¿Quién soy yo? Es la conciencia del yo lo que diferencia al hombre del resto de los animales. Su existencia comienza cuando se desvincula de los lazos instintivos que lo atan a la naturaleza. Michel Houellebecq plantea en esta novela una serie de cuestiones filosóficas, sociales, políticas y vitales que pretenden llamar la atención sobre la amenaza más seria que se cierne sobre la humanidad y que se encuentra no tanto en peligros externos sino en los propios mecanismos psicológicos que rigen su conducta. El irracionalismo moderno, al que Shopenhauer calificó de la era de la deshonestidad intelectual, religa la acción humana a sus instintos primitivos impidiéndole independizarse del ente colectivo. Es ese proceso de individuación, según lo conceptúa Erich Fromm, el que puede liberar al hombre de sus cadenas. Sin embargo, esa mayor independecia conlleva una mayor soledad moral que le harábuscar la seguridad de la manada, destruyendo su libertad y la integridad de su yo individual. Balzac, al que tanto gusta leer a Daniel, el protagonista de esta novela, considera que la soledad moral es la más terrible. Por ello, desde su expulsión del Paraíso, el hombre tratará de rodearse de un compañero en su desgracia. Así, el poema de Milton, el Paraíso Perdido, no es más que la apología de la rebelión.
El sarcasmo con el que se protege nuestro protagonista de la brutalidad del mundo, que trabaja exitosamente como humorista y productor de películas escatológicas, no conseguirá, sin embargo,apaciguar las tribulaciones que le persiguen en el fugaz recorrido de su vida. Porque como él mismo dice si agredes al mundo con suficiente violencia, él te acaba escupiendo su cochina pasta; pero nunca, nunca te devuelve la alegría. A pesar de ello, el humorista regurgita esa brutalidad con mayor fuerza, transformándola en risa, para hacerla más aceptable.
Daniel vive atormentado por el paso del tiempo que le transporta sin remisión hacia la degradación del alma y la muerte de toda esperanza. Tras abandonar a su primera mujer embarazada, cuyo hijo acabará suicidándose, conocerá a Isabelle, redactora jefe de una revista para adolescentes de todas las edades, con la que envejecerá hasta que la arruga se haga insoportable. Para él, la desaparición paulatina del erotismo conlleva la desaparición de la ternura. En la mujer este doloroso proceso es paralelo a la descomposición de los cánones de belleza mientras que en el hombre muestra su peor cara cuando se marchita su función eréctil (Daniel 24, mutatis mutandi, dixit). Nuestro protagonista pronto sustituirá a su segunda mujer por una joven actriz, Esther, que prorrogará la desgracia-como llama Coetze a la vejez-, mordisqueando momentos de felicidad al implacable reloj de arena que señala la caducidad del cuerpo. Conseguirá aplazar así el dictum de Balzac El anciano es un hombre que ya ha comido y que observa cómo comen los demás.
Entre tanto, Daniel conocerá a los elehomitas, secta que venera a los Elohim, seres extraterrestres creadores del universo, y que aguarda su regreso: el advenimiento de los Futuros. El casual encuentro lo convertirá en testigoprivilegiado de unos acontecimientos que marcarán la transformación del mundo y el nacimiento de unos seres, los neohumanos, que destruirán la naturaleza del hombre,matando el deseo. Mediante la clonación, dicha secta promete la vida eterna a sus miembros y los somete a una organización tribal en la que el macho dominante, el profeta, es dueño de sus deseos. Todo lo sano, y en particular todo lo sexual, está permitido; se abstienen de fumar, toman mejunjes de herbolario, beben vino moderadamente y siguen una estricta dieta mediterránea. Todas las Virtudes del jacobinismo -como señala acertadamente Michael Burleigh en su libro Poder Terrenal- son adoptadas por los elehomitas: Franqueza frente a Hipocresía, Virtud frente a Vicio, Bien frente a Mal, Luz Frente a la Oscuridad.
Las vivencias de Daniel, que se desarrollan en España en una época en la que se debate entre la modernidad decadente y sus anacronismos, se intercalan con el análisis mecánico de los clones neohumanos, dos mil años más tarde, tras los cataclismos climáticos y guerras nucleares, que reducirán al hombre a su estado primitivo. El hombre conseguirá perpetuar así su carga genética, sus pensamientos, sus sentimientos, a través de sus descendientes, máquinas sin alma, de un modo aterradoramente inhumano.
La crítica de Houellebecq a los movimientos New Age y al gnosticismo místico de los cristianos contaminados por el pensamiento progresista de la revolución jacobina, se dirige al hombre nuevo y a su propensión para la autodestrucción creativa. Se ensaña especialmente con mentes como la de Teilhard de Chardin (o, más tarde, Lovelock), por su empeño en anular el yo para sacrificarlo en honor a la Madre Naturaleza. Es la soledad moral del ser humano frente a la vejez -último tabú social- y a la muerte, el que llevaráa hombres de todas las confesiones religiosas a entregarse con fervor devoto al credo elehomita preparando la llegada de los Futuros y la propia destrucción de la raza humana. Así, buscarán la salvación en el suicidio que debe revivirlos bajouna nueva forma de vida; una forma desapasionada, mecánica, conformista, virtuosa, asexuada, dependiente y, a la vez, aislada, aunque eternamente juvenil.
La civilización se derrumba por efecto de la incomodidad que producen las incertidumbres vitales; las mentes más preclaras acaban deseando el establecimiento de una república islámica o abrazando la falsa seguridad de corrientes esotéricas que prometen la eterna felicidad. La sensación de soledad acaba por hundir al náufrago en sus contradicciones. Daniel quiere aferrarse a la vida; busca las respuestas en el éxito, el dinero, el sexo, las drogas, la solidaridad, la eterna juventud, pero sólo al final comprende que la posibilidad de una isla en la inmensidad del océano se encuentra en el amor. Es esa misma fuerza, el deseo de amar, la que empujará a algunos neohumanos (Marie23, Esther31, Daniel25) a salir del aislamiento y aventurarse en un mundo en el que ha desaparecido todo atisbo de civilización y en donde reina la brutalidad en estado puro (seguramente para gran regocijo de los ecologistas radicales el hombre recobra sus vínculos primitivos con la naturaleza). Los humanos supervivientes han involucionado a su estado primitivo de ferocidad simiesca en el quelos comportamientos de los individuos se semejan extrañamente a los primeros colectivos elehomitas. No por casualidad, incluso éstos vislumbraron que desaparecida la moral lo único que queda es la ferocidad, como nos recuerda el escritor francés. En su afán de controlar a los hombres, los colectivismos anulan el placer y el amor y lo sustituyen por el mito, por la engañosa esperanza de la predeterminación y la falsa seguridad de pertenencia a la tribu. El hombre entrega su alma a cambio de la seguridad del destino común que exorciza la soledad moral a la que nos vemos abocados al nacer. Es sin duda el miedo a la libertad, del que nos da cuenta Erich Fromm, lo que le lleva obstinadamentea tratar de eludirla. Desconfía de la fraternidad nos dice Houellebecq; la única solidaridad entre generaciones es la que culmina con el holocausto de cada generación en beneficio de la siguiente.
El sarcasmo con el que se protege nuestro protagonista de la brutalidad del mundo, que trabaja exitosamente como humorista y productor de películas escatológicas, no conseguirá, sin embargo,apaciguar las tribulaciones que le persiguen en el fugaz recorrido de su vida. Porque como él mismo dice si agredes al mundo con suficiente violencia, él te acaba escupiendo su cochina pasta; pero nunca, nunca te devuelve la alegría. A pesar de ello, el humorista regurgita esa brutalidad con mayor fuerza, transformándola en risa, para hacerla más aceptable.
Daniel vive atormentado por el paso del tiempo que le transporta sin remisión hacia la degradación del alma y la muerte de toda esperanza. Tras abandonar a su primera mujer embarazada, cuyo hijo acabará suicidándose, conocerá a Isabelle, redactora jefe de una revista para adolescentes de todas las edades, con la que envejecerá hasta que la arruga se haga insoportable. Para él, la desaparición paulatina del erotismo conlleva la desaparición de la ternura. En la mujer este doloroso proceso es paralelo a la descomposición de los cánones de belleza mientras que en el hombre muestra su peor cara cuando se marchita su función eréctil (Daniel 24, mutatis mutandi, dixit). Nuestro protagonista pronto sustituirá a su segunda mujer por una joven actriz, Esther, que prorrogará la desgracia-como llama Coetze a la vejez-, mordisqueando momentos de felicidad al implacable reloj de arena que señala la caducidad del cuerpo. Conseguirá aplazar así el dictum de Balzac El anciano es un hombre que ya ha comido y que observa cómo comen los demás.
Entre tanto, Daniel conocerá a los elehomitas, secta que venera a los Elohim, seres extraterrestres creadores del universo, y que aguarda su regreso: el advenimiento de los Futuros. El casual encuentro lo convertirá en testigoprivilegiado de unos acontecimientos que marcarán la transformación del mundo y el nacimiento de unos seres, los neohumanos, que destruirán la naturaleza del hombre,matando el deseo. Mediante la clonación, dicha secta promete la vida eterna a sus miembros y los somete a una organización tribal en la que el macho dominante, el profeta, es dueño de sus deseos. Todo lo sano, y en particular todo lo sexual, está permitido; se abstienen de fumar, toman mejunjes de herbolario, beben vino moderadamente y siguen una estricta dieta mediterránea. Todas las Virtudes del jacobinismo -como señala acertadamente Michael Burleigh en su libro Poder Terrenal- son adoptadas por los elehomitas: Franqueza frente a Hipocresía, Virtud frente a Vicio, Bien frente a Mal, Luz Frente a la Oscuridad.
Las vivencias de Daniel, que se desarrollan en España en una época en la que se debate entre la modernidad decadente y sus anacronismos, se intercalan con el análisis mecánico de los clones neohumanos, dos mil años más tarde, tras los cataclismos climáticos y guerras nucleares, que reducirán al hombre a su estado primitivo. El hombre conseguirá perpetuar así su carga genética, sus pensamientos, sus sentimientos, a través de sus descendientes, máquinas sin alma, de un modo aterradoramente inhumano.
La crítica de Houellebecq a los movimientos New Age y al gnosticismo místico de los cristianos contaminados por el pensamiento progresista de la revolución jacobina, se dirige al hombre nuevo y a su propensión para la autodestrucción creativa. Se ensaña especialmente con mentes como la de Teilhard de Chardin (o, más tarde, Lovelock), por su empeño en anular el yo para sacrificarlo en honor a la Madre Naturaleza. Es la soledad moral del ser humano frente a la vejez -último tabú social- y a la muerte, el que llevaráa hombres de todas las confesiones religiosas a entregarse con fervor devoto al credo elehomita preparando la llegada de los Futuros y la propia destrucción de la raza humana. Así, buscarán la salvación en el suicidio que debe revivirlos bajouna nueva forma de vida; una forma desapasionada, mecánica, conformista, virtuosa, asexuada, dependiente y, a la vez, aislada, aunque eternamente juvenil.
La civilización se derrumba por efecto de la incomodidad que producen las incertidumbres vitales; las mentes más preclaras acaban deseando el establecimiento de una república islámica o abrazando la falsa seguridad de corrientes esotéricas que prometen la eterna felicidad. La sensación de soledad acaba por hundir al náufrago en sus contradicciones. Daniel quiere aferrarse a la vida; busca las respuestas en el éxito, el dinero, el sexo, las drogas, la solidaridad, la eterna juventud, pero sólo al final comprende que la posibilidad de una isla en la inmensidad del océano se encuentra en el amor. Es esa misma fuerza, el deseo de amar, la que empujará a algunos neohumanos (Marie23, Esther31, Daniel25) a salir del aislamiento y aventurarse en un mundo en el que ha desaparecido todo atisbo de civilización y en donde reina la brutalidad en estado puro (seguramente para gran regocijo de los ecologistas radicales el hombre recobra sus vínculos primitivos con la naturaleza). Los humanos supervivientes han involucionado a su estado primitivo de ferocidad simiesca en el quelos comportamientos de los individuos se semejan extrañamente a los primeros colectivos elehomitas. No por casualidad, incluso éstos vislumbraron que desaparecida la moral lo único que queda es la ferocidad, como nos recuerda el escritor francés. En su afán de controlar a los hombres, los colectivismos anulan el placer y el amor y lo sustituyen por el mito, por la engañosa esperanza de la predeterminación y la falsa seguridad de pertenencia a la tribu. El hombre entrega su alma a cambio de la seguridad del destino común que exorciza la soledad moral a la que nos vemos abocados al nacer. Es sin duda el miedo a la libertad, del que nos da cuenta Erich Fromm, lo que le lleva obstinadamentea tratar de eludirla. Desconfía de la fraternidad nos dice Houellebecq; la única solidaridad entre generaciones es la que culmina con el holocausto de cada generación en beneficio de la siguiente.
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