Yihad significa lucha por el camino de Dios. Hay quien distingue, como Gustavo de Arístegui, diplomático y portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados, entre Yihad akbar o yihad ashgar, es decir yihad grande o yihad pequeña. La primera es la que debe seguir todo buen creyente, y significa esfuerzo ético y espiritual y el fiel cumplimiento de los cinco pilares del Islam -profesión de fe en Allah y su profeta, la oración ritual, la limosna, el ayuno y la peregrinación a La Meca-, , y la segunda es la que predica la guerra santa. La guerra contra el infiel y la expansión mundial de Dar al- Islam.
Como nos cuenta el árabe jesuita, Samir Khalil Samir, en Cien preguntas sobre el Islam, el problema del Corán es su rigidez normativa y la ausencia de una autoridad máxima que regule la interpretación y cumplimiento del mismo. Así, los eruditos musulmanes distinguen las azoras de La Meca y las de Medina pero, a pesar de las contradicciones entre unas y otras, todas ellas están vigentes. Como el versículo de la espada (azora de la Vaca II, 187) que, en referencia a los «pacíficos», proclama: Matadlos donde los encontréis. De este modo, aunque los ulemas no compartan la interpretación de este versículo no pueden condenarlo. Por ello, cualquier fiel puede decidir entre la lucha espiritual sin más o la lucha bélica contra los infieles.
En su libro La Yihad en España, Arístegui establece tres fases distintas de la acción bélica. En primer lugar, el derrocamiento de los regímenescorruptos y apóstatas árabes; la recuperación de los territorios perdidos del Islam -lo que incluye el califato otomano y Al-Andalus- y el establecimiento de un nuevo orden mundial, un orden de terror, con la expansión del Islam por todo el orbe. Entre los objetivos de todo buen musulmán, incluidos los más moderados, se encuentra, sin la menor duda, la recuperación de Al-Andalus; territorio que se extiende allende los pueblos vacceos, siguiendo la estela de las razzias de Almanzor hasta la sagrada ciudad peregrina. El mito paradisíaco de su esplendor andalusí reverbera todavía a día de hoy en las mentes de los fieles y de muchos occidentales deslumbrados por los destellos de un falso recuerdo de una pacífica alianza de las gentes del libro bajo dominio musulmán. Un legado que falsamente difundiera Américo Castro ante la circunspecta mirada de Sánchez Albornoz que tanto esfuerzo dedicóa revelar el enigma histórico de España.
En su obra Dostoïevski en Manhattan, Glucksmann apuntaba al nihilismo de Stavrogin como trasunto de los yihadistas actuales; acertadamente critica Arístegui a aquellos intelectuales europeos que vislumbran la mano del nihilismo tras los atentados del 11 de septiembre. Por el contrario, nos dice que el islamismo persigue, mediante una estrategia del terror,doblegar a sus enemigos, y expandir la Umma universal. Para ello, como ufanamente señalara en su estrategia yihadista el segundo de Bin Laden, Ayman Al-Zawahiri -nos lo cuenta Kepel en su excelsa obra La Yihad-, no dudarán en aprovechar las contradicciones y la debilidad de los sistemas democráticos occidentales. Se trata de islamizar Europa, debilitando sus valores gracias al relativismo multicultural imperante. Todo es válido. El espíritu de tolerancia religiosa al que se refería Locke en su famosa Carta a la Tolerancia y que inspirara la paz de Westfalia, ha dado paso a una vaporosa relativización de los valores y principios de la cultura Occidental. Así, la penetración del islamismo en las ciudades europeas es ya una realidad. Muchas veces a la sombra del wahabismo saudí, que utiliza los petrodólares para financiar la construcción de mezquitas como la de la M-30 en Madrid o la de Finsbury Park en Londonistán, en donde se localizaron, en el año 2003, importantes cantidades de material destinado a cometer atentados.
No es posible la alianza de civilizaciones, porque civilización sólo hay una, la construida sobre la sangre y el esfuerzo de todos aquellos que dieron su vida para liberar al hombre de las cadenas de la servidumbre. Como nos recuerda César Vidal en España frente al Islam, no existe un choque de civilizaciones -negando virtualidad a la famosa teoría de Huntington-, lo que estamos viviendo es un choque de tiempos.
¿Es posible entonces un entendimiento entre ambas culturas? Sí, afirma Arístegui; rearmando moralmente a Occidente y defendiendo sus principios y valores. En su libro El islamismo contra el Islam trata Arístegui de deslindar el islamismo -siempre radical- del Islam moderado, a pesar de que un treinta por ciento de los musulmanes en el mundo simpatizan con la yihad así se desprende del Plan de acción del ex Consejero norteamericano de Seguridad Nacional, Richard Clarke, para derrotar a los yihadistas. No obstante, afirma, no debemos perder de vista que las primeras víctimas de los radicales son los musulmanes moderados a los que consideran apóstatas. Si flaqueamos en la defensa de los valores de nuestra sociedad transmitiremos a los terroristas y a nuestros aliados árabes una imagen de debilidad. Así, para frenar la ola yihadista es necesario implementar políticas de inmigración razonables que primen la integración frente a la trampa del multiculturalismo. Utilizan, sin duda, las organizaciones islamistas, el tráfico de seres humanos para financiar sus actividades y para penetrar con sus peones en nuestras sociedades. No podemos actuar pasivamente frente a la «conquista silenciosa», sustentada sobre un nivel de natalidad muy superior. Y no bajar los brazos en la defensa de nuestros valores, porque como decía Shumpeter, si bien éstos pueden no ser absolutos, son los nuestros, y es, por tanto, nuestra obligación defenderlos hasta las últimas consecuencias.
No puede Europa permitirse, y España menos que nadie, la infiltración de las redes de financiación, reclutamiento y proselitismo del fundamentalismo islámico en nuestras sociedades. La condescendencia, como la mostrada por el actual Gobierno de España, con personas de talante y discurso torticeramente moderados, al estilo de Tarik Ramadán, nieto de Hassan al-Bannah, fundador de los Hermanos Musulmanes -organización clave en el yihadismo moderno e inspirada por el pensamiento radical de Sayyid Qotb- sólo alienta el esfuerzo de los yihadistas para seguir debilitando los principios sobre los que se asientan nuestras democracias y confundiendo las políticas necesarias para derrotar a los terroristas. Es la estrategia del "pie en el quicio de la puerta" que utilizan las organizaciones islamistas, reclamando el uso de nuestros lugares de culto como en el caso de la mezquita-catedral de Córdoba, en un revisionismo histórico que tiene por objetivo reislamizar Al- Andalus, y que ha encontrado el manto protector de los neomarxistas reciclados que han visto la posibilidad de derrotar a las democracias liberales usando el ariete del Islam.
La lucha contra las redes de financiación de los terroristas, que extorsionan a musulmanes en los barrios de nuestras ciudades con el recurso a uno de los pilares del Islam, la limosna o zaqat, o la utilización de negocios aparentemente legales como las carnicerías Halal. La cooperación policial internacional, y la profundización en el Espacio de Seguridad, Justicia y Libertad entre los países miembros de la Unión Europea. El fortalecimiento de los lazos de amistad con nuestros vecinos del Magreb, especialmente Marruecos, al que debe hacerse entender la resoluta convicción de España en la defensa de sus territorios. Todo ello son puntos clave para acabar con la lacra del terrorismo internacional.
Y, sobre todo, debemos reclamar en nombre de la tolerancia el derecho a no tolerar a los intolerantes. Sólo reivindicando con la misma fuerza que lo hace Oriana Fallaci el orgullo de nuestra cultura, y mediante el uso de la razón, pilar de la civilización Occidental, seremos capaces de vencer en este guerra globalizada de cuarta generación.
Como nos cuenta el árabe jesuita, Samir Khalil Samir, en Cien preguntas sobre el Islam, el problema del Corán es su rigidez normativa y la ausencia de una autoridad máxima que regule la interpretación y cumplimiento del mismo. Así, los eruditos musulmanes distinguen las azoras de La Meca y las de Medina pero, a pesar de las contradicciones entre unas y otras, todas ellas están vigentes. Como el versículo de la espada (azora de la Vaca II, 187) que, en referencia a los «pacíficos», proclama: Matadlos donde los encontréis. De este modo, aunque los ulemas no compartan la interpretación de este versículo no pueden condenarlo. Por ello, cualquier fiel puede decidir entre la lucha espiritual sin más o la lucha bélica contra los infieles.
En su libro La Yihad en España, Arístegui establece tres fases distintas de la acción bélica. En primer lugar, el derrocamiento de los regímenescorruptos y apóstatas árabes; la recuperación de los territorios perdidos del Islam -lo que incluye el califato otomano y Al-Andalus- y el establecimiento de un nuevo orden mundial, un orden de terror, con la expansión del Islam por todo el orbe. Entre los objetivos de todo buen musulmán, incluidos los más moderados, se encuentra, sin la menor duda, la recuperación de Al-Andalus; territorio que se extiende allende los pueblos vacceos, siguiendo la estela de las razzias de Almanzor hasta la sagrada ciudad peregrina. El mito paradisíaco de su esplendor andalusí reverbera todavía a día de hoy en las mentes de los fieles y de muchos occidentales deslumbrados por los destellos de un falso recuerdo de una pacífica alianza de las gentes del libro bajo dominio musulmán. Un legado que falsamente difundiera Américo Castro ante la circunspecta mirada de Sánchez Albornoz que tanto esfuerzo dedicóa revelar el enigma histórico de España.
En su obra Dostoïevski en Manhattan, Glucksmann apuntaba al nihilismo de Stavrogin como trasunto de los yihadistas actuales; acertadamente critica Arístegui a aquellos intelectuales europeos que vislumbran la mano del nihilismo tras los atentados del 11 de septiembre. Por el contrario, nos dice que el islamismo persigue, mediante una estrategia del terror,doblegar a sus enemigos, y expandir la Umma universal. Para ello, como ufanamente señalara en su estrategia yihadista el segundo de Bin Laden, Ayman Al-Zawahiri -nos lo cuenta Kepel en su excelsa obra La Yihad-, no dudarán en aprovechar las contradicciones y la debilidad de los sistemas democráticos occidentales. Se trata de islamizar Europa, debilitando sus valores gracias al relativismo multicultural imperante. Todo es válido. El espíritu de tolerancia religiosa al que se refería Locke en su famosa Carta a la Tolerancia y que inspirara la paz de Westfalia, ha dado paso a una vaporosa relativización de los valores y principios de la cultura Occidental. Así, la penetración del islamismo en las ciudades europeas es ya una realidad. Muchas veces a la sombra del wahabismo saudí, que utiliza los petrodólares para financiar la construcción de mezquitas como la de la M-30 en Madrid o la de Finsbury Park en Londonistán, en donde se localizaron, en el año 2003, importantes cantidades de material destinado a cometer atentados.
No es posible la alianza de civilizaciones, porque civilización sólo hay una, la construida sobre la sangre y el esfuerzo de todos aquellos que dieron su vida para liberar al hombre de las cadenas de la servidumbre. Como nos recuerda César Vidal en España frente al Islam, no existe un choque de civilizaciones -negando virtualidad a la famosa teoría de Huntington-, lo que estamos viviendo es un choque de tiempos.
¿Es posible entonces un entendimiento entre ambas culturas? Sí, afirma Arístegui; rearmando moralmente a Occidente y defendiendo sus principios y valores. En su libro El islamismo contra el Islam trata Arístegui de deslindar el islamismo -siempre radical- del Islam moderado, a pesar de que un treinta por ciento de los musulmanes en el mundo simpatizan con la yihad así se desprende del Plan de acción del ex Consejero norteamericano de Seguridad Nacional, Richard Clarke, para derrotar a los yihadistas. No obstante, afirma, no debemos perder de vista que las primeras víctimas de los radicales son los musulmanes moderados a los que consideran apóstatas. Si flaqueamos en la defensa de los valores de nuestra sociedad transmitiremos a los terroristas y a nuestros aliados árabes una imagen de debilidad. Así, para frenar la ola yihadista es necesario implementar políticas de inmigración razonables que primen la integración frente a la trampa del multiculturalismo. Utilizan, sin duda, las organizaciones islamistas, el tráfico de seres humanos para financiar sus actividades y para penetrar con sus peones en nuestras sociedades. No podemos actuar pasivamente frente a la «conquista silenciosa», sustentada sobre un nivel de natalidad muy superior. Y no bajar los brazos en la defensa de nuestros valores, porque como decía Shumpeter, si bien éstos pueden no ser absolutos, son los nuestros, y es, por tanto, nuestra obligación defenderlos hasta las últimas consecuencias.
No puede Europa permitirse, y España menos que nadie, la infiltración de las redes de financiación, reclutamiento y proselitismo del fundamentalismo islámico en nuestras sociedades. La condescendencia, como la mostrada por el actual Gobierno de España, con personas de talante y discurso torticeramente moderados, al estilo de Tarik Ramadán, nieto de Hassan al-Bannah, fundador de los Hermanos Musulmanes -organización clave en el yihadismo moderno e inspirada por el pensamiento radical de Sayyid Qotb- sólo alienta el esfuerzo de los yihadistas para seguir debilitando los principios sobre los que se asientan nuestras democracias y confundiendo las políticas necesarias para derrotar a los terroristas. Es la estrategia del "pie en el quicio de la puerta" que utilizan las organizaciones islamistas, reclamando el uso de nuestros lugares de culto como en el caso de la mezquita-catedral de Córdoba, en un revisionismo histórico que tiene por objetivo reislamizar Al- Andalus, y que ha encontrado el manto protector de los neomarxistas reciclados que han visto la posibilidad de derrotar a las democracias liberales usando el ariete del Islam.
La lucha contra las redes de financiación de los terroristas, que extorsionan a musulmanes en los barrios de nuestras ciudades con el recurso a uno de los pilares del Islam, la limosna o zaqat, o la utilización de negocios aparentemente legales como las carnicerías Halal. La cooperación policial internacional, y la profundización en el Espacio de Seguridad, Justicia y Libertad entre los países miembros de la Unión Europea. El fortalecimiento de los lazos de amistad con nuestros vecinos del Magreb, especialmente Marruecos, al que debe hacerse entender la resoluta convicción de España en la defensa de sus territorios. Todo ello son puntos clave para acabar con la lacra del terrorismo internacional.
Y, sobre todo, debemos reclamar en nombre de la tolerancia el derecho a no tolerar a los intolerantes. Sólo reivindicando con la misma fuerza que lo hace Oriana Fallaci el orgullo de nuestra cultura, y mediante el uso de la razón, pilar de la civilización Occidental, seremos capaces de vencer en este guerra globalizada de cuarta generación.
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