martes, marzo 28, 2006

Contra el eje del mal

En el bosque de Teutoburgo, allá por el año 9 d.C, tres legiones al mando de Quintilio Varo fueron diezmadas por los germanos. Sus restos permanecieron insepultos hasta que Germánico, unos años más tarde, les dio sepultura y levantó un túmulo en su honor. En los pantanos del río Elms no sólo se derramó la sangre de más de 15.000 legionarios sino que se alumbró el phobos. Así, el historiador griego Tucídides creía que la conducta humana está guiada por el miedo (phobos), el interés propio (kerdos) y el honor (doxa), como nos recuerda Robert D. Kaplan en El retorno de la Antigüedad. Durante generaciones ese miedo marcó la memoria de los romanos, como nos narra Tácito en sus Anales, hasta que las aguas del lethe -el río del olvido- desbordaron la fuerza de sus convicciones e inundaron de sangre las provincias romanas arrasadas por las hordas germanas.

El 11 de septiembre de 2001 el fuego consumió las torres gemelas dejando tras de sí los rescoldos de una nueva era, la era de la sinrazón, la del nihilismo constructivista. La cuarta guerra mundial había comenzado. Al mismo tiempo se renovaba el espíritu patriótico y de defensa de la libertad de una nación golpeada por primera vez salvajemente en su propio territorio.

Si durante la guerra fría la política de contención activa frente a la voracidad soviética, esbozada por George Kennan en su Long Telegram en 1946, marcó la estrategia de EEUU en política exterior y de defensa, sintetizada en la Doctrina Truman, globalizando sus esfuerzos geoestratégicos y escenificando el enfrentamiento lejos de sus fronteras, por el contrario la nueva amenaza global no tiene límites morales o políticos, ni conoce fronteras. Kennan ya introdujo la idea de prevalecer, que implica la hegemonía global benevolente de una nación que aspira a exportar su modelo democrático y al triunfo de la libertad, frente a la de perdurar, que implica victorias sin triunfo augurando la paz de los cementerios. Esa misma idea es la que condiciona la política de Bush en su maniquea y moralmente honesta visión del mundo, y que enfatizó Tony Blair, rememorando a Churchill, tras los atentados del día 7 de junio de 2005 en Londres: We shall prevail.

Todo esto y mucho más nos cuentan Willian Kristol, editor de la revista política The weekly Standard, y Robert Kagan, especialista en relaciones internacionales, en su continuación de Peligros Presentes, que bajo el insinuante título Contra el eje del malnos invita a profundizar en las claves de la política exterior norteamericana de la pluma de diferentes autores neoconservadores. Sin duda, ambos libros constituyen una atalaya privilegiada para conocer las recetas neoconservadoras a las amenazas a las que se enfrentan las democracias liberales en los albores del siglo XXI.

Algunos como Fukuyama vaticinaron el fin de la historia tras la caída del muro de Berlín. La realidad sin embargo hizo añicos estas optimistas previsiones. Un amanecer de septiembre de 2001 sentenció el final de la post-guerra fría, iniciando una nueva era en las relaciones internacionales. En esta era resurge por tercera vez en su historia el Comité de Peligros Presentes, lobby paragubernamental en materia de política de seguridad, creado en 1950 al calor de la doctrina Truman e inspirado por el célebre documento NSC-68 -United States Objectives and Programs for National Security- firmado por el padre de la guerra fría Paul Nitze, que pretendía salvaguardar la integridad y vitalidad de las libertades y derechos individuales que fundamentan la Constitución de Filadelfia de 1787. No menor influencia acaparó el Comité de Peligros Presentes en la era reaganiana inspirando la lucha contra el Imperio del Mal y la guerra de las galaxias, y contribuyendo a superar el período de contra-cultura post-Vietnam, que a la postre terminaría por ahogar a la URSS en sus propias contradicciones. Su tercera reaparición bajo la actual dirección de Richard Pipes, y contando entre sus miembros con el anterior Presidente del Gobierno de España, José María Aznar, se basa en una declaración de principios que aspira a «proteger y extender la democracia mediante la victoria en la guerra global contra el terrorismo y los movimientos e ideologías que los dirigen».

El discurso que George W. Bush pronunció el día 29 de enero de 2002 ante los miembros del Congreso de Estados Unidos conmocionó al mundo. Constituyó una auténtica declaración de guerra contra los Estados canallas y las redes terroristas que amenazan los intereses de Washington y sus aliados en cualquier parte del mundo, y que quedó resumido en la expresión el Eje del Mal. Las líneas centrales de esta estrategia quedaron plasmadas en un documento elaborado por la brillante Consejera de Seguridad Nacional Condolezza Rice.

Medio mundo se escandalizó ante la visión moralista, heredera de la tradición puritana, que transmitía esta concepción maniquea y kantiana del mundo al aspirar como objetivo a la paz perpetua universal en términos de Pax Democratica. Enfrente: los propios Estados canallas y una Unión Europea, que habiendo perdido su condición de enfant gâté, y huérfana de objetivos, y, peor, de ideas,se ha quedado anclada en su defensa de la tolerancia westfaliana y de real politik bismarckiana. El ex-Ministro de Asuntos Exteriores francés, Hubert Védrine, acuñó el término hiperpotencia americana para describir la unipolaridad de la escena internacional, lo que pone de manifiesto la bisoñez de ciertos dirigentes europeos que contemplan a su tradicional aliado, no sin cierta envidia, desde la confrontación. El liderazgo que sin duda ha asumido los Estados Unidos en la defensa de la civilización amenazada por sus enemigos de siempre -los neomarxistas-, o las nuevas camadas islamofascistas, sólo debería atemorizar a éstos y no a sus aliados. Paul Wolfowitz, Secretario de Defensa estadounidense, lo definió de esta guisa: «Demostrar que tus amigos serán protegidos y atendidos, que tus enemigos serán castigados y que aquellos que rechazaron apoyarte se arrepentirán de no haberlo hecho».

El eje del mal se encarna en el régimen iraquí de Saddam, en el de los clérigos islamistas de Irán, y el comunista de Corea del Norte. En su programa para la pax perpetua americana, resumido aquí por los editores Kristol y Kagan, se exponen las razones para derrocar a Saddam y se perfilan las bases de la política frente a los otros dos Estados canallas. Lo que nos queda claro tras leerlo es que el pretendido diálogo de civilizaciones anunciado por Khatami en 1998, y del que el actual Presidente español Zapatero se ha convertido en heraldo, no es más que una tregua-trampa para la inevitable confrontación entre dos visiones opuestas del mundo.

La historia nos enseña lecciones importantes. Conscientes de ello, los neocons se inspiran en el historiador Tucídides que elaboró uno de los relatos militares más imponentes jamás escritos, la Historia de la Guerra del Peloponeso. En ella, se explica la derrota del imperio democrático de Atenas frente a la totalitaria Esparta a causa de las oscuras fuerzas de la naturaleza que llevaron a los atenienses a claudicar ante un brote de peste que evidenció su falta de virtud. Como nos recuerda Tucídides, Sun Zu, o más tarde Clausewitz, la guerra no es una aberración sino la continuación de la diplomacia por otros medios, en expresión de este último. Los atenienses sin embargo desoyeron las advertencias de Pericles que, en su imperecedera oración fúnebre, trató de levantar su derrotado ánimo diciéndoles: la felicidad se basa en la libertad y la libertad en el coraje por lo que no miréis con inquietud los peligros de la guerra.

La desaparición del comunismo soviético no ha liberado a Estados Unidos de su carga, por el contrario como ya estableciese Thomas Jefferson: "Estamos convencidos, y actuamos sobre la base de esa convicción, de que,tanto respecto de las naciones como de los individuos, nuestros intereses cabalmente calculados permanecerán para siempre inseparables de nuestros deberes morales. El fracaso en asumir esas convicciones debilita no sólo a los Estados Unidos sino a la causa de la libertad en el mundo".