viernes, diciembre 22, 2006

La economía en una lección - Henry Hazlitt

Ni en tres días ni en mil años aprendería Zapatero economía. No porque sea bobo de solemnidad (quiero decir no sólo), sino porque padece lo que Mises denominaba el complejo de Fourier. Una suerte de neurosis que hace que el afectado transforme la realidad por considerarla demasiado dura adaptándola a sus deseos. Así, el neurótico unge las heridas dejadas por sus frustraciones con el bálsamo de Fierabrás que tanto montapara culpabilizar a otros de su incapacidad para acometer sus ansiados planes de infancia como para recrear en este mundo el paraíso terrenal. En esa inalcanzable sociedad idílica los bienes son superabundantes y la miel mana de los árboles al igual que en la Edad de Oro de los mitos órficos de la creación. Es Jauja. Es Socialismo.



Para aprender economía, una persona en su sano juicio sólo necesita el tiempo suficiente para saborear este lúcido análisis de Henry Hazlitt cuyo estudio abordamos aquí. A lo largo de su dilatada carrera periodística Hazlitt laceró descarnadamente las políticas intervencionistas, atacando, entre otras medidas keynesiánicas, el New Deal y el sistema de tipos de cambios fijos de Bretton Woods y prediciendo el esquema inflacionista que llevaría a Nixon en los años 70 a dejar flotar libremente el dólar desligándolo del patrón oro. Ya en 1947 escribió Will dollars save the World? en el que criticaba el Plan Marshall (20.000 millones de dólares, es decir el 1% del PIB de EEUU) por representar el Estado de Bienestar a escala internacional. Europa no es hoy más que esa caricatura de sociedad lastrada por años de sobreprotección norteamericana. Un Continente acostumbrado a su dosis de morfina diaria que le ha permitido mantener un discurso moral ajeno a las realidades de un mundo que exige mancharse las manos. ¿Quién lo hubiera dicho hace 50 años? Quien simplemente se hubiera dejado asesorar por el clarividente Hazlitt.



Denuncia, el que durante muchos años fuera columnista del New York Times, y posteriormente del Newsweek, fase en que alumbraría este libro, los sofismas que envuelven la Economía. Todos esos prejuicios y falsedades que llevan a los detractores del libre mercado a atribuirle cualquiera de los males que ponen en peligro el bien común. Su argumento central estriba en que los gobiernos sólo tienen en cuenta los aspectos más inmediatos sin fijarse en las consecuencias generales de sus actos. Así, la lección podría resumirse de la siguiente manera: El arte de la Economía consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier acto o medida política y no meramente sus consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no sobre un grupo, sino sobre todos los sectores.



Braman muchos contra las bondades del capitalismo. Le acusan de beneficiar a los más pudientes. La literatura está plagada de tan burdas mentiras. Muchas de ellas gravadas en el subconsciente por la parodia de los inicios de la industrialización en obras como los Miserables de Victor Hugo, Tiempos difíciles de Dickens, o, en un plano más técnico, los Nuevos principios de Economía Política de Sismondi en los que se ponía en evidencia las desigualdades del nuevo sistema económico. Fue este último quien acuñó la palabra proletariado en referencia a los proletarii, la clase más baja de la antigua Roma. Quizá sea cierto que en sus inicios el capitalismo no tuvo en cuenta el factor humano de la producción, pero con el tiempo y su desarrollo éste es un elemento esencial tanto en el engranaje fabril como en la fase de comercialización. Las empresas que triunfan son las que tienen satisfechos a sus empleados y a los consumidores. Así, los atávicos detractores se olvidan, sin embargo, de que el bienestar que hoy disfrutamos, y que haría sonrojar de envidia a los señores feudales de la edad media, es fruto del liberalismo. La riqueza no se mide por los metales preciosos que se atesoran en una cámara sellada sino por la eficiencia de los factores de producción: el capital y el trabajo.



Implacablemente, con aplastante racionalidad, desmonta Hazlitt uno por uno los tópicos del marxismo, y de su versión light -no por edulcorada menos dañina- el socialismo. Si bien determinadas obras son necesarias para cumplir el gobierno con sus funciones primordiales (garantizar la vida y hacienda de las personas) la gran mayoría de las obras públicas son superfluas. Especialmente las que pretenden combatir el paro, argumento keynesiánico por excelencia y muy de moda en los años 30. Es cierto, dice, que determinados obreros podrán beneficiarse de la obra pública, pero esas obras se financian con exacciones fiscales por lo que por cada dólar menos en los bolsillos de los contribuyentes, un dólar menos para gastar en otras necesidades que a su vez crearían empleo en otros sectores. Los demagogos dirán que el puente era necesario y que ha servido para crear tantos empleos, sin embargo lo que no dicen es cuántos empleos se han dejado de crear a causa de la desviación de fondos. Además, una excesiva carga fiscal ahuyenta la inversión privada y la productividad generando más pobreza y más paro. En esto la política del Partido Popular ha sido, aunque timorata, correctamente enfocada en los años de Gobierno de Aznar, ahí están los resultados. La Comunidad de Madrid sigue la misma línea reduciendo la presión fiscal sobre los ciudadanos. Y es que la derivada es muy sencilla: a menor carga fiscal, mayor productividad; a mayor productividad, mayor recaudación. Lo demás no son más que falacias destinadas a ahogar la iniciativa privada y engordar algunos bolsillos y el peso opresivo de lo público sobre los ciudadanos.



Algunos defienden la reducción de la jornada laboral a 35 horas. Quizá esa limitación en los orígenes del industrialismo tenía razón de ser, especialmente por cuestiones de salud, pero hoy en día no tiene sentido seguir amparando tales medidas. Entienden sus defensores que al reducir la jornada de trabajo se crean nuevos puestos de trabajo. Omiten señalar que para que eso se produzca, sin llevar a la ruina a las empresas,es necesario dividir también el salario bajo riesgo de aumentar los costes de producción. Igualmente sucede con el salario mínimo. Su implantación por Decreto desincentiva la contratación, impidiendo que trabajadores de baja cualificación puedan prestar sus servicios por el precio de mercado. Así, sólo contribuye a crear paro, en mayor medida cuando los subsidios de desempleo en muchos casos superan el salario mínimo interprofesional. La mejor manera de incrementar los salarios es incrementando la productividad. A esta tarea han contribuido grandemente los avances técnicos. En efecto, siempre ha habido quien ha acusado a las máquinas de generar desempleo. Nada más alejado de la realidad. Sería como decir que la invención de los vehículos a motor ha mandado al paro a miles de muleros. Por el contrario, las máquinas aumentan la productividad aunque puedan obligar a determinados sectores a reciclarse.



Otro de los principales enemigos de la economía para el fallecido columnista de Newsweek es la inflación. Así, algunos creen que emitiendo más dinero y repartiéndolo entre todos equitativamente se acabaría con la pobreza. ¡Insensatos! El dinero tiene el valor que el mercado le adjudique, el valor de los bienes que con él se puedan comprar. La riqueza de un país se mide no por el capital sino por su productividad y ésta sólo se mejora mediante una mayor eficiencia de los procesos de producción. La inflación es así una de las peores formas de tributación.



Liberalismo significa libertad. Libertad y seguridad son dos de las premisas básicas para mejorar las condiciones de vida del ser humano. Liberalismo significa que los factores de producción se encuentran en manos privadas, lo contrario ocurre en el socialismo. El liberalismo está íntimamente ligado al sistema democrático sin el cual no podría a la larga florecer porque requiere la paz social. También exige la paz entre las naciones y la libertad de mercado sin aranceles aduaneros. La supresión de los aranceles, a la que con tanta violencia se oponen los movimientos antiglobalización, permitiría a los países del tercer mundo vender sus productos más baratos en los mercados occidentales. La principal característica de un sociedad libre es la cooperación social a través de la división del trabajo. Esa división del trabajounida a la defensa de la propiedad, como eje del sistema liberal, es el origen de la prosperidad que hoy disfrutamos. En realidad, los estatistas -proteccionistas, marxistas, socialistas, sindicalistas- pretenden favorecer los intereses de un determinado grupo en contra de los intereses de la sociedad. El nacionalismo, expresión orgásmica del estatismo, consiste en la deificación del Estado y la reificación del hombre común. De ahí su obsesión por marcar a fuego su rebaño con los signos de la esclavitud, llámense, cultura, lengua, raza, o religión. Y todo ello lo hacen bajo la bandera de la igualdad. Como decía Pareto, no hay mejor esclavo que el que no sabe que lo es. Si el socialismo perdura todavía tras la caída del muro de Berlín es por la envidia (Neid), la ojeriza y los celos, en expresión de Helmut Schoeck en su libro La envidia y la sociedad, que llevan a la gente a ser capaces de soportar un mal mayor si ello implica que el objeto de envidia lo padece también. Aunque se condenen a la pobreza y la esclavitud de los regímenes socialistas. Eso no lo cura una lección magistral sino un buen psiquiatra.

miércoles, noviembre 01, 2006

Akhenatón. El Rey Hereje- Naguib Mahfuz

Naguib Mahfuz es uno de los escritores árabes más leídos en el mundo. Su prolífica obra ha sido merecedora del Premio Nóbel de Literatura en 1998. A lo largo de su intensa trayectoria, truncada por la muerte el pasado 30 de agosto, ensayó diversos estilos literarios, destacando su original técnica narrativa a través de múltiples personajes. Con esta técnica nos describirá el Cairo con todos sus matices, con toda su diversidad de colores, conformando un retablo poliforme de la ciudad.

Cronista de su natal Egipto, aborda en la presente obra la vida de Akhenatón por medio de la técnica periodística de la entrevista a diversos personajes contemporáneos del Faraón, tarea que emprenderá el joven Miri-Mon fascinado por los misterios que encierran los muros de Akhetatón, la ciudad del Hereje, y decidido a buscar la verdad entre sus ruinas.

Durante los 17 años de reinado de Amenofis IV (más tarde Akhenatón), hacia el 1350 a.C en el Imperio Nuevo, Egipto va a vivir una de las aventuras más extrañas y controvertidas de su historia. Hijo de Amenofis III y de Tiy, madre que ejercerá una gran influencia sobre él, desde temprana edad manifestará unas extrañas inclinaciones y una fuerza interior que le llevará a enfrentarse con los dioses y tradiciones egipcias.

En esta aventura espiritual le acompañará su esposa Nefertiti, «la bella-ha-venido», que formó con él una auténtica pareja solar, símbolo del dios Atón, al que rindió culto despechando al resto de dioses egipcios. Nefertiti es la última entrevista de Miri-Mon, reliquia viva de un sueño frustrado y condenada a la soledad de sus escombros, causando en él una desconcertante impresión, mezcla de amor y admiración.

La preocupación de los sacerdotes de Amón - Amón-Ra pasó a ser en el Imperio Nuevo la deidad principal del mundo egipcio-, alarmados por las ideas heréticas del joven príncipe, se agudiza con el tiempo llegando incluso a proponer que fuera apartado del trono en su condición de heredero. Su madre sin embargo evitará las conjuras y propiciará el matrimonio del príncipe con Nefertiti, asimismo comprometida con el «atonismo», bien subyugada por la personalidad del príncipe bien por el poder imperial.

Alcanzado el trono, Amenofis IV decidió marcharse de Tebas, entonces la capital del Imperio, con su séquito de leales, para construir la nueva ciudad del sol Akhetatón, «el horizonte de Atón», la actual Tell el Amarna, que juró no abandonar jamás. Allí adoptará el nombre de Akhenatón, que significa «espíritu eficaz de Atón», en honor a su divinidad representada por el disco solar. Prohibirá el culto a las demás deidades mandando destruir sus templos. Monoteísta convencido, predicó su religión de paz y amor por los cuatro rincones de Egipto.

Esta gran revolución espiritual acometida por Akhenatón se lleva a cabo en apenas unos años y sin grandes convulsiones, ya que muchos se pliegan al poder real, renunciando a tradiciones milenarias para conservar su puesto en el nuevo Estado. En el relato de Naguib Mahfuz entrevemos esas pequeñas miserias que anidan en el corazón del hombre y que alimentan la traición, la hipocresía y la envidia.

No obstante, un grupo liderado por el sacerdote de Amón se opondrá con toda su influencia y astucia a la herejía cometida por el nuevo faraón, intentando incluso el asesinato. Algunos han visto en el proyecto de Akhenatón no ya una sincera transformación religiosa sino una maniobra política para deshacerse de la enorme ascendencia de los sacerdotes y reforzar su autoridad. En todo caso, la novela se desarrolla en un clima de guerra civil larvada.

El físico y la personalidad andróginos del servidor de Atón suscitan todavía hoy grandes dudas sobre la enfermedad del rey. Algunos se han atrevido a diagnosticarla como el «síndrome de Fröhlich», una enfermedad sexual grave, quizá por el aspecto que muestran los colosos de Karnak, como nos recuerda el masón Christian Jack en su obra “El Egipto de los Grandes Faraones”.

Enfermedad, locura, debilidad, utopía, ambición, herejía; de lo que no cabe duda es que este revolucionario idealista acaba sucumbiendo ante la realidad. Su amor universal y denodado pacifismo le encerraron en una burbuja que explotó cuanto más acuciante se hacía la presión de sus enemigos exteriores e interiores. Su política exterior de gestos dadivosos chocó con la codicia de sus enemigos, principalmente los hititas, y la deserción de sus aliados que veían en el faraón a un rey demente que no podía protegerles. Los primeros faraones de la XVIII dinastía, acosados por los pueblos asiáticos ávidos de conquistas, habían comprendido que el pacifismo conducía a Egipto a la decadencia. Con Akhenatón termina el periodo de esplendor y se resquebraja el imperio egipcio. Al final conseguirá cumplir su promesa y jamás se marchó de «el horizonte de Atón», donde murió en extrañas circunstancias tras abandonarle allí a su suerte todos sus “leales” servidores, salvo Nefertiti que quedó confinada en su palacio con unos cuantos guardias según relata Naguib Mahfuz, aunque al parecer su muerte fue anterior.

Sin duda, en este maravilloso relato del gran escritor egipcio percibimos las dos eternas pulsiones humanas que colisionan en el plano espiritual; la de las personas que asumen la realidad, con su descarnada crudeza, y los que prefieren soñar despiertos tratando de moldear un mundo idílico de amor y de paz que al final acaba desmoronándose ante el peso de la verdad. A pesar de que Mahfuz, como escritor de izquierdas, parece inclinarse por esta visión mesiánica de la vida, su excepcional técnica narrativa nos permite entrever las claves de un rey iluminado por una falsa profecía. ¿No les recuerda todo esto a alguien?




domingo, octubre 08, 2006

Koba el Temible - Martin Amis

¡De qué se ríen los rusos! Dashtó? Por qué? La respuesta la tienen, queridos lectores, en el áspero retrato que hace Martin Amis de un personaje, Stalin, siniestramente único, capaz de hacer temblar a sus súbditos a la vez de miedo, de frío, de hambre...y de risa. Es la risa de quien quiere olvidar la sangre derramada por una utopía que tiñe de púrpura las ruinas de su soñada Ciudad del Sol. En realidad, fueron las tinieblas las que se apoderaron de la URSS tras la revolución de Octubre.

Koba, así lo llamaban, apodo sustraído al protagonista de una película, titulada el parricida, en la que éste era el azote de los ricos y benefactor de los pobres; una especie de Robin Hood de la taiga. Iósif Vissariónovich era su verdadero nombre. De hecho, Stalin es otro apodo: "el hombre de acero". Su personalidad estuvo marcada por un enfermizo complejo de inferioridad que sólo conseguía aplacar con el sufrimiento de sus semejantes. Y por el odio que diseminó con fraternidad cainita allende los Urales, aunque buena parte del cual reservó para sus hermanos georgianos, tierra de la que era oriundo muy a su pesar. ¡Hay que tratar esta tierra georgiana con un hierro al rojo vivo!; ¡Empaladlos!; ¡Descuartizadlos!, arengaba en una ocasión, poseído por el espíritu de Iván el Terrible, del que era profundo admirador.

Durante el régimen comunista en la URSS, según datos de El Libro Negro del Comunismo, murieron 20 millones de personas del total de 100 que dejó tras de sí el comunismo en el siglo XX. Avergüenza pensar que hoy en día existen en Europa y en nuestro país grandes amigos y defensores de esta bestial ideología. Ni siquiera los crímenes de Hitler son comparables en número -sí en atrocidad- con los cometidos por la dictadura del proletariado. La principal diferencia entre estos dos demenciales personajes es que el buitre de Berstengaden no destruyó la sociedad civil alemana. Muy al contrario, como magistralmente revela Aly Götz en La utopía nazi, el Tercer Reich mantuvo el sueño de los alemanes intacto hasta los últimos momentos. Compró, en definitiva,el alma de sus ciudadanos con el saqueo de las provincias ocupadas y dirigió su furia hacia sectores de población muy concretos. Judíos y oposición sucumbieron al plan genocida de Hitler. En cambio, Stalin sólo tenía tiempo.Tiempo para matar indiscriminadamente; con frialdad animal, sin inexcusable motivo, sin distinción, sólo por un odio inconmensurable a la humanidad y un insaciable apetito antropófago. Incapaz de amar, renegó incluso de su hijo Yákov, prisionero de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, y encarceló a su esposa para evitar aplicarse a sí mismo la pena impuesta a los familiares de los oficiales que se dejaban apresar por el enemigo.

Estas memorias de Martin Amis, continuación de su autobiografía Experiencia, dibujan un semblante aterrador de Stalin. A pesar del realismo y la crudeza de este personaje, no se ríe cínicamente nuestro escritor, como otros que tratan de olvidar moralmente, de la ideología que ampara y alienta tales actos criminales. No fue Stalin un contrapunto en las sanas intenciones de los revolucionarios bolcheviques, sino un mero producto de su locura colectiva desatada desde los inicios de la guerra civil. El Estado totalitario y la represión se convirtieron en norma desde que se desató la furia bolchevique. El propio Lenin fue el protagonista de purgas y asesinatos masivos que él mismo denominó el Terror Rojo. El hambre leninista de 1921-1922, que se llevó cinco millones de almas, provocado por las requisas y la persecución a los campesinos, sería la antesala de un método de opresión y de terror al que Stalin y otros dirigentes como Mao se adherirían con fruición. Lyssenko el principal artífice de las políticas agrícolas sembró de cuerpos famélicos el campo ruso. Pero para Stalin el hambre no fue un problema solía decir que: «La muerte soluciona todos los problemas. No hay hombre, no hay problema.»

La colectivización o deskulakización, es decir la planificada represión de los kulaks y transformación de sus tierras en koljozes, asoló el país bajo la batuta de la "ley de las espigas" que penaba con la muerte el hurto de un puñado de trigo en cualquier koljoz. Si Lenin finalmente permitió, a regañadientes, la ayuda americana, que a la postre salvaría millones de vidas, Stalin, implacable hasta el final, convirtió el hambre en el eje de su política de terror. De este modo, en 1933 las hambrunas se generalizaron provocando cinco millones de muertos en Ucrania, dos millones en las cuencas del Kubán, el Don y el Volga, y en Kazajstán. Y dejando tras de sí una sociedad moralmente inerme y una tradición de canibalismo parricida cuyos ecos todavía resuenan hoy en día. Como dice Martin Amis: Querían destruir al campesinado; querían destruir a la Iglesia; querían destruir toda oposición y disidencia. Y además querían destruir la verdad. Tras el Terror, el Gran Terror...los terribles relatos de Koly que rescató del olvido Soljenitsin. La represión: Trotski, Bujarin, Iagoda, Zinóviev, Kamenev, Kírov, Gorki, camaradas todos ellos, y muchas otras víctimas sacrificadas en el altar del mefistofélico georgiano al que sólo la muerte sació la gula devoradora de hombres.

Alexander Herzen, uno de los escritores políticos rusos del siglo XIX que contribuyeron a expandir las luces de la revolución francesa en el corazón de la tundra, aborrecía la idea escatológica de un futuro idílico de la humanidad; renegaba de la idea de un progreso inevitable al que se ofrendaban las mayores crueldades en el presente. Esta es una doctrina que ataca la vida humana, decía. El fin de cada generación es ella misma. La vida como la libertad son fines en sí mismos, y no deben sacrificarse en nombre de ningún ideal. Actuar de esta guisa es cometer un acto de sacrificio humano. Por ello, desconfía, como sugiere Ayn Rand, de todo aquél que llama al sacrificio, y pregúntate quién será el gran beneficiado. Desconfía de las frases hueras que prometen verdes praderas. Desconfía de la palabra Paz; Bien Común; Generaciones Futuras, especialmente si exigen el sacrificio de tu libertad. No desperdicies tu vida. La vida no se vive en la cara del otro, como dice Levinas en su pomposa alteridad. ¡Patrañas! No sacrifiques la lozanía de tu risa. No sacrifiques tu felicidad. No le faltaba razón a Vassili Grossman cuando afirmó que la historia de la humanidad es la historia de la libertad. Y la primera víctima de sus enemigos es la verdad. Y nuestra única arma: la razón.


viernes, septiembre 15, 2006

La futura Yihad- Walid Phares

¿Por qué? Con esta pregunta martilleando sus mentes se despertaron los americanos ese infausto 11 de septiembre de 2001. Mucho se ha escrito a este respecto, especialmente por parte de los amigos de la minifalda. Esos que suelen culpar a la víctima de ser agredida sexualmente, ya saben… porque la llevaba muy corta. Lejos de caer en ese ejercicio de cinismo universalmente comprensivo, este libanés experto en terrorismo y conflictos étnicos y religiosos afincado en EEUU, Walid Phares, reitera lo que durante años venía advirtiendo: la yihad es una ideología criminal que persigue el dominio del mundo.

Axioma que hoy comienza a asimilarse con cierta familiaridad en los Estados Unidos, en gran parte gracias a la labor de desintoxicación del Informe de la Comisión del 11-S, pero que hasta el momento de los atentados islamistas apenas se vislumbró por algunos expertos cuyas voces se acallaron rápidamente bajo las presiones de una pléyade de académicos agradecidos a los dineros saudíes y de una política exterior americana volcada en sus relaciones privilegiadas con la monarquía wahabí. La guerra fría había producido extraños compañeros de cama, hecho que si bien contribuyó al colapso de la URSS, especialmente con su humillante derrota en Afganistán, a la postre se volvería contra el aliado infiel.

Tras la caída del muro de Berlín y el desmembramiento del imperio rojo muchos creyeron en el final de la historia y en el comienzo de un nuevo periodo de paz y prosperidad. Esta ceguera colectiva impediría ver los peligros que acechaban a Occidente. No es de extrañar pues que lo primero que dijera un piloto de caza que sobrevolaba el Pentágono esa mañana es: ¡Maldita sea, los rusos nos han dado!

Una nueva era había comenzado. De la falsa seguridad de la Mutual Assured Destruction (MAD) que garantizó la guerra fría a la inseguridad de los Apocalipsis de bolsillo servidos por los mensajeros del odio divino. Odio incomprensible. Atemporal. Como si los ciclópeos retoños trataran de vengar la sangre derramada por Urano. Pero esta vez la piel de cordero no servirá para huir del monstruoso Polifemo. Esta vez sus hermanos se han camuflado en nuestras cuevas bajo el manto de la muy progresista virtud de la tolerancia subjetivista; la astucia y la sorpresa son ahora sus mejores armas, y unas buenas dosis de ketamina mediática su mejor aliado. Don´t know why? ....Why not? Como nos recuerda Glucksmann en sus relatos de las guerras fraticidas del Continente Negro. Son los endemoniados de Dostoiewski del siglo XXI. Don´t know when?, es lo único que importa. El espíritu de Hades recorre las grandes ciudades del mundo con su yelmo de la invisibilidad, regalo de los Cíclopes, auxiliado por las Eríneas que tejen los pasillos aéreos que unen sus rascacielos.

Tahir (liberación), Tawhid (unificación) y Jilafa (califato). Estos son los tres objetivos de los yihadistas. Objetivos que una mente sana, racional, no logra comprender. La única causa es la sinrazón. Liberación de todas las tierras musulmanas que algún día fueron conquistadas por el califato o se rindieron a él en el transcurso de la fatah del siglo VII. Esto incluye no sólo Cachemira y Chechenia, sino Israel y España, hermanadas por este funesto destino. Unificación de los países musulmanes derrocando a sus “ilegítimos” gobernantes y desmantelando los Estados-nación de Egipto, Libia, Siria, Irak, Marruecos, Argelia… La restauración del califato, tras la caída del Imperio Otomano y el nacimiento del régimen apóstata de Ataturk, se ha convertido en una obsesión casi freudiana de los movimientos salafistas.

El wahabismo, primer movimiento salafista –los salaf son los padres fundadores del Estado islámico- originario de Arabia Saudí, ha extendido sus tentáculos por las universidades y escuelas religiosas de todo el orbe gracias al dinero del oro negro. Su poder se vio acrecentado tras la guerra del Yom Kippur (festividad judía elegida para la agresión árabe) que supuso otra humillante derrota para los países árabes. Así, el petróleo se convertiría en un instrumento de política internacional del régimen wahabí, que en aquella época provocó una grave crisis económica al incrementar los precios de este estratégico recurso energético. La yihad saudí, amparada por el Estado, se fijó objetivos acordes con el derecho internacional y se propuso preparar el triunfo mediante el proselitismo fundamentalista en el corazón de dar el harb financiado con los petrodólares.

A la par en Egipto, los Hermanos Musulmanes, organización fundada en la década de 1920 por Hassan Al Banna, daría lugar en los 80 al nacimiento de una serie de grupos terroristas que propugnan la desaparición de Israel. Entre ellas, Hamás y Yihad Islámica entre los palestinos; el Frente de Salvación Islámica en Argelia; el Frente Islámico Nacional de Hassán Turabi en Sudán; Gammat Islamiya y Yihad Islámica en Egipto; o Abu Sayyaf en Asia. De estos movimientos terroristas de raigambre local surgiría una intelligentzia con aspiraciones internacionales, que forjarían su desordenada mente en las rugosas montañas de Afganistán, entre ellos estaba Osama Bin Laden.

Por otro lado, la revolución iraní del Ayatolá Jomeini, que derrocó en 1979 al Sha laico Reza Pahlevi, abriría otro frente de la yihad internacional bajo la dirección de los chíies. Contrariamente a los wahabíes, éstos se granjearán el apoyo de la población islámica al luchar simultáneamente contra todos los infieles, los Estados Unidos y la Unión Soviética. A la postre los dos principales motores del yihadismo internacional unirían sus esfuerzos para derrotar al gran Satán americano y su avanzadilla israelí. Las dos vertientes de la yihad, local e internacional, sincronizan asimismo sus tempi en una gran cacofonía mundial del terror. Cacofonía a la que se han sumado los socialistas e izquierdistas de Occidente, en paro forzoso desde la caída del muro de Berlín. Si, como nos refresca Walid Phares, en la segunda guerra mundial los islamistas se unieron a los nazis y fascistas en contra de las democracias de entonces, hoy dicha alianza se repite porque, a pesar de las incompatibilidades ideológicas evidentes entre el socialismo y el fundamentalismo, que llevará a los primeros al cadalso si finalmente vence esta guerra el Islam, comparten un enemigo común: la democracia liberal. Es una cuestión de fe, amigos míos.

La comprensión de esta guerra es clave para evitar el desmoronamiento de nuestras sociedades. Evitar la infiltración de la mentalidad yihadista en las universidades, medios de comunicación, e, incluso en los servicios de seguridad nacional, es vital para mantener viva la conciencia de nuestros valores e impedir nuevos ataques. Y si se producen, huir del “síndrome de Madrid”, en expresión del propio autor. Porque, -y no me cansaré de citarlo- como decía Shumpeter, lo que distingue una sociedad civilizada de unos simples bárbaros es que pese a saber que sus valores no son absolutos está dispuesta a defenderlos hasta las últimas consecuencias.

Ayudar a los países musulmanes a que implanten regímenes democráticos y que se respeten los derechos humanos, no sólo es un deber moral sino una exigencia de la lucha contra el terror. Mal que les pese a los reaccionarios de izquierda que han abrazado la política bismarckiana de la realpolitik. Todo con tal de seguir soñando mundos irreales desde sus cómodos sofás, evitando ver la incómoda realidad que reclama que cada uno de nosotros nos irgamos para decir “no” a los nuevos nazis que llegan. Mejor un Afganistán o Irak moviendo ficha contra el terror con el apoyo de Occidente, que poniendo en jaque conjuntamente a medio mundo.

sábado, julio 29, 2006

¿Qué es Occidente? - Philippe Nemo

La Constitución Europea, nasciturus abortado por el legrado de una sociedad sin referentes, en su preámbulo,recuerda tímidamente la herencia cultural, religiosa y humanista, de Europa, semillero de los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona humana, la democracia, la igualdad, la libertad y el Estado de Derecho. Dichos valores surgidos espontáneamente en el seno de una sociedad dinámica corren el riesgo de ser arrumbadospor un relativismo moral nivelador de culturas y, lo que es peor, por una conciencia colectiva y mecanicista que pretende sustituir los derechos de la persona por los ritos de la tribu.

El filósofo e historiador de las ideas, Philippe Nemo, presta su pluma a la recién creada editorial de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), que preside José María Aznar. En este breve ensayo sobre la naturaleza de Occidente el pensador francés ensalza la cultura y los valores de Occidente como un proceso único en el mundo y aboga por el refuerzo de los lazos que unen a Europa y los Estados Unidos en consonancia con la propuesta realizada por el Presidente de la FAES en su intervención del pasado 5 de mayo en Londres de creación de un área atlántica de prosperidad.

No se trata de buscar las esencias étnicas de Europa, como hacen algunos protonacionalistas amantes del mito y los genes, sino de poner en valor una cultura propia del proceso histórico vivido por el conjunto de pueblos y hombres que han poblado el continente y han conquistado el mundo con la fuerza de sus ideas. Lo que pretende Philippe Nemo es vigorizar la conciencia de sí mismo de Europa partiendo del back to basicsde los principios morales que Bagehot, fundador de la prestigiosa revista The Economist, defendiera a finales del siglo XIX.

Cinco son los acontecimientos que han marcado el devenir de Europa: la aportación filosófica y científica de los griegos; el derecho romano y el humanismo en Roma; la revolución ética y escatológica del cristianismo; la revolución papal de los siglos XI-XIII; y, finalmente, el advenimiento de las democracias liberales. Es sobre la base de estos acontecimientos que Nemo describe la herencia cultural europea y occidental a la que nos referíamos.

Será en el seno de la polis griega donde se diluya el poder sagrado de los reyes con la aparición de un ágora pública que cultive el pensamiento crítico y el arte del discurso. Este espacio dará lugar al nacimiento de un hombre nuevo, el ciudadano, con iguales derechos a sus semejantes y virtualmente libre para modificar el orden social desacralizado con ayuda de la ciencia y el saber. Esta misma idea será la que hoy en día distorsionen por el extremo pensadores de la izquierda americana como Philippe Pettit o Benjamin Barber volviendo a enjaular al hombre en el poder mágico-religioso de los valores del ciudadanismo moderno. Vieja manía del culteranismo intelectual de reducir lo fundamental al fundamentalismo.

No menos importancia concede este ensayo a la aportación del derecho romano. Al inventar el derecho privado, nos dice el autor, los romanos inventaron la persona humana individual, libre, su intimidad, su ego, convirtiéndose en la fuente original del humanismo occidental y sacando así a la humanidad de las sombras del tribalismo. Lo colectivo y sus ritos, atávicos o falsamente progresistas, pierden protagonismo frente al yo. Es el proceso de individuación que Erich Fromm sitúa en la Reforma pero que tuvo sus orígenes en la ciudad eterna.

La caridad y la compasión constituyen un rasgo característico de la moral bíblica. El sermón de la montaña (Mateo 5-7) refleja este sentimiento de culpa universal que nos hace responsables, como diría el filósofo Emmanuel Levinas, ante todos, por todos, y por todo, y yo más que los demás. Sin duda, este rasgo profundamente arraigado en el corazón de los europeos constituye su fuerza, al humanizar el sufrimiento ajeno, y su fragilidad porque sitúa al borde de la idiocia y la servidumbre a los afectados por el virus del amor universal frente a los predicadores de utopías que pretenden manipular los sentimientos de la gente.

El milenarismo cristiano adoptó dos formas distintas en sus orígenes bíblicos: una rama violenta que ansía el día del Juicio Final como el último combate escatológico frente al mal; y otra, que pretende el advenimiento de los Últimos Días mediante la conversión de las almas por obra de la verdad y la razón en un proceso gradual hoy en día subsumido en los valores de la democracia liberal. Esta segunda visión ha sido la que finalmente se ha impuesto gracias a la «reforma gregoriana» o, como la denominó el historiador Harold J. Berman, la «revolución papal».

La reforma de Gregorio VII, continuada por sus sucesores, reinstauró el estudio del derecho romano dando comienzo a la edad de oro de la escolástica, cuyos frutos perviven en el humanismo y liberalismo modernos. El método escolástico (la lógica aristotélica) abrirá paso al método hipotético-deductivo de la ciencia moderna. La razón se convertirá asíen el medio para alcanzar la salvación. La triada civilizadora, Atenas, Roma, Jerusalén, fundirá los moldes de la identidad cultural de Occidente en una síntesis entre la razón, la ciencia, el derecho, la ética y escatología bíblicas.

Todos estos avances reformadores han dado lugar a un nuevo modelo de sociedad humana: el orden espontáneo de sociedad. Entiende Philippe Nemo que si tradicionalmente la derecha es la que garantiza el orden natural de las cosas frente al constructivismo de la izquierda, el orden espontáneo, como lo definióHayek, no constituye una estructura natural preexistente ni es creado artificialmente por una autoridad terrenal sino que emana libremente de los individuos que componen la sociedad.

A partir de ahora, la democracia y sus instituciones y el derecho a la insurrección, que ya pergeñara el escolástico español Juan de Mariana de la Escuela de Salamanca, y que Locke definiría como el derecho a la resistencia a la opresión, configuran los límites del Estado moderno. Así, el Estado sólo es legítimo si no es absoluto, sometiéndolo a diversos controles y haciendo depender en última instancia la soberanía del pueblo cuya falibilidad en todo caso es menor.

Este es el sustrato cultural que nos describe este pensador francés como característica esencial de Occidente y base de cualquier democracia. Se muestra partidario del diálogo de civilizaciones, pero no así de la alianza en la medida en que ésta supone un intento de subvertir las bases de la civilización occidental, única portadora de los valores democráticos y de respeto a la dignidad del hombre. Por ello, sugiere una alianza de los países que comparten esta visión del mundo y entiende que el voluntarismo dialogante no es suficiente para evitar lo que Samuel P. Hutington llama «choque de civilizaciones», sino que seránecesario un auténtico salto cualitativo en el seno de aquellas sociedades en donde no se ha desarrollado el espíritu de la búsqueda de la verdad y la razón como arma frente a la oscuridad.

sábado, junio 24, 2006

La obsesión antiamericana. Jean-FranÇois Revel

La filosofía ha muerto. Con este enunciado tautológico Revel, el gran filósofo y periodista francés, supo observar la realidad que le circundaba desde el prisma kantiano del empirismo racional. Para él dos son los archipiélagos ideológicos que se enfrentan en el mundo de las ideas desde el siglo XVIII: el empirismo lógico de Wittgenstein, Carnap o Russell frente al pensamiento fenomenológico-existencialista-marxista de Husserl, Heidegger o Sartre. Dos formas antagónicas de interpretar la realidad, que Revel atribuye, la primera, a la cultura anglo-americana, frente a la segunda, fruto del dogmatismo pangermánico o continental.

¿Por qué tanto odio a los Estados Unidos? En el presente libro, el recién fallecido periodista francés, desgrana las causas que subyacen bajo la máscara de la impostura de la superioridad moral y cultural europea. Ese odio domina hoy la mentalidad del ciudadano común en cualquier parte del globo a fuerza de contemplar las mentiras que difunden intelectuales, políticos y medios de comunicación por doquier. Todo vale con tal de justificar la propia inoperancia.

Una de las principales acusaciones que se hace a los americanos es su condición de hiperpotencia en palabras del Ministro de asuntos Exteriores francés en el Gobierno de Jospin, Hubert Védrine- . Desde la caída del muro de Berlín esta acusación se puede oír en cualquier tertulia televisiva. Es, según ellos, el imperialismo americano que amenaza al mundo. ¿Nostalgia o suma estulticia?

Los ataques a la joven potencia internacional, consagrada como tal en la Conferencia de Yalta gracias a la sangre vertida en las playas de Normandía, no son novedosos. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial el modelo americano se ha ido expandiendo gracias al proceso liberalizador impulsado por el FMI, el Banco Mundial y las sucesivas rondas del GATT. Frente al proteccionismo causante de la guerra afloraron nuevas instituciones destinadas a favorecer los intercambios comerciales. Con ese espíritu nació la Comunidad Europea, al menos hasta el coup de force de De Gaulle a mediados de los 60 que impuso una política agrícola de planificación muy favorable a los intereses galos. Empero, desde finales de los 60 y a lo largo de los 70, al socaire de la guerra del Vietnam y de la crisis energética y financiera global, como ya había denunciado el gran divulgador liberal en su éxito editorial de la época Ni Marx ni Jesús, la potencia americana se convirtió en el blanco de la propaganda soviética y de sus aliados quintacolumnistas de la progresía retro, que por aquel entonces, antes de convertirse en progres de salón, hacía sus pinitos en la lucha callejera. El movimiento contracultural caló hondo en toda una generación que, ascendida a la opulencia del capital, no ha sabido deshacerse del síndrome de Estocolmo del telón de acero. Todo ello a pesar de la derrota del socialismo real a manos de la triada luciferina, Juan Pablo II, Reagan y Tatcher, que pusieron de rodillas al gigante ruso. Adam Michnik, el influyente editorialista polaco, acierta cuando nos recuerda que el proyecto de la guerra de las galaxias, impulsado por Reagan, persuadió a los soviéticos de su incapacidad de ganar la guerra fría. El control de los medios de producción y el totalitarismo socialista se derrumbaron frente a la libertad de mercado y la democracia liberal.

No se rinden sin embargo a la evidencia. Evidencia que puso de manifiesto el politólogo Francis Fukuyama con su célebre fin de la historia, que pretendía anunciar el final del enfrentamiento, en términos hegelianos, entre dos visiones del mundo diametralmente opuestas, presagiando la victoria del modelo liberal. Pero los utópicos y redimidores de almas no se avienen a ese modelo que ellos llaman con tenaz ceguera imperialismo yankee, que no es otro que el de la síntesis entre liberalismo y democracia. La obsesión antiamericana es, ante todo, una obsesión contra el capitalismo. La globalización encarna todos los males del neoliberalismo que arrumbó sus sueños de juventud. Por eso, se manifiestan con saña en Seattle, Génova o Davos, porque para los guerreros de la alianza sincrética antiglobalizadora, la Organización Mundial del Comercio, ahijada de las instituciones de Bretton Woods, es la causa de los males del Tercer Mundo. Haciendo caso omiso de que los países del Tercer Mundo reclaman más mercado y menos barreras para sus productos. En definitiva, más globalización frente al proteccionismo europeo y, también, norteamericano. Pero el líder antiglobalización José Bové, representante de la agricultura más subvencionada del mundo gracias a la Política Agrícola Comunitaria, no quiere oír hablar de productos transgénicos que alimenten a los hambrientos, ni de eliminar barreras fiscales o legales; prefiere seguir usando como pretexto las negras barrigas hinchadas de aire, prefiere seguir tirando al sumidero los excedentes de mantequilla mientras claman contra la macdonalización de la gastronomía francesa. La gastronomía de los nuevos burgueses abarraganados al amparo de la ubre del Estado. Igual énfasis ponen sus amigos de la excepción cultural que arremeten contra la exitosa industria del cine americana a la vez que suspiran por el Óscar y tratan de disimular la subvención bajo el esmoquin.

La crítica, dice Revel, es necesaria, pero cuando se parte de los apriorismos ideológicos y, del simplismo de mentes adocenadas por la gran mascarada mediática, el uso de la razón se torna estéril. Contra la mala fe no valen los argumentos. Como nos recuerda Schoeck en su ensayo sobre La envidia y la sociedad, el odio y la envidia son parientes cercanos y, sin duda, es este doble sentimiento lo que mueve a los europeos a preferir la autodestrucción a la dolorosa percepción del triunfo de una sociedad con apenas cuatro siglos de existencia. Así actúa la psicología del espejo que pretende ver reflejada en el otro sus propias deficiencias. Es un sentimiento irracional que pone en peligro la tradicional alianza de países que comparten una misma civilización. Es puro canibalismo cainita.

Sin embargo, los exabruptos que se cocinan en los mentideros de la autoproclamada intelectualidad europea no soportan el más mínimo análisis histórico y racional. Mentiras de chascarrillo que han hecho fortuna, como la que repite sin cesar que en USA los pobres son legión y carecen de seguridad social. Omiten maliciosamente que el umbral de pobreza allí equivale a un sueldo medio en muchos países de Occidente, y de opulencia en el resto del orbe. Olvidan mencionar la existencia de Medicaid y Medicare que presta asistencia social y médica a esos pobres americanos. La desfachatez de quienes tildan a la democracia más antigua y permanente del mundo, desde una pretendida superioridad moral a todas luces prohijada en los laboratorios de Mengele, de antidemocrática e imperialista, raya la psicosis colectiva. Psicosis que ha llevado a mucho franceses a dar pábulo a las teorías de Meyssan que en su panfleto L´effroyable imposture acusa a los servicios secretos estadounidenses de inventarse el 11-S para favorecer su gran lobby armamentístico. No olvidemos tampoco la manía de los yankees de elegir en calidad de Presidente al más idiota de entre ellos. ¡Y eso se atreven a decirlo los españoles!

Más grave es que, en la que algunos denominan ya «cuarta guerra mundial», Occidente se enfrente a Occidente, como diría el filósofo francés Glucksmann. El islamismo se ha convertido así en la nueva coartada de la izquierda, reconvertida a toda causa que destruya a su eterno enemigo: la libertad. Esa es la alianza de civilizaciones que propugna el Presidente español, sr. Rodríguez, la de los enemigos de la libertad. Es la paz de los muertos y del miedo. Es la paz como sea. Y, como por ensalmo, las víctimas se convierten en verdugos, y los terroristas en mártires del nuevo orden mundial.

Nuevamente dos modelos se confrontan en la escena internacional, el anglosajón que se basa en los ideales de justicia, dignidad y libertad de la acción humana y el dogmatismo moral absolutista que abreva en el victimismo de una miseria que ellos mismos han contribuido a generar con sus hambrunas planificadas. Como los 30 millones de muertos en Ucrania durante el régimen comunista. Porque, el socialismo ha sobrevivido gracias a su antifascismo de opereta y ocultando los crímenes que inmortalizaron el Libro Negro del Comunismo y Solzhenitsyn en su Archipiélago Gulag. En el fondo, como diría Ludwig von Mises, marxismo y nazismo son dos caras de la misma moneda. Pero, todo eso poco importa, se remedia, lo remedian, con el grito cavernario de yankee go home. Quizá la filosofía ha muerto y la lógica de la libertad esté predestinada a la mundialización, no obstante, al menos por el momento, sólo se abre paso el espectáculo de una Europa que agoniza.

domingo, mayo 21, 2006

El Imperio de los Dragones- Valerio Massimo Manfredi

Dicen que cuando el emperador Galieno, hijo de Valeriano, recibió la noticia de la derrota de su padre en Edesa, manifestó con satisfacción y adusta indiferencia: «Sabía muy bien, dijo, que era mortal mi padre, y puesto que se ha portado cual correspondía a su pundonor, me doy por satisfecho». Sobre el destino de Valeriano en tierras persas, tras su captura a orillas del Eufrates, a raíz probablemente de una traición, poco se sabe; quizás fue obligado a trabajos forzados en Susiana como afirman algunos. Nos cuenta Edward Gibbon en su obra magna Historia de la decadencia y ruina del Imperio romano que Sapor mostró una crueldad y ensañamiento sin parangón con la púrpura imperial. Al parecer, a su muerte, hacia el 260 d.C., su piel rellena de heno y configurada al natural se expuso en un templo persa a mayor gloria del victorioso rey sasánida.

El Imperio romano acosado por persas, alamanos, francos y godos se sumergió así en una crisis que le llevaría a un periodo de anarquía y conspiraciones castrenses que lo debilitarían irremediablemente. Años antes, en el 220 d.C., el Imperio chino se había dividido en tres reinos, Wei, Wu y Shu Han. Cao Pi, hijo del ilustre general y poeta Cao Cao, acabó con la dinastía Han y estableció la capital del reino de Wei en Luoyang, que más tarde caería fruto de una rebelión en manos del clan Sima. Durante la dinastía Han se construyó la Gran Muralla para frenar las invasiones de los fieros hunos y se revitalizó el comercio con Occidente a través de las rutas de la seda. Además,el legado de esta dinastía al mundo fue ingente: el papel, la porcelana, el compás y el primer sismógrafo, que consistía en una vasija ornamental con nueve dragones cada uno sosteniendo delicadamente una bola en sus mandíbulas. De este modo, las dos civilizaciones más poderosas y fascinantes del orbe se sumieron en el siglo III en una era de intrigas y conflictos internos.

Es en este azaroso marco histórico que el escritor italiano Valerio Massimo Manfredi ambienta su apasionante novela histórica El Imperio de los Dragones. A las puertas de Edesa, Valeriano es traicionado cuando se disponía a parlamentar con Sapor, apresado y encadenado junto con diez de sus hombres, que le acompañarán en su ominosa odisea hacia las minas de Aus Daiwa, donde perecerá, menoscabada su dignidad imperial, por efecto de la fatiga, los golpes y las penas.

Marco Metela Aquila, legado de la II Legión Augusta, y, ante todo, soldado de una valentía y lealtad inquebrantables, conseguirá mantener el coraje y la disciplina de sus hombres a pesar de los padecimientos y las ofensas soportadas compartiendo el destino de su emperador. Muerto éste, logran milagrosamente fugarse de las minas y atravesar las tierras persas gracias a la colaboración de un comerciante indio llamado Daruma. Convertidos en improvisados guardaespaldas de un príncipe chino, Dan Quing, seguirán los pasos de Alejandro Magno, quinientos años atrás, en una epopeya narrada por el gran polígrafo Jenofonte en su Anábasis.

Los hombres de Taqin Guo -el Imperio romano- se adentrarán en el Imperio de los Dragones armados con sus gladios y su virtus -el orgullo y honor de todo ciudadano romano-, que multiplicarásu energía frente a enemigos despiadados y veloces como el viento. La táctica militar romana y el valor frente a la fuerza del Tao y las artes marciales. Allí, revivirán las hazañas de la fantasmagórica Legión Perdida que, trescientos años antes que ellos, se aventurara en esta inhóspita tierra invocando la formación de la tortuga defensiva al grito de ¡Testudo!

Estos hombres se verán confrontados al choque cultural entre dos grandes civilizaciones contemporáneas en un mundo que, con la venia de Copérnico, se nos antojaba más redondo que el de hoy. Ese encuentro entre culturas se manifestaráen el carácter y acciones de los dos personajes centrales de la novela, Dan Quing y Metelo Aquila. Dos formas de pensar unidas, a pesar de las distancias, por las semejanzas incubadas por el ingenio del hombre y por las luces de la razón. El melódico canto de la filosofía grecorromana no se originó en una jaula de oro sino que recibió las influencias de Zoroastro. En su Historia, Heródoto nos enseñaque el milagro griego el que protagonizara la Ilustración presocrática- sólo fue posible merced al choque de culturas. No obstante, ni la doctrina del marco cerrado ni el relativismo multicultural explican los rasgos comunes de pueblos tan distantes. Sólo el anhelo de racionalidad del ser humano en todo tiempo y lugar se convierte en hilo rector de su conducta. Los ideales de justicia, igualdad ante la ley y libertad no son exclusivos de la cultura grecorromana. Confucio da así la mano al educador de Alejandro Magno, Aristóteles, y se adelanta a la defensa del tiranicidio que hará siglos después Juan de Mariana, afirmando que el mal gobierno contraría el orden natural y el viola el Mandato del Cielo. El gobernante que se conduce así pierde su legitimidad y puede ser depuesto por otro al que se otorgue ese mandato.

Magnífico relato, por tanto, el pergeñado por Massimo Manfredi, que consigue atraparnos con una interesante trama de tintes épicos y unos personajes que nos recuerdan a los semidioses de los cantos homéricos. Es quizála nostalgia del pasado lo que le lleva a incurrir en el romanticismo del ciudadanismo universalista, por lo que la cesta final, a pesar de contar con excelentes mimbres, sólo sirve para acarrear la misma miel que fluye sin cesar de los panales de la Edad de Oro. Es ese misticismo colectivista el que le sugiere que la degradación del espíritu de fraternidad y sometimiento al clan es una de las causas de la decadencia de la dinastía Han. Es el gran mito de Esparta que el «el héroe del Caos», Cao Cao, implantó en Wei con ayuda de los Turbantes Amarillos, movimiento inspirado en el Taoísmo de Lao Tse, que en el año 184 d.C. se rebeló bajo la bandera de la igualdad real y el reparto de tierras. Será esa rebelión campesina la que desencadene el final de la dinastía. No le falta razón, sin embargo, a Manfredi, cuando vislumbra las causas de la ruina del Imperio chino en la disolución del mos maiorum, que expresa el olvido (lethe) de los principios e ideas que sustentan una civilización. Se olvida así el autor, con su apología final del igualitarismo adánico, de lo principal:que la autoridad, como nos recuerda el Maestro Sun en El Arte de la Guerra, es una cuestión de inteligencia, honradez, humanidad, valor y severidad. Y que si los mandos son humanos y justos las tropas se identificarán de forma natural con sus intereses. Esa es la lección principal que Metelo Aquila, «el Águila soberbia», nos lega en el decurso de la novela. La falta de virtud de un sólo hombre o grupo de hombres puede corromper un sistema político, como advirtiera Aristóteles, degenerando una democracia en una insoportable demagogia. «Nihil novum sub sole», permítanme añadir. Por ello, cuando la civilización zozobra ante un falso guía mesiánico y los enemigos se aprestan a recoger los restos del naufragio, sólo cabe emular a Metelo al grito de ¡Testudo!

domingo, abril 30, 2006

El Mundo de Parménides - Karl Popper

Me permitirán ustedes dedicar esta reseña a los amantes de la ciencia y, en especial, a aquellos internautas con los que en ocasiones he compartido elucubraciones metafísicas sobre el origen del universo. Para este viaje cuento en las alforjas con una colección de ensayos de uno de los más grandes filósofos de la ciencia. No es otro que Sir Karl R. Popper. No pretendo abrumar al lector con disquisiciones profundas y solipsistas que revelen el “carácter mágico” de las palabras sino contribuir a despertar el interés por cuestiones filosóficas que forman parte de la cultura occidental.

La racionalidad de los presocráticos y su acrisolado espíritu crítico es la metodología que desentierra Popper de las entrañas de la epistemología empirista baconiana. Del conocimiento cierto y demostrable. La racionalidad crítica de los presocráticos pone en entredicho el aforismo sensualista Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu. Por el contrario, sólo puede darse el conocimiento conjetural porque como señaló Jenófanes «todo no es sino una maraña de sospechas».

Jenófanes de Colofón, nacido en el año 570 a.C. Poeta, rapsoda, historiador y filósofo, anticipó algunas las principales ideas de la Ilustración europea. Fue el fundador de la llamada ilustración griega y de la epistemología, la teoría del conocimiento. Nos enseña que el conocimiento es además objetivo. La verdad es la correspondencia con los hechos, sepa yo o no que se da tal correspondencia. Así, la verdad es objetiva. No obstante, la certeza es subjetiva: aun cuando exprese la verdad más perfecta, no se puede saber con certeza, sólo se puede conjeturar. Por ello hablamos de conocimiento conjetural. Pero un conocimiento mejor es una mejor aproximación a la verdad.

¡Cuán importante es la pérdida sufrida en los miasmas del relativismo intelectual que se ha instalado en Occidente! Equivale a la renuncia a conocer la verdad. Y, por tanto, dicho sea de paso, hace inútil el trabajo intelectual. Ser intelectual y relativista es imposible. Es decir, los intelectuales relativistas son unos embaucadores. Si todo es relativo, ¿para qué los intelectuales? La pérdida de confianza en el conocimiento y el vacío moral, que afecta con especial crudeza a los europeos, nos trae a la memoria lo que decía Anaximandro de que el mundo no es simplemente un proceso natural, sino un proceso moral. No en vano, la búsqueda de la verdad mediante la discusión crítica era para Sócrates, un racionalsita ético a pesar del legado platónico, la mejor forma de vida. Esos letales efectos para la ciencia y la racionalidad son los que denuncia Sir Karl en su célebre ensayo “La sociedad abierta y sus enemigos”. De este modo, nos vemos obligados a elegir entre la fe en la razón y los individuos humanos, y la fe en las facultades místicas del hombre que le religan al colectivo. Entre el racionalismo crítico y el irracionalismo del método filosófico especulativo cuyo fruto principal es el relativismo moderno. Siguiendo el racionalismo especulativo de Whitehead diríamos que “Es tan cierto decir que el Universo es inmanente en Dios como que Dios es inmanente en el Universo… Es tan cierto decir que Dios crea el Universo como que el Universo crea a Dios”. Es el método esencialista de las definiciones –el método lógico silogístico- que debemos a Aristóteles, y que exige partir de premisas básicas verdaderas, dogmáticamente verdaderas, para deducir intuitivamente conclusiones sobre definiciones que debemos presumir dan la esencia de las cosas. Una suerte de filosofía oracular. Al principio fue el verbo. De ese poder mágico de las palabras extrae la izquierda radical europea su deconstrucción creativa, el «nihilismo constructivista» en términos de Jesús Trillo-Figueroa.

Si difícil se nos antojaba conocer las cosas por su mera observación, más estéril es aprehender su esencia a través del método de las definiciones. Pero las dificultades y la falibilidad del conocimiento no deben frustrar nuestras buenas intenciones porque, como diría Alfred Tarski, la verdad absoluta u objetiva existe y es posible formular hipótesis aproximativas, seguir el método ensayo y error, plantear conjeturas y refutaciones. Decía el novelista Roger Martin du Gard en Jean Barois: “ya es algo si sabemos dónde no se encuentra la verdad”.

La cosmología de los presocráticos -el intento de establecer la arquitectura del universo-, incluso, en sentido lato, su cosmogonía -las especulaciones acerca de la creación-, son el fundamento de nuestra civilización occidental. A ellos les debemos las ideas de verdad, democracia, justicia, humanidad y otras que forman parte de nuestro acervo cultural y político. Nuestra civilización se basa en la ciencia de Copérnico, Galileo, Kepler y Newton que a su vez constituyen la continuación de la cosmología de los griegos.

La escuela eleática postuló superar la mitología homérica y la teogonía de Hesíodo atribuyendo los orígenes del universo a un único elemento primigenio. Tales (uno de los Siete Sabios de Grecia y fundador de la escuela milesia) observó que los océanos se agitaban cuando la tierra temblaba por lo que consideró que el agua movía la tierra y daba origen a todas las cosas. Para Anaxímenes era el aire el arché o principio de todas las cosas, mientras Anaximadro lo atribuyó al ápeiron (el infinito) y Heráclito al fuego, como para el chamanismo pitagórico fueron los números.

Aunque realmente es Jenófanes quien derribaría la mitología antropomórfica y llamaría a desconfiar de los sentidos mediante el uso de la razón crítica. Parménides, inspirándose en este último, es considerado el inventor del método deductivo de argumentación y, en cierto modo, incluso del hipotético-deductivo. El poema de Parménides y la revelación que recibe de la diosa Dike lleva a las dos vías. La «vía de la Verdad» y la «vía de la Opinión». El mundo de la doxa (opinión) es mera apariencia y sólo parece verdad. Sólo es la verdad demostrable. Distingue así al igual que harán más tarde Kant y Shopenhauer, el mundo real del mundo del de la apariencia. La cosa en sí, el noúmeno, de los fenómenos. No podemos, pues, fiarnos de los sentidos, sino tan sólo de la razón y la prueba lógica.

Es a través de un invariante, de una primera premisa que no se altera, que Parménides formulará su hipótesis del mundo -el de la Verdad- como un bloque esférico permanente. El cambio heraclíteano, el todo fluye, es simple apariencia. El ser no es, por lo que la nada no existe. Esta teoría estimularía la crítica de los atomistas, Leucipo y Demócrito, que fundamentaron la física teórica durante 2000 años. El movimiento es un hecho. La nada o el espacio vacío no es pues inexistente. El mundo consta de átomos y vacío. Así, la filosofía parmenídea se escindió en dos formas principales: la teoría discontinuista de los atomistas y la teoría continuista del mundo pleno en movimiento, debida a Empédocles, Platón y Aristóteles. La teoría continuista de Aristóteles dominó la teología occidental en la Edad Media. En ella está implícita la idea de que la causa ha de ser igual al efecto. De este modo, todo cuanto existe ha existido en Dios. Con todo ello, tras veintidós siglos, siguen vigentes aún las dos vías de Parménides, la vía de la verdad bien redonda y la vía de la apariencia o de la ilusión. Científicos como Boltzmann, Minkowski, Weyl, Shrödinger, Gödel y Einstein han visto las cosas en términos similares. La búsqueda de invariantes o principios inalterables se ha convertido en el objeto de la ciencia.

No obstante, la apología parmenídea lleva al determinismo metafísico en el sentido que no puede explicar el azar, el «demonio clasificador» de Maxwell, que se convierte en mera ilusión de nuestra ignorancia. Esto conduce inexorablemente al fatalismo destructor de la naturaleza humana, de su libre albedrío, porque el futuro está abierto y sólo en parte se puede predecir. Como dijo Mises en Teoría e Historia, la libertad moral es la característica esencial del hombre. Por otro lado, Einstein al elaborar su teoría de la relatividad, que nos describe un mundo en cuatro dimensiones y donde el tiempo carece del carácter absoluto que tenía en la física mecánica de Newton no tuvo en cuenta el principio de incertidumbre de las leyes generales, o sea, la jugada de dados que introducen las leyes cuánticas. Más tarde Hartle y Hawking formularán la teoría del tiempo imaginario que permite la coexistencia de múltiples historias.
Así, para Hawking el universo estaría completamente autocontenido, no necesita nada fuera de sí para darle cuerda y poner en marcha sus mecanismos, sino que todo estaría determinado por las leyes de la ciencia y por lanzamientos de dados en el universo. A cada posible superficie cerrada le correspondería una historia, cada historia en el tiempo imaginario determinaría una historia en el tiempo real. El principio de incertidumbre permite la coexistencia de diferentes universos membrana sujetos a fluctuaciones cuánticas, como especula Stephen Hawking en su obra “un universo en una cáscara de nuez”.

En definitiva, la historia de la ciencia es la historia de la formulación de hipótesis sobre principios inalterables que, sin embargo, pueden ser sustituidos por otros mejores, siempre y cuando, nos permitan acercarnos mejor a la verdad. En ese sentido, el positivismo lógico del círculo de Viena y la epistemología sensualista de Mach, que llegó a fascinar a Einstein y a otros muchos físicos, no deja de ser la adaptación de la segunda vía de Parménides (la empírica) y el abandono de la primera, es decir la vía de la verdad, y la rendición al mundo de los sentidos. Esa es la línea del positivismo de Habermas, Rawls y de otros ideólogos socialdemócratas actuales que han renunciado a buscar la verdad. Al igual que para los sofistas sólo lo verosímil cumple una función, la verdad no importa, la ética pública no existe. Desde entonces la política ha sido una lucha continua entre la verdad y la retórica; entre el mundo de lo real y la mera apariencia oportunista.

Terminaré con el bello poema de Jenófanes que plasma en unos versos la teoría del conocimiento crítico y conjetural, que inspiró a Popper a lo largo de toda su vida:

Los dioses no revelaron desde el principio,
Todas las cosas a los mortales,
sino que ellos, con el transcurso del tiempo,
Mediante la búsqueda, pueden
llegar a conocer mejor las cosas.

viernes, abril 14, 2006

La ideología invisible (el pensamiento de la nueva izquierda radical) - por Jesús Trillo Figueroa

«La civilización es esterilización», ironiza uno de los personajes inadaptados al mundo feliz de Aldous Huxley, murmurando sotto voce la segunda lección hipnopédica de higiene mental y sociabilidad (método de educación y condicionamiento freudiano impartido bajo los efectos de la hipnosis), al observar a dos madres salvajes de Malpaís amamantando a sus retoños. Con esta inquietante representación de la genial novela del escritor británico, nos alerta Jesús Trillo sobre el objetivo último del feminismo radical. Ideologíaque ilumina al Presidente «rojo, utópico y feminista» del Gobierno de España que aspira a acabar con la maternidad como último escalón de la revolución feminista.

Sin duda, y así lo evidencia Jesús Trillo en su lúcido análisis del pensamiento de la izquierda radical en el Gobierno, la ideología dominante en el partido socialista es el feminismo radical desde que Almunia implantara la paridad en su cargos directivos. El lobby feminista se ha convertido desde entonces en el grupo de presión más influyente en el seno del PSOE, bajo la batuta de Micaela Navarro, de la Vega o Carlota Bustelo, impulsando leyes comola del matrimonio homosexual -gran victoria de las feministas a decir del propio Zerolo- o la Ley de violencia de género. Lejos queda ya la tenaz oposición de la socialista Margarita Nelken a la extensión del sufragio universal a las mujeres en el año 1931 por considerarlas un elemento reaccionario de la sociedad.

En la agenda política actual se encuentran las leyes de paridad en las listas electorales, paridad en el seno de los Consejos de administración de las empresas, igualdad en el reparto de tareas domésticas e incluso la prohibición de dedicarse exclusivamente a las tareas del hogar, la plena disponibilidad del cuerpo para abortar, o la criminalización de lo que llaman homofobia (o sea, de quien piense de modo distinto a la nueva ola de contracultura). En su delirante concepción utilitaria del mundo la gestación es para ellos una imposición de la sociedad patriarcal capitalista. Han sustituido así la lucha de clases por la lucha de sexos. Y para ello utilizan el lenguaje creativo de Derrida, con el fin de deconstruir las estructuras sociales (la familia, la maternidad, la propia sexualidad), e igualar a los miembros de la sociedad. Noexisten ya las diferencias de sexo sino de género. Mientras que la utopía marxista culmina con la sociedad sin clases, el feminismo radical aspira a una sociedad sin sexos, en la que sólo subsistan los géneros. Para Simone de Beauvoir la mujer no nace, se hace. La diferencia de sexos es una cuestión cultural, por lo que su auténtica emancipación e igualación se alcanzará mediante una transformación revolucionaria socialista que erradique el concepto tradicional de feminidad sustentado sobre la maternidad. Como contrapunto Jesús Trillo nos propone un neofeminismo que ensalce las virtudes y valores de la mujer y permita su plena participación social con las características diferenciales de su identidad femenina.

Laboriosa y documentadísima vivisección la que realiza este Abogado del Estado y patrono de la FAES en las entrañas de la ideología radical del neosocialismo. Con destreza forense podríamos casi tachar su labor de necrófila si no fuera porque Zapatero ha resucitado de entre los cascotes del marxismo una renovada visión del Estado Mundial de Huxley, sintetizada en la divisa fordiana «Comunidad, identidad, estabilidad». Esa identidad a la que alude el pensador polaco Zygmunt Bauman, se autorrealiza plenamente en una sociedad autónoma en la que los individuos autónomos disponen voluntariamente de su vida. En el ámbito social esa autonomía moral del hombre se manifiesta a través de la plena disposición del Estado sobre la vida y la muerte de sus miembros. No en vano, el artículo 20 del Estatuto catalán sienta las bases de la eutanasia.No cabe duda que la vejez es perjudicial para el Estado del Bienestar. El socialismo necesita hombres sanos y socialmente útiles. Huye como el protagonista de Houellebecq en La posibilidad de una isla de las servidumbres de la edad. La vida no vale nada; el hombre está inmerso en el eterno retorno nietzscheano, suspendido en la nada y consagrado a la muerte. Dios ha muerto. El superhombre nace de sus cenizas cual ave fénix.

El pragmatismo político de Felipe González y su pretendido individualismo de izquierdas abogaba por una «Europa de progreso», que se declaraba heredera de la Ilustración y tutelada por el Estado del Bienestar que a la postre acabaría quebrando bajo el peso del déficit y la burocratización de la sociedad. Ese proyecto hegemónico de izquierdas se ha visto superado por una nueva ideología orgánica surgida del XXXV Congreso del PSOE, en el año 2000, sustentada por movimientos feministas radicales, ecologistas, pacifistas, antiglobalización, etc., y que ambiciona crear un nuevo orden mundial. No optó el socialismo español por la tercera vía de Anthony Giddens, que tan buenos resultados leha dado a Tony Blair, y que postula la socialdemocracia modernizada y el reformismo, sino por un proyecto distinto, rupturista y radical. Todo ello bajo los falsos oropeles de un republicanismo, inspirado por la izquierda americana de Pettit o Barber, que somete al ágora pública la esfera de lo privado y ensalza los valores de la democracia deliberativa. Dialogar, dialogar, dialogar,... no importa sobre qué, no importa con qué fin, no importa con quién.

La Gestalt, o metodología de este nuevo neomarxismo, extrae sus ideales, según Félix Ovejero, portavoz del socialismo después del socialismo, en la igualdad radical -toda desigualdad no elegida libremente debe ser corregida por el Estado, incluidos los talentos naturales, el sexo, etc.-; la fraternidad o comunidad universal que permita el control de la producción y de las ganancias por los trabajadores; el autogobierno o ausencia de dominación y la autorrealización o búsqueda de la felicidad universal la no alienación marxista-.

La raíz de tal proyecto es en términos de Jesús Trillo: el «nihilismo constructivista». En este sentido se niega la posibilidad de conocer la verdad y la mera existencia del bien o el mal. Por boca de Zaratustra: Nada es verdad, todo está permitido. Este es el nihilismo al que según Nietzsche está abocado Europa. Será sobre ese vacío, sobre la nada, que surge el poder creativo, sustituyendo los viejos valores por los nuevos valores de la contracultura hedonista. El nuevo constructivismo no se asienta sobre realidad alguna, sino sobre la voluntad del poder. Los derechos fundamentales no son inherentes al hombre sino que nacen del consenso político. El Derecho Natural, en la concepción escolástica o romana, puede resultar igualmente constructivista y fruto del marco común, al que tantas veces nos hemos referido aquí, pero que duda cabe que la naturaleza de las cosas es una certeza aprehensible. La ley no debe por tanto ser ajena a la realidad natural o social, esta forma o metodología es sin duda propia de los totalitarismos y augura la muerte del hombre.

H.G. Wells reconocía cuatro estadios entre la fe y la incredulidad, el de los que creen en Dios; el de aquellos que dudan, los agnósticos; el de los que niegan, los ateos, que al menos dejan vacante el lugar; y por último, el de aquellos que han instaurado una Iglesia en el puesto de Dios. Es en el altar de esta nueva Iglesia de la izquierda radical española que pretenden sacrificarse los valores propios de las sociedades abiertas y democráticas para construir un mundo utópico, irreal, en el que todos vivan felices con el papel que el Estado le designe, narcotizados bajo los efectos del soma o de la nueva hipnopedia mediática y educativa de la benevolencia universal. Como nos sugiere Huxley en su profética novela: Ahora tenemos el estado mundial. Y las fiestas del día de Ford y los cantos de la comunidad, y los servicios de solidaridad. Todo el mundo pertenece a todo el mundo. Aterrador, ¿verdad?

martes, marzo 28, 2006

Contra el eje del mal

En el bosque de Teutoburgo, allá por el año 9 d.C, tres legiones al mando de Quintilio Varo fueron diezmadas por los germanos. Sus restos permanecieron insepultos hasta que Germánico, unos años más tarde, les dio sepultura y levantó un túmulo en su honor. En los pantanos del río Elms no sólo se derramó la sangre de más de 15.000 legionarios sino que se alumbró el phobos. Así, el historiador griego Tucídides creía que la conducta humana está guiada por el miedo (phobos), el interés propio (kerdos) y el honor (doxa), como nos recuerda Robert D. Kaplan en El retorno de la Antigüedad. Durante generaciones ese miedo marcó la memoria de los romanos, como nos narra Tácito en sus Anales, hasta que las aguas del lethe -el río del olvido- desbordaron la fuerza de sus convicciones e inundaron de sangre las provincias romanas arrasadas por las hordas germanas.

El 11 de septiembre de 2001 el fuego consumió las torres gemelas dejando tras de sí los rescoldos de una nueva era, la era de la sinrazón, la del nihilismo constructivista. La cuarta guerra mundial había comenzado. Al mismo tiempo se renovaba el espíritu patriótico y de defensa de la libertad de una nación golpeada por primera vez salvajemente en su propio territorio.

Si durante la guerra fría la política de contención activa frente a la voracidad soviética, esbozada por George Kennan en su Long Telegram en 1946, marcó la estrategia de EEUU en política exterior y de defensa, sintetizada en la Doctrina Truman, globalizando sus esfuerzos geoestratégicos y escenificando el enfrentamiento lejos de sus fronteras, por el contrario la nueva amenaza global no tiene límites morales o políticos, ni conoce fronteras. Kennan ya introdujo la idea de prevalecer, que implica la hegemonía global benevolente de una nación que aspira a exportar su modelo democrático y al triunfo de la libertad, frente a la de perdurar, que implica victorias sin triunfo augurando la paz de los cementerios. Esa misma idea es la que condiciona la política de Bush en su maniquea y moralmente honesta visión del mundo, y que enfatizó Tony Blair, rememorando a Churchill, tras los atentados del día 7 de junio de 2005 en Londres: We shall prevail.

Todo esto y mucho más nos cuentan Willian Kristol, editor de la revista política The weekly Standard, y Robert Kagan, especialista en relaciones internacionales, en su continuación de Peligros Presentes, que bajo el insinuante título Contra el eje del malnos invita a profundizar en las claves de la política exterior norteamericana de la pluma de diferentes autores neoconservadores. Sin duda, ambos libros constituyen una atalaya privilegiada para conocer las recetas neoconservadoras a las amenazas a las que se enfrentan las democracias liberales en los albores del siglo XXI.

Algunos como Fukuyama vaticinaron el fin de la historia tras la caída del muro de Berlín. La realidad sin embargo hizo añicos estas optimistas previsiones. Un amanecer de septiembre de 2001 sentenció el final de la post-guerra fría, iniciando una nueva era en las relaciones internacionales. En esta era resurge por tercera vez en su historia el Comité de Peligros Presentes, lobby paragubernamental en materia de política de seguridad, creado en 1950 al calor de la doctrina Truman e inspirado por el célebre documento NSC-68 -United States Objectives and Programs for National Security- firmado por el padre de la guerra fría Paul Nitze, que pretendía salvaguardar la integridad y vitalidad de las libertades y derechos individuales que fundamentan la Constitución de Filadelfia de 1787. No menor influencia acaparó el Comité de Peligros Presentes en la era reaganiana inspirando la lucha contra el Imperio del Mal y la guerra de las galaxias, y contribuyendo a superar el período de contra-cultura post-Vietnam, que a la postre terminaría por ahogar a la URSS en sus propias contradicciones. Su tercera reaparición bajo la actual dirección de Richard Pipes, y contando entre sus miembros con el anterior Presidente del Gobierno de España, José María Aznar, se basa en una declaración de principios que aspira a «proteger y extender la democracia mediante la victoria en la guerra global contra el terrorismo y los movimientos e ideologías que los dirigen».

El discurso que George W. Bush pronunció el día 29 de enero de 2002 ante los miembros del Congreso de Estados Unidos conmocionó al mundo. Constituyó una auténtica declaración de guerra contra los Estados canallas y las redes terroristas que amenazan los intereses de Washington y sus aliados en cualquier parte del mundo, y que quedó resumido en la expresión el Eje del Mal. Las líneas centrales de esta estrategia quedaron plasmadas en un documento elaborado por la brillante Consejera de Seguridad Nacional Condolezza Rice.

Medio mundo se escandalizó ante la visión moralista, heredera de la tradición puritana, que transmitía esta concepción maniquea y kantiana del mundo al aspirar como objetivo a la paz perpetua universal en términos de Pax Democratica. Enfrente: los propios Estados canallas y una Unión Europea, que habiendo perdido su condición de enfant gâté, y huérfana de objetivos, y, peor, de ideas,se ha quedado anclada en su defensa de la tolerancia westfaliana y de real politik bismarckiana. El ex-Ministro de Asuntos Exteriores francés, Hubert Védrine, acuñó el término hiperpotencia americana para describir la unipolaridad de la escena internacional, lo que pone de manifiesto la bisoñez de ciertos dirigentes europeos que contemplan a su tradicional aliado, no sin cierta envidia, desde la confrontación. El liderazgo que sin duda ha asumido los Estados Unidos en la defensa de la civilización amenazada por sus enemigos de siempre -los neomarxistas-, o las nuevas camadas islamofascistas, sólo debería atemorizar a éstos y no a sus aliados. Paul Wolfowitz, Secretario de Defensa estadounidense, lo definió de esta guisa: «Demostrar que tus amigos serán protegidos y atendidos, que tus enemigos serán castigados y que aquellos que rechazaron apoyarte se arrepentirán de no haberlo hecho».

El eje del mal se encarna en el régimen iraquí de Saddam, en el de los clérigos islamistas de Irán, y el comunista de Corea del Norte. En su programa para la pax perpetua americana, resumido aquí por los editores Kristol y Kagan, se exponen las razones para derrocar a Saddam y se perfilan las bases de la política frente a los otros dos Estados canallas. Lo que nos queda claro tras leerlo es que el pretendido diálogo de civilizaciones anunciado por Khatami en 1998, y del que el actual Presidente español Zapatero se ha convertido en heraldo, no es más que una tregua-trampa para la inevitable confrontación entre dos visiones opuestas del mundo.

La historia nos enseña lecciones importantes. Conscientes de ello, los neocons se inspiran en el historiador Tucídides que elaboró uno de los relatos militares más imponentes jamás escritos, la Historia de la Guerra del Peloponeso. En ella, se explica la derrota del imperio democrático de Atenas frente a la totalitaria Esparta a causa de las oscuras fuerzas de la naturaleza que llevaron a los atenienses a claudicar ante un brote de peste que evidenció su falta de virtud. Como nos recuerda Tucídides, Sun Zu, o más tarde Clausewitz, la guerra no es una aberración sino la continuación de la diplomacia por otros medios, en expresión de este último. Los atenienses sin embargo desoyeron las advertencias de Pericles que, en su imperecedera oración fúnebre, trató de levantar su derrotado ánimo diciéndoles: la felicidad se basa en la libertad y la libertad en el coraje por lo que no miréis con inquietud los peligros de la guerra.

La desaparición del comunismo soviético no ha liberado a Estados Unidos de su carga, por el contrario como ya estableciese Thomas Jefferson: "Estamos convencidos, y actuamos sobre la base de esa convicción, de que,tanto respecto de las naciones como de los individuos, nuestros intereses cabalmente calculados permanecerán para siempre inseparables de nuestros deberes morales. El fracaso en asumir esas convicciones debilita no sólo a los Estados Unidos sino a la causa de la libertad en el mundo".

lunes, marzo 13, 2006

La Yihad en España – Gustavo de Arístegui

Yihad significa lucha por el camino de Dios. Hay quien distingue, como Gustavo de Arístegui, diplomático y portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados, entre Yihad akbar o yihad ashgar, es decir yihad grande o yihad pequeña. La primera es la que debe seguir todo buen creyente, y significa esfuerzo ético y espiritual y el fiel cumplimiento de los cinco pilares del Islam -profesión de fe en Allah y su profeta, la oración ritual, la limosna, el ayuno y la peregrinación a La Meca-, , y la segunda es la que predica la guerra santa. La guerra contra el infiel y la expansión mundial de Dar al- Islam.

Como nos cuenta el árabe jesuita, Samir Khalil Samir, en Cien preguntas sobre el Islam, el problema del Corán es su rigidez normativa y la ausencia de una autoridad máxima que regule la interpretación y cumplimiento del mismo. Así, los eruditos musulmanes distinguen las azoras de La Meca y las de Medina pero, a pesar de las contradicciones entre unas y otras, todas ellas están vigentes. Como el versículo de la espada (azora de la Vaca II, 187) que, en referencia a los «pacíficos», proclama: Matadlos donde los encontréis. De este modo, aunque los ulemas no compartan la interpretación de este versículo no pueden condenarlo. Por ello, cualquier fiel puede decidir entre la lucha espiritual sin más o la lucha bélica contra los infieles.

En su libro La Yihad en España, Arístegui establece tres fases distintas de la acción bélica. En primer lugar, el derrocamiento de los regímenescorruptos y apóstatas árabes; la recuperación de los territorios perdidos del Islam -lo que incluye el califato otomano y Al-Andalus- y el establecimiento de un nuevo orden mundial, un orden de terror, con la expansión del Islam por todo el orbe. Entre los objetivos de todo buen musulmán, incluidos los más moderados, se encuentra, sin la menor duda, la recuperación de Al-Andalus; territorio que se extiende allende los pueblos vacceos, siguiendo la estela de las razzias de Almanzor hasta la sagrada ciudad peregrina. El mito paradisíaco de su esplendor andalusí reverbera todavía a día de hoy en las mentes de los fieles y de muchos occidentales deslumbrados por los destellos de un falso recuerdo de una pacífica alianza de las gentes del libro bajo dominio musulmán. Un legado que falsamente difundiera Américo Castro ante la circunspecta mirada de Sánchez Albornoz que tanto esfuerzo dedicóa revelar el enigma histórico de España.

En su obra Dostoïevski en Manhattan, Glucksmann apuntaba al nihilismo de Stavrogin como trasunto de los yihadistas actuales; acertadamente critica Arístegui a aquellos intelectuales europeos que vislumbran la mano del nihilismo tras los atentados del 11 de septiembre. Por el contrario, nos dice que el islamismo persigue, mediante una estrategia del terror,doblegar a sus enemigos, y expandir la Umma universal. Para ello, como ufanamente señalara en su estrategia yihadista el segundo de Bin Laden, Ayman Al-Zawahiri -nos lo cuenta Kepel en su excelsa obra La Yihad-, no dudarán en aprovechar las contradicciones y la debilidad de los sistemas democráticos occidentales. Se trata de islamizar Europa, debilitando sus valores gracias al relativismo multicultural imperante. Todo es válido. El espíritu de tolerancia religiosa al que se refería Locke en su famosa Carta a la Tolerancia y que inspirara la paz de Westfalia, ha dado paso a una vaporosa relativización de los valores y principios de la cultura Occidental. Así, la penetración del islamismo en las ciudades europeas es ya una realidad. Muchas veces a la sombra del wahabismo saudí, que utiliza los petrodólares para financiar la construcción de mezquitas como la de la M-30 en Madrid o la de Finsbury Park en Londonistán, en donde se localizaron, en el año 2003, importantes cantidades de material destinado a cometer atentados.

No es posible la alianza de civilizaciones, porque civilización sólo hay una, la construida sobre la sangre y el esfuerzo de todos aquellos que dieron su vida para liberar al hombre de las cadenas de la servidumbre. Como nos recuerda César Vidal en España frente al Islam, no existe un choque de civilizaciones -negando virtualidad a la famosa teoría de Huntington-, lo que estamos viviendo es un choque de tiempos.

¿Es posible entonces un entendimiento entre ambas culturas? Sí, afirma Arístegui; rearmando moralmente a Occidente y defendiendo sus principios y valores. En su libro El islamismo contra el Islam trata Arístegui de deslindar el islamismo -siempre radical- del Islam moderado, a pesar de que un treinta por ciento de los musulmanes en el mundo simpatizan con la yihad así se desprende del Plan de acción del ex Consejero norteamericano de Seguridad Nacional, Richard Clarke, para derrotar a los yihadistas. No obstante, afirma, no debemos perder de vista que las primeras víctimas de los radicales son los musulmanes moderados a los que consideran apóstatas. Si flaqueamos en la defensa de los valores de nuestra sociedad transmitiremos a los terroristas y a nuestros aliados árabes una imagen de debilidad. Así, para frenar la ola yihadista es necesario implementar políticas de inmigración razonables que primen la integración frente a la trampa del multiculturalismo. Utilizan, sin duda, las organizaciones islamistas, el tráfico de seres humanos para financiar sus actividades y para penetrar con sus peones en nuestras sociedades. No podemos actuar pasivamente frente a la «conquista silenciosa», sustentada sobre un nivel de natalidad muy superior. Y no bajar los brazos en la defensa de nuestros valores, porque como decía Shumpeter, si bien éstos pueden no ser absolutos, son los nuestros, y es, por tanto, nuestra obligación defenderlos hasta las últimas consecuencias.

No puede Europa permitirse, y España menos que nadie, la infiltración de las redes de financiación, reclutamiento y proselitismo del fundamentalismo islámico en nuestras sociedades. La condescendencia, como la mostrada por el actual Gobierno de España, con personas de talante y discurso torticeramente moderados, al estilo de Tarik Ramadán, nieto de Hassan al-Bannah, fundador de los Hermanos Musulmanes -organización clave en el yihadismo moderno e inspirada por el pensamiento radical de Sayyid Qotb- sólo alienta el esfuerzo de los yihadistas para seguir debilitando los principios sobre los que se asientan nuestras democracias y confundiendo las políticas necesarias para derrotar a los terroristas. Es la estrategia del "pie en el quicio de la puerta" que utilizan las organizaciones islamistas, reclamando el uso de nuestros lugares de culto como en el caso de la mezquita-catedral de Córdoba, en un revisionismo histórico que tiene por objetivo reislamizar Al- Andalus, y que ha encontrado el manto protector de los neomarxistas reciclados que han visto la posibilidad de derrotar a las democracias liberales usando el ariete del Islam.

La lucha contra las redes de financiación de los terroristas, que extorsionan a musulmanes en los barrios de nuestras ciudades con el recurso a uno de los pilares del Islam, la limosna o zaqat, o la utilización de negocios aparentemente legales como las carnicerías Halal. La cooperación policial internacional, y la profundización en el Espacio de Seguridad, Justicia y Libertad entre los países miembros de la Unión Europea. El fortalecimiento de los lazos de amistad con nuestros vecinos del Magreb, especialmente Marruecos, al que debe hacerse entender la resoluta convicción de España en la defensa de sus territorios. Todo ello son puntos clave para acabar con la lacra del terrorismo internacional.

Y, sobre todo, debemos reclamar en nombre de la tolerancia el derecho a no tolerar a los intolerantes. Sólo reivindicando con la misma fuerza que lo hace Oriana Fallaci el orgullo de nuestra cultura, y mediante el uso de la razón, pilar de la civilización Occidental, seremos capaces de vencer en este guerra globalizada de cuarta generación.

martes, febrero 21, 2006

El manantial - Ayn Rand

Si se escondía algún propósito oculto, bajo las últimas reseñas en este rincón de confidencias, era posiblemente esbozar lo que con sublime percepción nos revela Ayn Rand en esta deslumbrante novela de efectos revitalizantes. Autora, entre otras obras inigualables, de la Rebelión de Atlas e Himno*, es la precursora de la filosofía del objetivismo que encumbra a Prometeo al lugar donde le corresponde por inventar el fuego.En este sentido, el hombre es un fin en sí mismo, y, la razón su arma principal para aprehender la realidad de los hechos, alejada de toda visión metafísica que perturbe su percepción. Huye Rand del monismo ingenuo, que confunde las normas (leyes naturales) con los hechos, y aspira al dualismo o racionalismo crítico al que Karl Popper nos acerca a través de La sociedad abierta y sus enemigos.

Si bien, su obra literaria trasluce el realismo de su filosofía, la visión que nos da es, ante todo, romántica y artística. De este modo, esculpe sus personajes con la concienzuda precisión del artista enamorado de su proyecto. Howard Roark o John Galt, personajes de sus novelas, no son de este mundo; son la idealización del hombre como debería ser, en toda su belleza, a la que Ayn Rand aspira con la firmeza inquebrantable de sus convicciones. La imagen corpórea de Howard Roark, el arquitecto que protagoniza El Manantial, retrata su visión del mundo y deja entrever la fuerte personalidad de su ego. Un ego puro y cristalino no contaminado por el detritus de vulgaridad colectiva.

A través de Gombrich descubrimos las dificultades de aquellos artistas que intentaron introducir la arquitectura moderna -simple en las formas, incluso fea, pero de una belleza natural sobrecogedora, al estilo de Caravaggio, y, destinada al confort de sus moradores- en un ambiente en donde el Arte -con A mayúscula- ahogaba la creatividad del artista imponiendo estilos góticos, renacentistas o, en ocasiones, eclécticos, y, siempre de segunda mano. Roark se mantiene fiel a sí mismo, a su proyecto en la vida, sin dejarse afectar por los estilos y la presión externa. Nada le perturba; ni los clientes, ni las penurias económicas, consiguen transformar su idea de la belleza que exterioriza a través de sus angulosas construcciones y erizados rascacielos. De este modo, se granjea el odio de los colectivistas, de aquellos que aspiran a la felicidad del conjunto y matan el ego para obtener algo que está fuera de su alcance: la felicidad colectiva.

Si hay un personaje opuesto a la obra de Roark es Ellsworth Toohey, predicador mediático, cuya debilidad física, y mente brillante pero perversa, le impulsará enfermizamente a buscar el poder. En uno de los diálogos finales de esta novela,Toohey devela a la perfección sus intenciones, que curiosamente nos recuerdan el monstruo al que se refería Houellebeck en La posibilidad de una isla o el propio Raspail en El Campamento de los Santos. Así, explica a Peter Keating, uno de sus muchos engranajes humanos, otro arquitecto, amigo de Roark, y mente lobotomizada por el monstruo, cómo su objetivo es quebrar el alma de los hombres. Hacer que el hombre se sienta pequeño, culpable -recordemos la rebelión del hombre por la expulsión de El Paraíso Perdido de Milton-;matar sus ideales y su integridad, predicando el altruismo, anulando su ego y obligándole a vivir por los demás. El hombre pierde todo su valor;su grandeza y poder creativo deben ser destruidos para abrir paso a la vulgaridad, al relativismo, a la renuncia de los gozos en esta vida. No fumes, no bebas, no trates de enriquecerte, si algo te hace feliz eres culpable, debes sentirte culpable. La razón, arma principal del hombre, debe ser limitada; lo único verdadero son los sentidos, la fe, la revelación, la raza, la tribu, el materialismo Dialéctico. La razón te susurra que si un falso profeta te habla de sacrificio, es que hay amos y esclavos, y él pretende ser el amo. Mata, por tanto, la razón, y el mundo será tuyo. Mata la individualidad y ensalza lo vulgar, y comerán de tu mano. El gobierno de la estupidez. Todos sonreirán y obedecerán. Nos recuerda Toohey: ¿Has notado que los imbéciles siempre sonríen?. A pesar de estas confesiones, enigmáticamente, Keating le inquiere: No te vayas, Ellsworth. Su alma está muerta.

Erich Fromm nos habló de la individuación del ser humano, proceso que liberará al hombre de sus cadenas, de su carga de culpa, de su vínculo primario con la Madre Naturaleza. Rand nos enseña esa posibilidad a través de Roark y sus denodados esfuerzos por conservar lo más valioso de su ser: su ego. El verdadero egoísmo es bello, natural, gratificante; nada hay más armónico que dos seres humanos intercambiando el producto de su esfuerzo, de su creatividad. Es un acto de amor. La piedad, sin embargo, implica superioridad; el altruismo implica desprecio superlativo hacia el ser humano; la solidaridad implica sumisión, dominación, infelicidad. La única solidaridad posible es la lealtad con uno mismo, porque el que no se ama a sí mismo, no puede amar a los demás. El que así actúa únicamente siente desprecio, y sólo busca mitigar su carga de culpa, redimiéndola con un acto de ofrenda al monstruo devorador de almas.

Unos pocos entenderán el mensaje que transmite Roark con su obra, pero le defenderán apasionadamente como quien defiende un bien muy preciado. Su mensaje es un mensaje de amor y de esperanza. El hombre tiene derecho a buscar la felicidad. No debe vivir para los demás. Contrapone Ayn Rand Europa a los EEUU en donde el individuo prima por encima del colectivo. Este mensaje es válido hoy también [la novela se pergeña bajo el ascenso de Hitler al poder y, la escritora de origen ruso había escapado, a su vez, de las fauces del comunismo], pero se nos muestra mucho más sutil y peligroso,a la manera de Ellsworth. El monstruo inocula su veneno progresivamente a través de sus resortes humanos encumbrados en la literatura, el cine, el arte, los medios de comunicación, la política. Todo con la misma finalidad de destruir el alma del hombre y volverlo contra sí mismo, doblegar su ego y someterlo, sacrificarlo por el bien de ¿todos? La civilización, como muy bien dice Roark en su alegato final, es el proceso que consiste en liberar al hombre del hombre. Y sobre todo recuerda, no sonrías, cuando el mundo te escupe su cochina vulgaridad.


* Por indicación de un amable lector, señalamos que el título de la edición española es ¡Vivir!