Los Hijos de la Luz dieron vida a las pirámides a la gloria del Gran Arquitecto del Universo, que manifiesta sus secretos a los iniciados a través del simbolismo de la geometría. Según la mitología masónica, el saber esotérico de la hermandad proviene de la época prehistórica,anterior al Gran Diluvio Universal año 3150 a.C.-, y habría sido difundido por maestros como Nemrod, creador de las logias Babilónicas; Abraham, que enseñó las ciencias secretas a los egipcios; Solón el legislador; el profeta Moisés; el matemático Pitágoras; el mago Zoroastro, los druidas, los templarios o los constructores de catedrales. Es ese componente de transmisión del saber iniciático y secreto, presuntamente ligado a la religión del Antiguo Egipto y a las religiones mistéricas de la Antigüedad, así como a movimientos gnósticos y ocultistas posteriores, el que predomina en la francmasonería.
El egiptólogo masón Christian Jacq nos transmite sus revelaciones en su libro denominado La masonería: historia e iniciación, en donde pretende, con escasa credibilidad, remontar el origen de esta secta al país de los faraones. Los dioses egipcios Osiris e Isis simbolizarían así el ser supremo y la naturaleza universal, representados por el sol y la luna. La resurrección de Osiris, el rey-dios asesinado por su hermano Seth, forma parte del mito central de la francmasonería, como nos recuerda el cenotafio de Seti I. Con la idealización de este mito los iniciados pretenderán resucitar a HiramAbiff, el maestro de obras del Templo de Salomón -«el hijo de la viuda»- cuyo espíritu renace en cada maestro-albañil. Hasta que el constructor no es iniciado permanece en la sombra y, sólo a través de la comprensión del rito se convertirá en un Hijo de la Luz, que se encargará de propagar los arcanos entre sus hermanos y por el mundo.
En su novela Los hijos de la Luz, ganadora del Premio Ciudad Torrevieja 2005, César Vidal nos transporta a un mundo de misterio, crímenes y erudición en el que sus protagonistas se las tendrán que ver con Espartaco, seudónimo del fundador de los Illuminati. Esta secta masónica, creada en 1776 en Ingolstadt-Baviera-, y proscrita diez años más tarde, sostiene que Lucifer ha revelado la luz al género humano.
El cuerpo mutilado de un joven es encontrado por un cazador en un bosque de Ingolstadt. A partir de aquí, nuestros protagonistas, el detective Wilhelm Koch y su fiel ayudante Steiner, se embarcan en un mundo desconocido para ellos que les traerágraves consecuencias. En el curso de esa inmersión en las tinieblas del esoterismo místico y luciferino de la secta masónica, contarán con la ayuda del experto grafólogo, y sabio de origen protestante, Lebendig, que iluminarásus pasos en la búsqueda y captura de los responsables del horrendo crimen.
Vidal juega, con minuciosa asincronía poliédrica, con los planos temporales y espaciales, alternando Baviera-1775, y París-1794, para conducirnos a través de una trama intensa y bien trenzada a una escena final de sorprendente talla. El trasfondo de las revelaciones que se irán descubriendo sobre la secta de los Illuminati nos lleva a un período de revoluciones y terror, en el que los personajes de la novela se convierten en verdaderos protagonistas de los acontecimientos históricos.
La masonería moderna, a raíz de la creación de la Gran Logia de Inglaterra en 1717, y de la redacción de las Constituciones de Anderson, forjó el mito del hombre ilustrado frente al homo religiosus nietzscheano. Es el mito, en definitiva, del hombre nuevo, surgido de la luz del conocimiento humano, frente a las tinieblas de la fe religiosa. Por otro lado, las Constituciones afirman que un masón es un sujeto pacífico sujeto a los poderes civiles, y que nunca se va a implicar en las conspiraciones o conjuras contra la paz y el bienestar de la nación. Nada más lejos de la realidad.
Sociedades secretas, ocultistas, manifiestamente anticristianas y propensas a ritos demoníacos, no mantuvieron el prurito de buen comportamiento al que decían someterse. En no pocas ocasiones, acogieron en su seno a vividores de toda estirpe y condición, de entre los que destacan Casanova o Cagliostro, o, encubrieron con el velo de la omertá crímenes como el que nos relata en su novela César Vidal. El carácter secreto de las logias, su estricta jerarquía piramidal, y su eficacia para infiltrarse en los resortes del poder como medio para derrocar el sistema y recrear el paraíso terrenal, les llevará a participar en la mayoría de los movimientos revolucionarios e independentistas desde el siglo XVIII. En 1790 advertía el embajador español en París, según nos cuenta Vidal en su libro Los Masones: la sociedad secreta más influyente de la historia, que la masonería estaba preparando una revolución que se extendería por toda Europa. Así sucedió en parte. En 1793, el Gran Maestro del Gran Oriente Francés, Felipe, duque de Orleáns, que se haría llamar «Felipe Igualdad», tendría una decisiva participación en el proceso que acabaría con la vida de Luis XVI. Su cabeza rodaría en el cadalso por los salvíficos efectos igualitaristas de un invento de otro masón símbolo del período revolucionario del Terror: el Dr. Guillotin.
En nuestro país, la masonería ejercería una enorme influencia en el ejército y en las revoluciones liberales del siglo XIX, y, no en menor medida, en los procesos de independencia de las colonias hispanoamericanas. Más tarde, representaría su papel antisistema durante la Semana Trágica de 1909, la frustrada revolución de 1917 o la de octubre del 34. Su infiltración en las fuerzas antisistema, tanto en las anarquistas, socialistas o catalanistas, fue notable.
Hoy la política de acoso a la Iglesia Católica del Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, cuyo abuelo militar era masón, y la de sus socios de Esquerra, que han pedido se indemnice a los masones perseguidos por Franco, nos retrotrae a un siglo pasado en donde las utopías terrenales sólo trajeron violencia y dictaduras. Quizá porque a algunos -caso del escritor, y presidente del jurado del Premio Torrevieja 2005, Caballero Bonald- les deslumbra el reflejo del Terror que encierran sus nocivas utopías revolucionarias, consideran la novela de César Vidal ideológicamente detestable.
El egiptólogo masón Christian Jacq nos transmite sus revelaciones en su libro denominado La masonería: historia e iniciación, en donde pretende, con escasa credibilidad, remontar el origen de esta secta al país de los faraones. Los dioses egipcios Osiris e Isis simbolizarían así el ser supremo y la naturaleza universal, representados por el sol y la luna. La resurrección de Osiris, el rey-dios asesinado por su hermano Seth, forma parte del mito central de la francmasonería, como nos recuerda el cenotafio de Seti I. Con la idealización de este mito los iniciados pretenderán resucitar a HiramAbiff, el maestro de obras del Templo de Salomón -«el hijo de la viuda»- cuyo espíritu renace en cada maestro-albañil. Hasta que el constructor no es iniciado permanece en la sombra y, sólo a través de la comprensión del rito se convertirá en un Hijo de la Luz, que se encargará de propagar los arcanos entre sus hermanos y por el mundo.
En su novela Los hijos de la Luz, ganadora del Premio Ciudad Torrevieja 2005, César Vidal nos transporta a un mundo de misterio, crímenes y erudición en el que sus protagonistas se las tendrán que ver con Espartaco, seudónimo del fundador de los Illuminati. Esta secta masónica, creada en 1776 en Ingolstadt-Baviera-, y proscrita diez años más tarde, sostiene que Lucifer ha revelado la luz al género humano.
El cuerpo mutilado de un joven es encontrado por un cazador en un bosque de Ingolstadt. A partir de aquí, nuestros protagonistas, el detective Wilhelm Koch y su fiel ayudante Steiner, se embarcan en un mundo desconocido para ellos que les traerágraves consecuencias. En el curso de esa inmersión en las tinieblas del esoterismo místico y luciferino de la secta masónica, contarán con la ayuda del experto grafólogo, y sabio de origen protestante, Lebendig, que iluminarásus pasos en la búsqueda y captura de los responsables del horrendo crimen.
Vidal juega, con minuciosa asincronía poliédrica, con los planos temporales y espaciales, alternando Baviera-1775, y París-1794, para conducirnos a través de una trama intensa y bien trenzada a una escena final de sorprendente talla. El trasfondo de las revelaciones que se irán descubriendo sobre la secta de los Illuminati nos lleva a un período de revoluciones y terror, en el que los personajes de la novela se convierten en verdaderos protagonistas de los acontecimientos históricos.
La masonería moderna, a raíz de la creación de la Gran Logia de Inglaterra en 1717, y de la redacción de las Constituciones de Anderson, forjó el mito del hombre ilustrado frente al homo religiosus nietzscheano. Es el mito, en definitiva, del hombre nuevo, surgido de la luz del conocimiento humano, frente a las tinieblas de la fe religiosa. Por otro lado, las Constituciones afirman que un masón es un sujeto pacífico sujeto a los poderes civiles, y que nunca se va a implicar en las conspiraciones o conjuras contra la paz y el bienestar de la nación. Nada más lejos de la realidad.
Sociedades secretas, ocultistas, manifiestamente anticristianas y propensas a ritos demoníacos, no mantuvieron el prurito de buen comportamiento al que decían someterse. En no pocas ocasiones, acogieron en su seno a vividores de toda estirpe y condición, de entre los que destacan Casanova o Cagliostro, o, encubrieron con el velo de la omertá crímenes como el que nos relata en su novela César Vidal. El carácter secreto de las logias, su estricta jerarquía piramidal, y su eficacia para infiltrarse en los resortes del poder como medio para derrocar el sistema y recrear el paraíso terrenal, les llevará a participar en la mayoría de los movimientos revolucionarios e independentistas desde el siglo XVIII. En 1790 advertía el embajador español en París, según nos cuenta Vidal en su libro Los Masones: la sociedad secreta más influyente de la historia, que la masonería estaba preparando una revolución que se extendería por toda Europa. Así sucedió en parte. En 1793, el Gran Maestro del Gran Oriente Francés, Felipe, duque de Orleáns, que se haría llamar «Felipe Igualdad», tendría una decisiva participación en el proceso que acabaría con la vida de Luis XVI. Su cabeza rodaría en el cadalso por los salvíficos efectos igualitaristas de un invento de otro masón símbolo del período revolucionario del Terror: el Dr. Guillotin.
En nuestro país, la masonería ejercería una enorme influencia en el ejército y en las revoluciones liberales del siglo XIX, y, no en menor medida, en los procesos de independencia de las colonias hispanoamericanas. Más tarde, representaría su papel antisistema durante la Semana Trágica de 1909, la frustrada revolución de 1917 o la de octubre del 34. Su infiltración en las fuerzas antisistema, tanto en las anarquistas, socialistas o catalanistas, fue notable.
Hoy la política de acoso a la Iglesia Católica del Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, cuyo abuelo militar era masón, y la de sus socios de Esquerra, que han pedido se indemnice a los masones perseguidos por Franco, nos retrotrae a un siglo pasado en donde las utopías terrenales sólo trajeron violencia y dictaduras. Quizá porque a algunos -caso del escritor, y presidente del jurado del Premio Torrevieja 2005, Caballero Bonald- les deslumbra el reflejo del Terror que encierran sus nocivas utopías revolucionarias, consideran la novela de César Vidal ideológicamente detestable.
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