La filosofía ha muerto. Con este enunciado tautológico Revel, el gran filósofo y periodista francés, supo observar la realidad que le circundaba desde el prisma kantiano del empirismo racional. Para él dos son los archipiélagos ideológicos que se enfrentan en el mundo de las ideas desde el siglo XVIII: el empirismo lógico de Wittgenstein, Carnap o Russell frente al pensamiento fenomenológico-existencialista-marxista de Husserl, Heidegger o Sartre. Dos formas antagónicas de interpretar la realidad, que Revel atribuye, la primera, a la cultura anglo-americana, frente a la segunda, fruto del dogmatismo pangermánico o continental.
¿Por qué tanto odio a los Estados Unidos? En el presente libro, el recién fallecido periodista francés, desgrana las causas que subyacen bajo la máscara de la impostura de la superioridad moral y cultural europea. Ese odio domina hoy la mentalidad del ciudadano común en cualquier parte del globo a fuerza de contemplar las mentiras que difunden intelectuales, políticos y medios de comunicación por doquier. Todo vale con tal de justificar la propia inoperancia.
Una de las principales acusaciones que se hace a los americanos es su condición de hiperpotencia en palabras del Ministro de asuntos Exteriores francés en el Gobierno de Jospin, Hubert Védrine- . Desde la caída del muro de Berlín esta acusación se puede oír en cualquier tertulia televisiva. Es, según ellos, el imperialismo americano que amenaza al mundo. ¿Nostalgia o suma estulticia?
Los ataques a la joven potencia internacional, consagrada como tal en la Conferencia de Yalta gracias a la sangre vertida en las playas de Normandía, no son novedosos. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial el modelo americano se ha ido expandiendo gracias al proceso liberalizador impulsado por el FMI, el Banco Mundial y las sucesivas rondas del GATT. Frente al proteccionismo causante de la guerra afloraron nuevas instituciones destinadas a favorecer los intercambios comerciales. Con ese espíritu nació la Comunidad Europea, al menos hasta el coup de force de De Gaulle a mediados de los 60 que impuso una política agrícola de planificación muy favorable a los intereses galos. Empero, desde finales de los 60 y a lo largo de los 70, al socaire de la guerra del Vietnam y de la crisis energética y financiera global, como ya había denunciado el gran divulgador liberal en su éxito editorial de la época Ni Marx ni Jesús, la potencia americana se convirtió en el blanco de la propaganda soviética y de sus aliados quintacolumnistas de la progresía retro, que por aquel entonces, antes de convertirse en progres de salón, hacía sus pinitos en la lucha callejera. El movimiento contracultural caló hondo en toda una generación que, ascendida a la opulencia del capital, no ha sabido deshacerse del síndrome de Estocolmo del telón de acero. Todo ello a pesar de la derrota del socialismo real a manos de la triada luciferina, Juan Pablo II, Reagan y Tatcher, que pusieron de rodillas al gigante ruso. Adam Michnik, el influyente editorialista polaco, acierta cuando nos recuerda que el proyecto de la guerra de las galaxias, impulsado por Reagan, persuadió a los soviéticos de su incapacidad de ganar la guerra fría. El control de los medios de producción y el totalitarismo socialista se derrumbaron frente a la libertad de mercado y la democracia liberal.
No se rinden sin embargo a la evidencia. Evidencia que puso de manifiesto el politólogo Francis Fukuyama con su célebre fin de la historia, que pretendía anunciar el final del enfrentamiento, en términos hegelianos, entre dos visiones del mundo diametralmente opuestas, presagiando la victoria del modelo liberal. Pero los utópicos y redimidores de almas no se avienen a ese modelo que ellos llaman con tenaz ceguera imperialismo yankee, que no es otro que el de la síntesis entre liberalismo y democracia. La obsesión antiamericana es, ante todo, una obsesión contra el capitalismo. La globalización encarna todos los males del neoliberalismo que arrumbó sus sueños de juventud. Por eso, se manifiestan con saña en Seattle, Génova o Davos, porque para los guerreros de la alianza sincrética antiglobalizadora, la Organización Mundial del Comercio, ahijada de las instituciones de Bretton Woods, es la causa de los males del Tercer Mundo. Haciendo caso omiso de que los países del Tercer Mundo reclaman más mercado y menos barreras para sus productos. En definitiva, más globalización frente al proteccionismo europeo y, también, norteamericano. Pero el líder antiglobalización José Bové, representante de la agricultura más subvencionada del mundo gracias a la Política Agrícola Comunitaria, no quiere oír hablar de productos transgénicos que alimenten a los hambrientos, ni de eliminar barreras fiscales o legales; prefiere seguir usando como pretexto las negras barrigas hinchadas de aire, prefiere seguir tirando al sumidero los excedentes de mantequilla mientras claman contra la macdonalización de la gastronomía francesa. La gastronomía de los nuevos burgueses abarraganados al amparo de la ubre del Estado. Igual énfasis ponen sus amigos de la excepción cultural que arremeten contra la exitosa industria del cine americana a la vez que suspiran por el Óscar y tratan de disimular la subvención bajo el esmoquin.
La crítica, dice Revel, es necesaria, pero cuando se parte de los apriorismos ideológicos y, del simplismo de mentes adocenadas por la gran mascarada mediática, el uso de la razón se torna estéril. Contra la mala fe no valen los argumentos. Como nos recuerda Schoeck en su ensayo sobre La envidia y la sociedad, el odio y la envidia son parientes cercanos y, sin duda, es este doble sentimiento lo que mueve a los europeos a preferir la autodestrucción a la dolorosa percepción del triunfo de una sociedad con apenas cuatro siglos de existencia. Así actúa la psicología del espejo que pretende ver reflejada en el otro sus propias deficiencias. Es un sentimiento irracional que pone en peligro la tradicional alianza de países que comparten una misma civilización. Es puro canibalismo cainita.
Sin embargo, los exabruptos que se cocinan en los mentideros de la autoproclamada intelectualidad europea no soportan el más mínimo análisis histórico y racional. Mentiras de chascarrillo que han hecho fortuna, como la que repite sin cesar que en USA los pobres son legión y carecen de seguridad social. Omiten maliciosamente que el umbral de pobreza allí equivale a un sueldo medio en muchos países de Occidente, y de opulencia en el resto del orbe. Olvidan mencionar la existencia de Medicaid y Medicare que presta asistencia social y médica a esos pobres americanos. La desfachatez de quienes tildan a la democracia más antigua y permanente del mundo, desde una pretendida superioridad moral a todas luces prohijada en los laboratorios de Mengele, de antidemocrática e imperialista, raya la psicosis colectiva. Psicosis que ha llevado a mucho franceses a dar pábulo a las teorías de Meyssan que en su panfleto L´effroyable imposture acusa a los servicios secretos estadounidenses de inventarse el 11-S para favorecer su gran lobby armamentístico. No olvidemos tampoco la manía de los yankees de elegir en calidad de Presidente al más idiota de entre ellos. ¡Y eso se atreven a decirlo los españoles!
Más grave es que, en la que algunos denominan ya «cuarta guerra mundial», Occidente se enfrente a Occidente, como diría el filósofo francés Glucksmann. El islamismo se ha convertido así en la nueva coartada de la izquierda, reconvertida a toda causa que destruya a su eterno enemigo: la libertad. Esa es la alianza de civilizaciones que propugna el Presidente español, sr. Rodríguez, la de los enemigos de la libertad. Es la paz de los muertos y del miedo. Es la paz como sea. Y, como por ensalmo, las víctimas se convierten en verdugos, y los terroristas en mártires del nuevo orden mundial.
Nuevamente dos modelos se confrontan en la escena internacional, el anglosajón que se basa en los ideales de justicia, dignidad y libertad de la acción humana y el dogmatismo moral absolutista que abreva en el victimismo de una miseria que ellos mismos han contribuido a generar con sus hambrunas planificadas. Como los 30 millones de muertos en Ucrania durante el régimen comunista. Porque, el socialismo ha sobrevivido gracias a su antifascismo de opereta y ocultando los crímenes que inmortalizaron el Libro Negro del Comunismo y Solzhenitsyn en su Archipiélago Gulag. En el fondo, como diría Ludwig von Mises, marxismo y nazismo son dos caras de la misma moneda. Pero, todo eso poco importa, se remedia, lo remedian, con el grito cavernario de yankee go home. Quizá la filosofía ha muerto y la lógica de la libertad esté predestinada a la mundialización, no obstante, al menos por el momento, sólo se abre paso el espectáculo de una Europa que agoniza.
¿Por qué tanto odio a los Estados Unidos? En el presente libro, el recién fallecido periodista francés, desgrana las causas que subyacen bajo la máscara de la impostura de la superioridad moral y cultural europea. Ese odio domina hoy la mentalidad del ciudadano común en cualquier parte del globo a fuerza de contemplar las mentiras que difunden intelectuales, políticos y medios de comunicación por doquier. Todo vale con tal de justificar la propia inoperancia.
Una de las principales acusaciones que se hace a los americanos es su condición de hiperpotencia en palabras del Ministro de asuntos Exteriores francés en el Gobierno de Jospin, Hubert Védrine- . Desde la caída del muro de Berlín esta acusación se puede oír en cualquier tertulia televisiva. Es, según ellos, el imperialismo americano que amenaza al mundo. ¿Nostalgia o suma estulticia?
Los ataques a la joven potencia internacional, consagrada como tal en la Conferencia de Yalta gracias a la sangre vertida en las playas de Normandía, no son novedosos. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial el modelo americano se ha ido expandiendo gracias al proceso liberalizador impulsado por el FMI, el Banco Mundial y las sucesivas rondas del GATT. Frente al proteccionismo causante de la guerra afloraron nuevas instituciones destinadas a favorecer los intercambios comerciales. Con ese espíritu nació la Comunidad Europea, al menos hasta el coup de force de De Gaulle a mediados de los 60 que impuso una política agrícola de planificación muy favorable a los intereses galos. Empero, desde finales de los 60 y a lo largo de los 70, al socaire de la guerra del Vietnam y de la crisis energética y financiera global, como ya había denunciado el gran divulgador liberal en su éxito editorial de la época Ni Marx ni Jesús, la potencia americana se convirtió en el blanco de la propaganda soviética y de sus aliados quintacolumnistas de la progresía retro, que por aquel entonces, antes de convertirse en progres de salón, hacía sus pinitos en la lucha callejera. El movimiento contracultural caló hondo en toda una generación que, ascendida a la opulencia del capital, no ha sabido deshacerse del síndrome de Estocolmo del telón de acero. Todo ello a pesar de la derrota del socialismo real a manos de la triada luciferina, Juan Pablo II, Reagan y Tatcher, que pusieron de rodillas al gigante ruso. Adam Michnik, el influyente editorialista polaco, acierta cuando nos recuerda que el proyecto de la guerra de las galaxias, impulsado por Reagan, persuadió a los soviéticos de su incapacidad de ganar la guerra fría. El control de los medios de producción y el totalitarismo socialista se derrumbaron frente a la libertad de mercado y la democracia liberal.
No se rinden sin embargo a la evidencia. Evidencia que puso de manifiesto el politólogo Francis Fukuyama con su célebre fin de la historia, que pretendía anunciar el final del enfrentamiento, en términos hegelianos, entre dos visiones del mundo diametralmente opuestas, presagiando la victoria del modelo liberal. Pero los utópicos y redimidores de almas no se avienen a ese modelo que ellos llaman con tenaz ceguera imperialismo yankee, que no es otro que el de la síntesis entre liberalismo y democracia. La obsesión antiamericana es, ante todo, una obsesión contra el capitalismo. La globalización encarna todos los males del neoliberalismo que arrumbó sus sueños de juventud. Por eso, se manifiestan con saña en Seattle, Génova o Davos, porque para los guerreros de la alianza sincrética antiglobalizadora, la Organización Mundial del Comercio, ahijada de las instituciones de Bretton Woods, es la causa de los males del Tercer Mundo. Haciendo caso omiso de que los países del Tercer Mundo reclaman más mercado y menos barreras para sus productos. En definitiva, más globalización frente al proteccionismo europeo y, también, norteamericano. Pero el líder antiglobalización José Bové, representante de la agricultura más subvencionada del mundo gracias a la Política Agrícola Comunitaria, no quiere oír hablar de productos transgénicos que alimenten a los hambrientos, ni de eliminar barreras fiscales o legales; prefiere seguir usando como pretexto las negras barrigas hinchadas de aire, prefiere seguir tirando al sumidero los excedentes de mantequilla mientras claman contra la macdonalización de la gastronomía francesa. La gastronomía de los nuevos burgueses abarraganados al amparo de la ubre del Estado. Igual énfasis ponen sus amigos de la excepción cultural que arremeten contra la exitosa industria del cine americana a la vez que suspiran por el Óscar y tratan de disimular la subvención bajo el esmoquin.
La crítica, dice Revel, es necesaria, pero cuando se parte de los apriorismos ideológicos y, del simplismo de mentes adocenadas por la gran mascarada mediática, el uso de la razón se torna estéril. Contra la mala fe no valen los argumentos. Como nos recuerda Schoeck en su ensayo sobre La envidia y la sociedad, el odio y la envidia son parientes cercanos y, sin duda, es este doble sentimiento lo que mueve a los europeos a preferir la autodestrucción a la dolorosa percepción del triunfo de una sociedad con apenas cuatro siglos de existencia. Así actúa la psicología del espejo que pretende ver reflejada en el otro sus propias deficiencias. Es un sentimiento irracional que pone en peligro la tradicional alianza de países que comparten una misma civilización. Es puro canibalismo cainita.
Sin embargo, los exabruptos que se cocinan en los mentideros de la autoproclamada intelectualidad europea no soportan el más mínimo análisis histórico y racional. Mentiras de chascarrillo que han hecho fortuna, como la que repite sin cesar que en USA los pobres son legión y carecen de seguridad social. Omiten maliciosamente que el umbral de pobreza allí equivale a un sueldo medio en muchos países de Occidente, y de opulencia en el resto del orbe. Olvidan mencionar la existencia de Medicaid y Medicare que presta asistencia social y médica a esos pobres americanos. La desfachatez de quienes tildan a la democracia más antigua y permanente del mundo, desde una pretendida superioridad moral a todas luces prohijada en los laboratorios de Mengele, de antidemocrática e imperialista, raya la psicosis colectiva. Psicosis que ha llevado a mucho franceses a dar pábulo a las teorías de Meyssan que en su panfleto L´effroyable imposture acusa a los servicios secretos estadounidenses de inventarse el 11-S para favorecer su gran lobby armamentístico. No olvidemos tampoco la manía de los yankees de elegir en calidad de Presidente al más idiota de entre ellos. ¡Y eso se atreven a decirlo los españoles!
Más grave es que, en la que algunos denominan ya «cuarta guerra mundial», Occidente se enfrente a Occidente, como diría el filósofo francés Glucksmann. El islamismo se ha convertido así en la nueva coartada de la izquierda, reconvertida a toda causa que destruya a su eterno enemigo: la libertad. Esa es la alianza de civilizaciones que propugna el Presidente español, sr. Rodríguez, la de los enemigos de la libertad. Es la paz de los muertos y del miedo. Es la paz como sea. Y, como por ensalmo, las víctimas se convierten en verdugos, y los terroristas en mártires del nuevo orden mundial.
Nuevamente dos modelos se confrontan en la escena internacional, el anglosajón que se basa en los ideales de justicia, dignidad y libertad de la acción humana y el dogmatismo moral absolutista que abreva en el victimismo de una miseria que ellos mismos han contribuido a generar con sus hambrunas planificadas. Como los 30 millones de muertos en Ucrania durante el régimen comunista. Porque, el socialismo ha sobrevivido gracias a su antifascismo de opereta y ocultando los crímenes que inmortalizaron el Libro Negro del Comunismo y Solzhenitsyn en su Archipiélago Gulag. En el fondo, como diría Ludwig von Mises, marxismo y nazismo son dos caras de la misma moneda. Pero, todo eso poco importa, se remedia, lo remedian, con el grito cavernario de yankee go home. Quizá la filosofía ha muerto y la lógica de la libertad esté predestinada a la mundialización, no obstante, al menos por el momento, sólo se abre paso el espectáculo de una Europa que agoniza.
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