despavorido por la monstruosidad de la miseria que acompaña a los nuevos colonos; muchos soldados abrazan la fe fraternal y se unen a las bandas de sans-culottes improvisadas, dispuestas a precipitar el nuevo orden. La Iglesia y el Ejército son derrotados bajo la guadaña del amor fraternal a lo colectivoque tanto han predicado. Aquellos inmigrantes instalados en el país se rebelan contra sus antiguos dueños. Han aprendido a odiar a Occidente porque la conciencia global del mundo exige que odie todo eso, como dirá un musulmán asimilado al principio de la narración; odio que se extiende a todo lo que Occidente representa. Las cárceles asaltadas vomitan los presos que se unirán a la orgía de voluptuosidad desencadenada por la revolución igualitaria en marcha. Todo se comparte, nada se respeta. Todos ellos se unen a los saqueadores de ultramar que, cuáles mesnadas de Alarico ordeñando las ubres de la loba romana, traspasan las murallas del paraíso con su aterradorapresencia para saciar su hambre infinita. Ya sólo tienen que estirar el brazo y servirse la fruta madura suspendida del árbol de la abundancia.
Unos pocos se resisten a dejarse arrastrar por la marea humana y plantan cara a la Bestia, haciendo refulgir sus pequeñas victorias pírricas en la negritud de la miseria moral que prosigue su inevitable avance. El Cónsul Belga en Calcuta, el viejo profesor Calguès, el coronel Dragasès, el capitán de la marina genocida Notaras, el editor Machefer, el indio renegado Hamadura, todos ellos, mártires del fin de una era,inmolados en nombre del mito de la fraternidad. En un último esfuerzo tratan de reconstituir la legalidad vigente, de recrear sus instituciones, de revivir glorias pasadas, antes de sucumbir a manos de sus propios compatriotas.
Escrita hace más de 30 años esta novela presagiaba la caída de Occidente antelos nuevos tótems erigidos en honor de la multiculturalidad y la hermandad universal. Lo que nos pretende transmitir Raspail no es la superioridad de la raza blanca simpleza a la que inmediatamente se aferran los amantes de lo políticamente correcto- sino el orgullo de un legado cultural de más de mil años que estamos dilapidando con la complicidad autodestructiva del nihilismo globalizado.
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