sábado, junio 16, 2007

Fouché. El genio tenebroso. - Stefan Zweig

La mediocridad de nuestros gobernantes me reafirma en la idea de que para ser malvado son necesarias ciertas dosis de inteligencia. Si alguien supo manejar este sospechoso arte con ingenio fue el hombre que nos describe Stefan Zweig en este pequeño tesoro que recomiendo vivamente a todo el que quiera acercarse al abismo de la política. Pero, ¡ojo!: las tenebrosas pinceladas que nos narra con delectación y lozana mojigatería Zweig producen vértigo.

El escritor Jean de La Bruyère veía la política como un juego de ajedrez que precisa de un plan preconcebido aunque, en ocasiones, obliga a arriesgarse y a realizar el movimiento más caprichoso e impredecible. Nadie como Fouché dominó esa ciencia con mayor maestría. Napoleón fue sin duda el genio militar de esa época de espasmos revolucionarios. Un genio que manejó el tablero de Europa con la habilidad de la que sólo son capaces los grandes hombres. No obstante, la sombra alargada de Fouché se coló en el panteón destinado a los hombres ilustres oscureciendo su relumbre con su pertinaz presencia. Su figura se elevó sobre tres generaciones que fueron testigos de sus maquiavélicas artimañas para conservar el poder y, de paso, su cabeza. Como señala simbólicamente Zweig, los grandes héroes de la Ilíada -Patroclo, Héctor, Aquiles- sucumbieron todos ellos, mientras que Ulises prosiguió su odisea gracias a su astucia. Los girondinos pierden, Fouché gana; los jacobinos caen en desgracia, Fouché se yergue indemne; el Directorio, el Consulado, el Imperio, el Reino y, nuevamente, el Imperio, y, ahí permanece incólume José Fouché.

Elegido diputado de la Convención por Nantes en 1792, opta por sentarse en los bancos de la mayoría, junto a los girondinos. Opta por la seguridad. Cuando ya sólo la fantasmal figura de Luis Capeto recordaba el Antiguo Régimen, la República quiso fortalecerse sobre sus ruinas. El día 16 de enero de 1793 se celebró en la Asamblea la gran farsa que decidiría su destino y concitaría el ánimo de las grandes dinastías europeas ante la angustiosa imagen del regicidio. Ese día pertrechado con su banda tricolor de representante del pueblo, a pesar de que la noche anterior Fouché se mostró favorable a la clemencia ante su amigo Condorcet, alzó su voz para pedir: la mort.

Su olfato no le falló, los vientos soplaban en una nueva dirección. Con osadía, al día siguiente, sin dar tiempo a la indignación, firmó un manifiesto en el que justificaba su voto y la condena a muerte del Rey destronado. El golpe surtió efecto y un silencio cobarde se instaló en la burguesía. Desde entonces escaló unos peldaños en la Asamblea para situarse junto a los de la “montaña”; desde entonces radicalizó su discurso hacia un incipiente socialismo jacobino; desde entonces se convirtió en el más apasionado de sus antiguos adversarios.

De lo que en Lyon aconteció no nos refiere mucho detalle Stefan Zweig; prefiere guardar el secreto y sólo se atreve a entreabrir la puerta del infierno sin permitir que nos resulte insoportable el olor a muerte y depravación. Sí; allí estuvo Fouché, delegado por el Comité Nacional de Salud Pública para purgar el crimen de la ciudad contra el revolucionario Chalier que, paradojas del destino, perdió su cabeza afeitada por el instrumento símbolo del Terror. Alguien dijo alguna vez que en nombre de la Libertad se cometerían grandes crímenes -la izquierda ya no utiliza hoy en día esta palabra como tampoco la de Igualdad, ni tan siquiera la de Fraternidad (Solidaridad), pero los métodos siguen siendo muy similares-, y, ¡pardiez!, ¡qué razón tenía! En Lyon forjó su leyenda el que un día sería nombrado por Bonaparte honorable duque de Otranto. Sus crímenes le sobrevivirán, mancillando la imagen de un político considerado por todos los gobiernos de su época como un mal necesario.

El episodio de la contienda entre Robespierre y Fouché se desarrolla con un ritmo y una intensidad que dan muestras de su lucha titánica por salir airosos del mortífero lance. Durante estos difíciles días se sumó a las desgracias de Fouché la muerte de su adorada hija. Duro golpe que, sin embargo, no le hizo bajar la guardia frente a los ataques de Saint-Just, que tenía por misión paralizar al auditorio con su ponzoñosa lengua dejando a sus víctimas a merced del justiciero Robespierre. Una vez más su psicología le salvó. Mientras agachaba la cerviz ante su enemigo, preparaba en la sombra el arma letal que terminaría con “El Incorruptible”: el miedo. Nada como la virtud ajena para dejar en evidencia los vicios propios. Así, inoculando el miedo, hijo del vicio y la mala conciencia, entre los diputados de la Convención, erigió el cadalso para su camarada Robespierre.

Tras sostener en la sombra al anarquista Baboeuf, en su intento de remozar las ideas igualitaristas de Marat, no podrá evitar caer en el olvido y en la miseria. Pero, de las desgracias suele brotar vida nueva. Es la pulsión heraclítea que mueve los engranajes de la historia. En su retiro forzado domó su aversión por el dinero, lo que le ayudaría a convertirse en uno de los hombres más ricos de Francia. Adosado a la espalda de Barras mantendrá vivas sus aspiraciones políticas a la vez que hacía suculentos negocios en su condición de suministrador del Estado. El 3 de Termidor de 1799 el Directorio decidió nombrarlo Ministro de Policía. París tiembla. “El mitrailleur de Lyon” ha regresado; el profanador de Iglesias e implacable verdugo de la inquisición jacobina respira nuevamente el aroma del poder. Para asombro de todos, su primera medida fue disolver el Club de los jacobinos, organización que antaño había presidido en su pugna con Robespierre.

Nadie esperaba al general Bonaparte en su expedición científica por las tierras del Nilo, nadie salvo José Fouché que ya había comenzado a jugar sus cartas con la esposa del general, Josefina, su más leal confidente. La noche anterior al 18 Brumario, en una cena en la que invitó a los conjurados y al confiado Presidente del Directorio Gohier, negó con la complicidad del buitre que presagia la muerte -cuando sus invitados ya se veían presos- los rumores que anticipaban el golpe de Estado de Napoleón. Es esa capacidad de manejar los tiempos y la información la que le llevaría a lo largo de su vida a figurar siempre en el bando vencedor. Así, sería Ministro en el Consulado, Ministro del Emperador, incluso, Ministro del Rey, Luis XVIII, hermano del destronado Luis XVI, cuya cabeza traicionó con su voto. ¡Qué gran escuela para algunos jacobinos de hoy en día!

No obstante, su inclinación a resguardarse bajo la protección de un señor, de alguien a quien poder traicionar en el momento preciso pero que le impedía resplandecer con toda su brillantez, le dejó un regusto de insatisfacción. Todo el mundo le temía, hasta el mismísimo Napoleón, que sintió como nadie la ubicua presencia de Fouché, le agasajó, le ennobleció, le desterró, le espió, y, sobre todo, le necesitó. Su fría e inescrupulosa mente le hizo imprescindible. La red de espías que diseminó por todo el territorio, a la que se refiere el propio Balzac en “Les Chouans”, llenó sus archivos de información confidencial y comprometedora no sólo sobre “les Gars de la Vendée” sino sobre la vida privada de los más “honorables” ciudadanos de la República y, más tarde, del Imperio.

En los días que siguieron a la caída del general se enfrentó por el poder con otro superviviente jacobino, el cándido Carnot, al que, pese a ganar la elección en la Cámara, le birló la Presidencia cual tahúr en una feria de cíngaros. Era, esta vez sin competencia, el hombre más poderoso de Francia. Sin embargo, su naturaleza servil le llevará a derelinquir de su recién adquirida libertad. Será su perdición. El duque de Otranto decidió vender Francia al hermano del rey destronado, Luis XVIII, a cambio de una cartera ministerial. Pero, la sangre no perdona, y los muertos le pidieron cuentas. El incómodo camaleón no pudo ocultar el rojo que teñía la escarapela tricolor de su frac azul con botones de oro y fue desterrado. Lo que le quedaba de vida peregrinaría por las cancillerías europeas suplicando unas dosis de la droga que esclaviza a todo el que la prueba: el poder. Uno de los hombres más influyentes de Europa se convirtió así en un millonario indigente. Así terminaron las intrigas de un ¿asesino o hombre de Estado? ¡Decídanlo ustedes! Yo lo tengo claro: jamás emitiré un voto teñido de sangre.

sábado, junio 09, 2007

Esclavos del siglo XXI

Sorprende a veces lo sorprendidos que se muestran algunos por lo que acontece en el mundo. En este caso el gran hallazgo es un zulo con 31 obreros esclavizados en China por el hijo de un secretario local del Partido Comunista.

Habría que recordarle al periodista que escribe esta noticia en El Mundo que no son 31, sino más de 1000 millones de chinos los que viven esclavizados por el régimen comunista de Pekín.

Lo peor es la indignación del interfecto cuando se refiere a los avances económicos en China:

el llamado 'hukou' no ha conseguido evitar que millones de personas cambien el campo por la ciudad para beneficiarse del crecimiento económico construyendo rascacielos, ensamblando coches o arriesgando su vida en las peligrosas minas de carbón...



¡0lé! ¡Viva la Libertad! Si es que tenían que atarlos a sus arados...o, mejor,dejamos a los chinos en paz y atamos a estos plumillas al libro gordo de Petete. A ver si así leen algo más que los panfletos sindicales.

Pero observen como mezcla la noticia de "lo buenas que son las autoridades chinas" con "lo pernicioso que es el capitalismo":

La mayoría acaba trabajando a cambio de 60 euros al mes, sin un contrato formal, ningún tipo de seguridad ni opción de protestar.


¡60 euros al mes! Lo que no nos cuentan es que ese salario medio es sólo en las ciudades, en el campo ni eso. ¿Quizá por eso emigren a las ciudades? Lo que nos nos cuentan es que el afortunado que cobra uno de esos sueldos mantiene a toda su familia. Seguramente prefieran -nuestros justicieros de la globalización- seguir cebando a sus obreros con industrias improductivas en Europa y que en el Tercer Mundo se mueran de asco.

Realmente se hace urgente abrir campos de reeducación para periodistas a la deriva.

miércoles, junio 06, 2007

La Justicia de ZP

Ayer De Juana era todo un hombre de paz, hoy es un apestado. Ayer jugaba a los médicos con su nekane, hoy ingresa en prisión. ¿Quién entiende a ZP? ¡Ya! ETA le ha roto su juguete y el Presidente no puede seguir tomándonos el pelo (no a ustedes, ni a mí, es por no dejar demasiado en evidencia a 9 millones de tontos) con su falso proceso de paz. Esto sí que es un engaño masivo. Y una manera un tanto macarrónica de entender la Justicia. En realidad: es tan sólo socialismo en estado puro.


martes, junio 05, 2007

Bye, bye Zapatero

Morituri te salutant, oh gran César! Si para eso estamos...¿no? Para que unos maten y otros limpien la sangre con papel de imprenta. Para que después diga El País, como nos informa anghara, que hemos desaparecido como por ensalmo del censo electoral y no simplemente aplastados en los escombros de alguna terminal. Quizá, por fachorros o, simplemente, por no quedarnos en casa a ver "la cuatro" en vez de pasearnos cuando no debíamos por donde no debíamos.

Hoy es un día triste para todos los españoles, no porque se haya roto una esperanza que nadie se tomó jamás en serio, sino porque asistimos una vez más al espectáculo de un Presidente de Gobierno que parece bajado de Ganímedes o que nos toma a todos por idiotas. Si va a resultar que esto no va con él, cuando todos sabemos que la negociación con los asesinos es cosa suya; que a él le debemos que De Juana esté en la calle; a él y sus secuaces le debemos que ANV-ETA tenga el censo electoral de los españoles para hacerlos "desaparecer"; a él, y sólo a él, le debemos el escarnio que se ha hecho de las víctimas y el manto de silencio sobre el 11-M.

ETA ha roto la tregua. ETA no se ha equivocado; ETA sólo ha hecho su agosto. Quien se ha equivocado eres tú, Zapatero. Ahora, el Presidente intenta agarrarse, cual boxeador noqueado, al Jefe de la oposición. El único respiro que debe de darse a este imprensentable es el de la puerta de La Moncloa cerrándose a su paso para que jamás, nunca jamás, un ser tan despreciable vuelva a poner en peligro la unidad y la libertad de los españoles.

Zapatero, ni un minuto más, véte a tu casa; a ser posible, a algún paraíso fiscal lejos de España o donde te lleven tus keli finder...lejos, cuanto más lejos, mejor.