martes, febrero 21, 2006

El manantial - Ayn Rand

Si se escondía algún propósito oculto, bajo las últimas reseñas en este rincón de confidencias, era posiblemente esbozar lo que con sublime percepción nos revela Ayn Rand en esta deslumbrante novela de efectos revitalizantes. Autora, entre otras obras inigualables, de la Rebelión de Atlas e Himno*, es la precursora de la filosofía del objetivismo que encumbra a Prometeo al lugar donde le corresponde por inventar el fuego.En este sentido, el hombre es un fin en sí mismo, y, la razón su arma principal para aprehender la realidad de los hechos, alejada de toda visión metafísica que perturbe su percepción. Huye Rand del monismo ingenuo, que confunde las normas (leyes naturales) con los hechos, y aspira al dualismo o racionalismo crítico al que Karl Popper nos acerca a través de La sociedad abierta y sus enemigos.

Si bien, su obra literaria trasluce el realismo de su filosofía, la visión que nos da es, ante todo, romántica y artística. De este modo, esculpe sus personajes con la concienzuda precisión del artista enamorado de su proyecto. Howard Roark o John Galt, personajes de sus novelas, no son de este mundo; son la idealización del hombre como debería ser, en toda su belleza, a la que Ayn Rand aspira con la firmeza inquebrantable de sus convicciones. La imagen corpórea de Howard Roark, el arquitecto que protagoniza El Manantial, retrata su visión del mundo y deja entrever la fuerte personalidad de su ego. Un ego puro y cristalino no contaminado por el detritus de vulgaridad colectiva.

A través de Gombrich descubrimos las dificultades de aquellos artistas que intentaron introducir la arquitectura moderna -simple en las formas, incluso fea, pero de una belleza natural sobrecogedora, al estilo de Caravaggio, y, destinada al confort de sus moradores- en un ambiente en donde el Arte -con A mayúscula- ahogaba la creatividad del artista imponiendo estilos góticos, renacentistas o, en ocasiones, eclécticos, y, siempre de segunda mano. Roark se mantiene fiel a sí mismo, a su proyecto en la vida, sin dejarse afectar por los estilos y la presión externa. Nada le perturba; ni los clientes, ni las penurias económicas, consiguen transformar su idea de la belleza que exterioriza a través de sus angulosas construcciones y erizados rascacielos. De este modo, se granjea el odio de los colectivistas, de aquellos que aspiran a la felicidad del conjunto y matan el ego para obtener algo que está fuera de su alcance: la felicidad colectiva.

Si hay un personaje opuesto a la obra de Roark es Ellsworth Toohey, predicador mediático, cuya debilidad física, y mente brillante pero perversa, le impulsará enfermizamente a buscar el poder. En uno de los diálogos finales de esta novela,Toohey devela a la perfección sus intenciones, que curiosamente nos recuerdan el monstruo al que se refería Houellebeck en La posibilidad de una isla o el propio Raspail en El Campamento de los Santos. Así, explica a Peter Keating, uno de sus muchos engranajes humanos, otro arquitecto, amigo de Roark, y mente lobotomizada por el monstruo, cómo su objetivo es quebrar el alma de los hombres. Hacer que el hombre se sienta pequeño, culpable -recordemos la rebelión del hombre por la expulsión de El Paraíso Perdido de Milton-;matar sus ideales y su integridad, predicando el altruismo, anulando su ego y obligándole a vivir por los demás. El hombre pierde todo su valor;su grandeza y poder creativo deben ser destruidos para abrir paso a la vulgaridad, al relativismo, a la renuncia de los gozos en esta vida. No fumes, no bebas, no trates de enriquecerte, si algo te hace feliz eres culpable, debes sentirte culpable. La razón, arma principal del hombre, debe ser limitada; lo único verdadero son los sentidos, la fe, la revelación, la raza, la tribu, el materialismo Dialéctico. La razón te susurra que si un falso profeta te habla de sacrificio, es que hay amos y esclavos, y él pretende ser el amo. Mata, por tanto, la razón, y el mundo será tuyo. Mata la individualidad y ensalza lo vulgar, y comerán de tu mano. El gobierno de la estupidez. Todos sonreirán y obedecerán. Nos recuerda Toohey: ¿Has notado que los imbéciles siempre sonríen?. A pesar de estas confesiones, enigmáticamente, Keating le inquiere: No te vayas, Ellsworth. Su alma está muerta.

Erich Fromm nos habló de la individuación del ser humano, proceso que liberará al hombre de sus cadenas, de su carga de culpa, de su vínculo primario con la Madre Naturaleza. Rand nos enseña esa posibilidad a través de Roark y sus denodados esfuerzos por conservar lo más valioso de su ser: su ego. El verdadero egoísmo es bello, natural, gratificante; nada hay más armónico que dos seres humanos intercambiando el producto de su esfuerzo, de su creatividad. Es un acto de amor. La piedad, sin embargo, implica superioridad; el altruismo implica desprecio superlativo hacia el ser humano; la solidaridad implica sumisión, dominación, infelicidad. La única solidaridad posible es la lealtad con uno mismo, porque el que no se ama a sí mismo, no puede amar a los demás. El que así actúa únicamente siente desprecio, y sólo busca mitigar su carga de culpa, redimiéndola con un acto de ofrenda al monstruo devorador de almas.

Unos pocos entenderán el mensaje que transmite Roark con su obra, pero le defenderán apasionadamente como quien defiende un bien muy preciado. Su mensaje es un mensaje de amor y de esperanza. El hombre tiene derecho a buscar la felicidad. No debe vivir para los demás. Contrapone Ayn Rand Europa a los EEUU en donde el individuo prima por encima del colectivo. Este mensaje es válido hoy también [la novela se pergeña bajo el ascenso de Hitler al poder y, la escritora de origen ruso había escapado, a su vez, de las fauces del comunismo], pero se nos muestra mucho más sutil y peligroso,a la manera de Ellsworth. El monstruo inocula su veneno progresivamente a través de sus resortes humanos encumbrados en la literatura, el cine, el arte, los medios de comunicación, la política. Todo con la misma finalidad de destruir el alma del hombre y volverlo contra sí mismo, doblegar su ego y someterlo, sacrificarlo por el bien de ¿todos? La civilización, como muy bien dice Roark en su alegato final, es el proceso que consiste en liberar al hombre del hombre. Y sobre todo recuerda, no sonrías, cuando el mundo te escupe su cochina vulgaridad.


* Por indicación de un amable lector, señalamos que el título de la edición española es ¡Vivir!

La Historia del arte contada por E.H. Gombrich

El Arte no existe. Tan sólo existen los artistas. Con estas palabras comienza esta historia del arte contada por E.H. Gombrich. Con ellas podríamos resumir la esencia de este magnífico manual para neófitos. Como tampoco existe el Amor, la Belleza, la Justicia, la Paz...; todo ello forma parte del mito del marco común al que nos hemos referido alguna vez bajo la inspiración de Popper. De este modo, sólo existe el hombre con sus falibles aspiraciones; algunas de ellas plasmadas sobre el lienzo, el mármol o la simple pared de una cueva. El poder creador del artista y su esfuerzo por hallar soluciones a los problemas a los que en cada época tuvo que enfrentarse, muchas veces contracorriente, es el elemento definitorio de la permanente búsqueda de la armonía y de la belleza por el ser humano.

El profesor Ernest Gombrich, redactó este compendio en los años posteriores a la segunda guerra mundial, y, fue publicado, por primera vez, en 1950. Nacido en Viena en 1909, se instaló en Londres en 1937, formando parte del cuerpo facultativo del Instituto Warburg. Desde 1959 hasta su retiro en 1976 dirigiría la Universidad de Londres, en donde impartiría historia de las tradiciones clásicas. Unos años antes, en 1938, gran parte de su familia, de origen judío, fue asesinada por los nazis tras el «Anschluss» de su Austria natal. Sin duda alguna, esta obra, traducida a más de 20 idiomas, es de lectura obligada para legos y estudiantes que quieran acercarse al maravilloso mundo del arte con la retina de un apasionado del espíritu creativo del hombre.

Desde las pinturas rupestres de Lascaux al edificio de la Bauhaus de Dessau, apreciamos una constante en el esfuerzo creador del ser humano que gira espontáneamente en torno a la búsqueda de la armonía en las formas, en los colores, en los sentidos, en la utilidad de las estructuras. Para Gombrich no es cierto que el espíritu de una época predetermine la calidad de una obra; ni que la rueda del arte se mueva impulsada por las aguas de Heráclito que fluyen inexorablemente hacia un destino prefijado. Esa fe ciega en el progreso y el cambio, según él, ha adormecido el espíritu crítico, facilitando el desarrollo de una obsesión enfermiza por la aceptación de todo lo nuevo. Esa tolerancia sin límites, si bien abre nuevas oportunidades a nuevos artistas y tendencias, conlleva un gran peligro: el de la propia negación del artista que, por vanguardista que pretenda parecer, debe mantener la aspiración de lo bello, de lo sublime, de la superación de las dificultades pictóricas, escultóricas o arquitectónicas que elevan su obra por encima de lo común. Lo que critica Gombrich no es la vuelta al primitivismo de Gauguin o Matisse, ni el expresionismo de Barlach o Kokoschka, que pretendían romper los arquetipos del arte burgués - «épater le bourgeois» -, sino la mediocridad en la que cae muchas veces el artista por la pereza de saber que haga lo haga su obra va ser aceptada por un público sin criterio. Del experimentalismo hemos pasado a la deconstrucción del arte como medio para anular al artista y ensalzar la mediocridad colectiva.

No obstante, el selecto recorrido por el que nos guía este gran maestro, desde el misticismo de los primeros pobladores de la tierra hasta nuestros días, es una auténtica alegoría del poder creador delos grandes genios que nos legaron su esfuerzo y sabiduría.

Los egipcios representaron sus figuras conceptualmente, con unos patrones alejados de la realidad, pero siguiendo un orden que pretendía mostrar al espectador las principales partes del cuerpo humano en su forma más característica. Así, en el retrato de Hesire, los ojos frontales se sitúan en una cabeza vista de lado; el tórax visto de frente sobre unas piernas laterales y, curiosamente, dos pies izquierdos. Estasimplicidad casi infantil guardaba un esquema racional y un orden no menos hermoso que en épocas posteriores.

El arte griego revolucionaría esta visión metafísica del artista mediante las formas naturales y el escorzo. Fidias, Mirón, Praxíteles, Lisipo, dieron vida a sus figuras, humanizando su rostro y mostrando la belleza del cuerpo humano idealizada. Los romanos nos transmitieron el legado helenístico, y a ellos debemos la gracia de poder admirar el estatuario griego como el Apolo de Belvedere. Aunque su originalidad refulgiría en el apogeo de su poder a través de la arquitectura civil; con sus acueductos, sus baños públicos, sus arcos de triunfo, su impresionante Coliseo.

El Papa Gregorio el Grande, en el siglo VI, señalaría el camino a seguir en un momento en que se discutía el carácter pagano de las estatuas y su conveniencia, al entender la pintura como la escritura de los que no saben leer y, por tanto,como un medio para transmitir la palabra sagrada a los seglares. Esta tendencia inspirará el arte en los siglos venideros hasta el Renacimiento italiano en el siglo XIV.

El renacimiento es el descubrimiento de los grandes maestros de Grecia y Roma, de la grandiosidad y nobleza del arte, de la ciencia de la cultura clásica, que habían sido enterrados por el arte gótico de los bárbaros. El pintor, Giotto di Bondone; el arquitecto, Brunelleschi; más tarde, Massaccio, Donatello; Jan Van Eyck, en el Norte; resucitaron el amor por la belleza de la realidad alejada de los estereotipos poco verosímiles de maestros anteriores.

Sería tarea superflua y azarosa tratar de condensar en pocas líneas la grandeza de los maestros italianos como Leonardo, Miguel Ángel, Ticiano, Bellini, Fra Angélico, Boticcelli, Mantegna y tantos otros, que revolucionaron la cultura y el arte mediante el redescubrimiento de los clásicos. No por ello, Gombrich sitúa el arte gótico en un plano menor sino simplemente en una época diferente y con soluciones distintas a problemas distintos. Es sorprendente, en este sentido, cómo los grandes artistas han sabido innovar y deslumbrar a sus contemporáneos, aun resquebrajando sus esquemas. Existieron asídistintas corrientes de pensamiento y discusiones sobre la belleza, ya fuera pintada con la crudeza de Caravaggio o idealizada por Carracci. Pero todas estas corrientes compartieron su embelesamiento por la naturaleza y la sensibilidad por las obras de la antigüedad clásica.

El estilo tras el Renacimiento fue denominado Barroco, aunque en arquitectura los arquitectos han seguido empleando hasta nuestros días las mismas formas básicas: columnas, pilastras, cornisas, entablamientos y molduras. Barroco significa en realidad grotesco, y este término fue empleado por los defensores de la pureza del estilo clásico, cuyas reglas no debían ser profanadas.

A partir de la Revolución francesa, se produce una ruptura en la tradición al racionalizar el artista los estilos a los que se adhiere. Es consciente a partir de ese momento de su estilo y elige los temas y la fidelidad con que reproduce la naturaleza; no es ya un pintor de corte sino un inventor de nuevos movimientos. Al principio, esta ruptura de la tradición estimulará la compra de Arte -con A mayúscula- y la fabricación en serie de las obras. En arquitectura esta vulgarización del arte tuvo como consecuencia que los edificios tenían que adaptarse al estilo -gótico, barroco, renacentista- más conveniente sin prestar atención a la función a la que iba destinado.

La disconformidad con los convencionalismos oficiales llevaría a pintores como Courbet a apegarse a la realidad, a la manera de Caravaggio, en su nuda sinceridad. Otros, igualmente hastiados, buscaron la belleza a expensas de la realidad. La única fidelidad que debía mantenerse era la de la propia conciencia del artista. La impresión general del cuadro era más importante que su exactitud. Manet, Renoir, Monet, Pisarro, se sirvieron de las estampas coloreadas japonesas para reinventar el arte y superar el reto que suponía la cámara fotográfica, mediante la experimentación de los colores y las formas. Otros, como Van Gogh, Cézanne y Gauguin, optaron por la vuelta al primitivismo, perdiendo profundidad y preservando la espectacularidad del colorido.

El arte moderno no debe entenderse en términos de progreso sino, como sostiene Gombrich, como respuesta a ciertos problemas concretos. En la arquitectura acabaría triunfando el funcionalismo de los estilos ingenieriles de la Bauhaus frente al manierismo artístico. Mientras, en otras artes se desencadenaría un frenesí de innovación que ahondará en la experimentación de los colores del fauvismo deMatisse o su sacrificio a favor del modelado formal del cubismo de Picasso. E.H. Gombrich no deja de reconocer este esfuerzo creativo que ha revolucionado las artes, pero advierte acerca de la peligrosa deriva hacia la pereza del artista avant la lettre, acostumbrado al reconocimiento incondicional del público, que fagocita cualquier cosa, siempre que se escupa con la suficiente desvergüenza para embotar su razón crítica.

La posibilidad de una isla - Michel Houellebeck

¿Quién soy yo? Es la conciencia del yo lo que diferencia al hombre del resto de los animales. Su existencia comienza cuando se desvincula de los lazos instintivos que lo atan a la naturaleza. Michel Houellebecq plantea en esta novela una serie de cuestiones filosóficas, sociales, políticas y vitales que pretenden llamar la atención sobre la amenaza más seria que se cierne sobre la humanidad y que se encuentra no tanto en peligros externos sino en los propios mecanismos psicológicos que rigen su conducta. El irracionalismo moderno, al que Shopenhauer calificó de la era de la deshonestidad intelectual, religa la acción humana a sus instintos primitivos impidiéndole independizarse del ente colectivo. Es ese proceso de individuación, según lo conceptúa Erich Fromm, el que puede liberar al hombre de sus cadenas. Sin embargo, esa mayor independecia conlleva una mayor soledad moral que le harábuscar la seguridad de la manada, destruyendo su libertad y la integridad de su yo individual. Balzac, al que tanto gusta leer a Daniel, el protagonista de esta novela, considera que la soledad moral es la más terrible. Por ello, desde su expulsión del Paraíso, el hombre tratará de rodearse de un compañero en su desgracia. Así, el poema de Milton, el Paraíso Perdido, no es más que la apología de la rebelión.

El sarcasmo con el que se protege nuestro protagonista de la brutalidad del mundo, que trabaja exitosamente como humorista y productor de películas escatológicas, no conseguirá, sin embargo,apaciguar las tribulaciones que le persiguen en el fugaz recorrido de su vida. Porque como él mismo dice si agredes al mundo con suficiente violencia, él te acaba escupiendo su cochina pasta; pero nunca, nunca te devuelve la alegría. A pesar de ello, el humorista regurgita esa brutalidad con mayor fuerza, transformándola en risa, para hacerla más aceptable.

Daniel vive atormentado por el paso del tiempo que le transporta sin remisión hacia la degradación del alma y la muerte de toda esperanza. Tras abandonar a su primera mujer embarazada, cuyo hijo acabará suicidándose, conocerá a Isabelle, redactora jefe de una revista para adolescentes de todas las edades, con la que envejecerá hasta que la arruga se haga insoportable. Para él, la desaparición paulatina del erotismo conlleva la desaparición de la ternura. En la mujer este doloroso proceso es paralelo a la descomposición de los cánones de belleza mientras que en el hombre muestra su peor cara cuando se marchita su función eréctil (Daniel 24, mutatis mutandi, dixit). Nuestro protagonista pronto sustituirá a su segunda mujer por una joven actriz, Esther, que prorrogará la desgracia-como llama Coetze a la vejez-, mordisqueando momentos de felicidad al implacable reloj de arena que señala la caducidad del cuerpo. Conseguirá aplazar así el dictum de Balzac El anciano es un hombre que ya ha comido y que observa cómo comen los demás.

Entre tanto, Daniel conocerá a los elehomitas, secta que venera a los Elohim, seres extraterrestres creadores del universo, y que aguarda su regreso: el advenimiento de los Futuros. El casual encuentro lo convertirá en testigoprivilegiado de unos acontecimientos que marcarán la transformación del mundo y el nacimiento de unos seres, los neohumanos, que destruirán la naturaleza del hombre,matando el deseo. Mediante la clonación, dicha secta promete la vida eterna a sus miembros y los somete a una organización tribal en la que el macho dominante, el profeta, es dueño de sus deseos. Todo lo sano, y en particular todo lo sexual, está permitido; se abstienen de fumar, toman mejunjes de herbolario, beben vino moderadamente y siguen una estricta dieta mediterránea. Todas las Virtudes del jacobinismo -como señala acertadamente Michael Burleigh en su libro Poder Terrenal- son adoptadas por los elehomitas: Franqueza frente a Hipocresía, Virtud frente a Vicio, Bien frente a Mal, Luz Frente a la Oscuridad.

Las vivencias de Daniel, que se desarrollan en España en una época en la que se debate entre la modernidad decadente y sus anacronismos, se intercalan con el análisis mecánico de los clones neohumanos, dos mil años más tarde, tras los cataclismos climáticos y guerras nucleares, que reducirán al hombre a su estado primitivo. El hombre conseguirá perpetuar así su carga genética, sus pensamientos, sus sentimientos, a través de sus descendientes, máquinas sin alma, de un modo aterradoramente inhumano.

La crítica de Houellebecq a los movimientos New Age y al gnosticismo místico de los cristianos contaminados por el pensamiento progresista de la revolución jacobina, se dirige al hombre nuevo y a su propensión para la autodestrucción creativa. Se ensaña especialmente con mentes como la de Teilhard de Chardin (o, más tarde, Lovelock), por su empeño en anular el yo para sacrificarlo en honor a la Madre Naturaleza. Es la soledad moral del ser humano frente a la vejez -último tabú social- y a la muerte, el que llevaráa hombres de todas las confesiones religiosas a entregarse con fervor devoto al credo elehomita preparando la llegada de los Futuros y la propia destrucción de la raza humana. Así, buscarán la salvación en el suicidio que debe revivirlos bajouna nueva forma de vida; una forma desapasionada, mecánica, conformista, virtuosa, asexuada, dependiente y, a la vez, aislada, aunque eternamente juvenil.

La civilización se derrumba por efecto de la incomodidad que producen las incertidumbres vitales; las mentes más preclaras acaban deseando el establecimiento de una república islámica o abrazando la falsa seguridad de corrientes esotéricas que prometen la eterna felicidad. La sensación de soledad acaba por hundir al náufrago en sus contradicciones. Daniel quiere aferrarse a la vida; busca las respuestas en el éxito, el dinero, el sexo, las drogas, la solidaridad, la eterna juventud, pero sólo al final comprende que la posibilidad de una isla en la inmensidad del océano se encuentra en el amor. Es esa misma fuerza, el deseo de amar, la que empujará a algunos neohumanos (Marie23, Esther31, Daniel25) a salir del aislamiento y aventurarse en un mundo en el que ha desaparecido todo atisbo de civilización y en donde reina la brutalidad en estado puro (seguramente para gran regocijo de los ecologistas radicales el hombre recobra sus vínculos primitivos con la naturaleza). Los humanos supervivientes han involucionado a su estado primitivo de ferocidad simiesca en el quelos comportamientos de los individuos se semejan extrañamente a los primeros colectivos elehomitas. No por casualidad, incluso éstos vislumbraron que desaparecida la moral lo único que queda es la ferocidad, como nos recuerda el escritor francés. En su afán de controlar a los hombres, los colectivismos anulan el placer y el amor y lo sustituyen por el mito, por la engañosa esperanza de la predeterminación y la falsa seguridad de pertenencia a la tribu. El hombre entrega su alma a cambio de la seguridad del destino común que exorciza la soledad moral a la que nos vemos abocados al nacer. Es sin duda el miedo a la libertad, del que nos da cuenta Erich Fromm, lo que le lleva obstinadamentea tratar de eludirla. Desconfía de la fraternidad nos dice Houellebecq; la única solidaridad entre generaciones es la que culmina con el holocausto de cada generación en beneficio de la siguiente.

El sobrino del mago (las crónicas de Narnia) - C.S. Lewis

Los mitos y leyendas forman parte del imaginario colectivo. La necesidad de explicar el mundo que nos rodea se remonta a los orígenes del hombre y ha perdurado a través de los tiempos. No será hasta el advenimiento del racionalismo crítico cuando el hombre comience a desperezarse de sus sueños de infancia y a valerse del conocimiento científico, pese a su falibilidad, para comprender la realidad circundante.

No obstante, los niños -y muchos mayores-, incapaces de aprehender los hechos con sesudas disquisiciones, tratan de explicar lo desconocido con representaciones mágicas de sus temores y esperanzas. Es un proceso educativo necesario en la infancia y paso previo a la madurez del intelecto.

Asimismo, la lucha entre el bien y el mal a la que deberán enfrentarse a lo largo de su vida, eligiendo el camino correcto hacia su salvación, configura uno de los elementos esenciales de los cuentos y leyendas infantiles. Sin que debamos entraren el análisis de la existencia o no de una lucha universal entre el Bien y el Mal, producto del mito del marco común al que se refería Popper en el libro del mismo título, no deja de ser un hecho objetivo la presencia de ambas realidades en toda acción humana.

Clive Staples Lewis, amigo de Tolkien, compartió la pasión de éste por la mitología nórdica, mundo fantástico al que nos transporta este novelista británico con su saga en siete libros titulada Las Crónicas de Narnia.

El sobrino del mago abre la saga con una sugerente introducción al reino de Narnia. Los acontecimientos se sitúan en el Londres de finales del siglo XIX, en donde dos niños, Polly y Digory, vivirán una prodigiosa aventura que les llevará a conocer nuevos mundos. A lo largo del cuento C.S. Lewis esboza diferentes perfiles de personajes que reaccionarán de modo diferente a los estímulos exteriores, aunque siempre lejos de las teorías conductistas y dejando entrever el peso de la libertad de conciencia en las decisiones de éstos. Quizá esta evolución en la conducta de sus personajes se vislumbre con mayor claridaden Edmund, protagonista del segundo libro de la saga, El león, la bruja y el armario, que ha servido de guión a la recién estrenada películade Walt Disney. Edmund muy afectado por la marcha de su padre a la guerra, nos recordará la debilidad del ser humano frente a las engañosas promesas del mal. Digory, con su madre muy enferma, también se verátentado por la bruja maligna que le prometerá la curación de su madre y el elixir de la eterna juventud.

Todos los ingredientes de este primer título son sumamente recomendables para los más pequeños, porque el mensaje que transmite es de esperanza en la vida y rechazo a todo aquello que nos aparta de la pureza del alma. Así, el escritor nos relata la fundación de Narnia al son del canto del León, Aslan, hacedor del universo, que dará vida al resto de seres en siete horas de lírica creación. Pero, ya en ese momento,advierte el creador que su obra se ha visto turbada por una extraña aparición. Con los mágicos anillos de su loco y cobarde tío Andrew, Digory había permitido la entrada en el mundo recién creado a un ser maligno destinado a traer la desgracia sobre la faz de Narnia. Para conjurar por mil años el trágico suceso, los dos niños deberán enfrentarse a la peligrosa tarea de traer el fruto del árbol de la ciencia que permitirá salvar al mundo de la malvada bruja.

A nadie se le escapa, el parecido de esta fábula con la Creación del universo en la simbología cristiana. No en vano, los cuatro hermanos protagonistas de la segunda aventura serán conocidos por los hijos de Adán y de Eva. Sin embargo, también en la mitología nórdica, el mundo era considerado un árbol gigante, llamado el Mundo Arbol o Yggdrasil, alrededor del que existían nueve reinos, cada uno en diferente nivel. Las raíces aguantaban al árbol y sus ramas le daban sombra al mundo. Las raíces del árbol descendían hasta el inframundo. En la superficie, Midgard -la tierra de los humanos- está rodeada por una serpiente gigante. Vemos aquí reflejada la idea de los mundos interconectados entre sí, y del tártaro, reino subterráneo de Satán, que tomará la forma de deletérea serpiente para tentar al hombre con el fruto del árbol prohibido.

Religión y mito se abrazan para recordarnos la naturaleza del hombre; su debilidad frente a la solicitación demoníaca de la serpiente que tratará de inducirle al pecado. La decisión sólo depende de él. La esperanza es el poderoso arma con que ha sido pertrechado el hombre para superar las dificultades del exilio lejos del paraíso perdido. Al final la respuesta está en el amor y en su inquebrantable fe, como nos mostrarán Digory y Edmund. Si bienel mal hizo su aparición en el mundo en El sobrino del mago, empero, se plantó el árbol con el que se construirá el armario que permitiráa Edmund, Lucy, Peter y Susan rescatar a Narnia de la malvada bruja blanca.


Finalmente, Narnia representa la tierra asediada por las fuerzas malignas, cuyos moradores deberán luchar contra la bruja blanca que ha convertido en estatua de piedra a todo aquel que no se somete a sus deseos. La ambientación en la segunda guerra mundial de esta segunda entrega no es casual. La bruja y sus esbirros simbolizan el nazismo contra el que sólo cabe una vía, que es la de combatirlo hasta el último aliento porque su fin es dominar el mundo y cercenar la libertad del hombre. Hoy en día la lucha contra las fuerzas del mal continúa, y, como los pequeños lectores de fábulas conocen muy bien, noexisten terceras vías éstas suelen sólo constituir una forma más de colaborar con el enemigo, como nos recuerda Mises en su obra Gobierno omnipotente- para derrotar a quien sólo aspira a convertirte en pétrea figura.

El campamento de los santos - Jean Raspail

En esta profética novela, escrita a principios de los 70,el autor nos plantea un dilema de gran actualidad y que resuelve él mismo con una trama predeterminada por la decadencia ideológica de Occidente. ¿Qué pasaría si un millón de indios arribasen al unísono a las costas europeas?

La respuesta se encuentra en el interior de la Bestia. Así, en el capítulo xx del Apocalipsis de San Juan se profetiza: «Cuando se hubieran acabado los mil años, será Satanás soltado de su prisión, y saldrá a extraviar a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la Tierra, a Gog y a Magog, y reunirlos para la guerra, cuyo ejército será como las arenas del mar. Subirán sobre la anchura de la Tierra cercarán el campamento de los santos y la ciudad amada».

En este ambiente sulfúreo es en el que se desarrollan las vivencias de los personajes que aguardan el advenimiento de un nuevo orden; unos mansamente o incluso con reverencial adoración, y, otros, con instinto refractario de quien observa su mundo desmoronarse bajo sus pies. Las inconsistentes murallas de arena que protegen el reino de Occidente se derrumban por efecto del desgarrador grito, mezcla de júbilo y desesperación, que profieren los pacíficos asaltantes que arriban al paraíso donde manan las fuentes de leche y miel.

La hidra de cabezas innúmeras, que representa a los desheredados de la Tierra, será guiada por una figura central a lo largo del decurso de los acontecimientos: el amasador de boñigas. Transportando su hijo deforme en sus hediondas manos,cual fruto monstruoso de una tierra yerma, el constructor de ladrillos de fiemo arengará a las masas con su ecumenismo planetario para fletar su expedición de famélicos hacia el Campamento de los Santos y la Ciudad amada. Así, el India Star y otros 99 barcos más partirán hacia la tierra prometida a tomar posesión del reino de Jesús. Es el fin del tiempo de los mil años.

Raspail nos confronta a la realidad descarnada de un Occidente ahíto e ideológicamente desarmado, incapaz de hacer frente a una flota pacífica que desborda el Ganges y que invade su reino con su simiente. La Bestia habría jurado la destrucción de Occidente y para ello mueve los hilos de una corriente de pensamiento monolítica e impermeable a todo contrapunto. Con su ejército de curas-laicos controla las mentes de sus adormecidos ciudadanos que siguen hipnotizados a sus flautistas de Hamelín. Es el nihilismo sobre el que nos previno Dostoievski.

Occidente ha llegado a depreciarse. Por influjo de un victimismo que alimenta las calderas de la compasión, el hombre blanco rehuye su condición y rechaza su herencia. El orgullo de toda una civilización ha sido sustituido por una caridad desenfrenada, progenie de una conciencia global que ha domeñado nuestras almas y las conduce hacia el lóbrego abismo suicida. El pesimismo respecto al declinar de Occidente, presente también en Spengler u Ortega, encuentra su fundamento en la pérdida de la confianza en el individuo; en la pérdida de la fe en los valores tradicionales del hombre blanco; en la pérdida del amor a lo que nuestra cultura representa. Es el pecado contra uno mismo bajo la presión de una masa informe que ha convertido la pobreza en su estandarte. Una masa movida no por el ánimo de vencer a la pobreza sino de huir de ella. Vano intento que sólo conseguirá propagar la peste de Tucídides al paraíso de alma marmórea.

No es racismo lo que destila esta novela sino un desgarrado llamamiento a conservar nuestra identidad, a preservar nuestro futuro, a defender instintivamente lo nuestro frente a los lúbricos deseos del igualitarismo que todo lo impregna con sus nauseabundas emanaciones. El ser blanco no es una cuestión de piel, sino un estado anímico. Es una denuncia contra el pensamiento global que ha secuestrado nuestro intelecto en nombre de la fraternidad mundial; que ha castradonuestra capacidad de reaccionar frente a agresiones exteriores sutilmente pacíficas.

Los predicadores de la mentira, los nuevos curas mediáticos, nos venden generosidad a raudales, arrumbando a todo el que no se pliega a su verbosidad. La opinión pública se entrega fervorosamente a esa nueva religión laica que precede la llegada de la Bestia. Serán los iconos mediáticos de esa conciencia humanitaria mundial los primeros en sucumbir a las fauces del monstruo que no distingue los méritos de su ejército de voceros y quintacolumnistas, y que todo lo engulle en su insaciable sed de destrucción.

El desembarco de la muchedumbre espantosamente miserable provoca la huida de los habitantes del Midi francés, que temen a la serpiente multiforme desparramada por los barcos supervivientes de la fantasmagórica travesía. El ejército huye despavorido por la monstruosidad de la miseria que acompaña a los nuevos colonos; muchos soldados abrazan la fe fraternal y se unen a las bandas de sans-culottes improvisadas, dispuestas a precipitar el nuevo orden. La Iglesia y el Ejército son derrotados bajo la guadaña del amor fraternal a lo colectivoque tanto han predicado. Aquellos inmigrantes instalados en el país se rebelan contra sus antiguos dueños. Han aprendido a odiar a Occidente porque la conciencia global del mundo exige que odie todo eso, como dirá un musulmán asimilado al principio de la narración; odio que se extiende a todo lo que Occidente representa. Las cárceles asaltadas vomitan los presos que se unirán a la orgía de voluptuosidad desencadenada por la revolución igualitaria en marcha. Todo se comparte, nada se respeta. Todos ellos se unen a los saqueadores de ultramar que, cuáles mesnadas de Alarico ordeñando las ubres de la loba romana, traspasan las murallas del paraíso con su aterradorapresencia para saciar su hambre infinita. Ya sólo tienen que estirar el brazo y servirse la fruta madura suspendida del árbol de la abundancia.

Unos pocos se resisten a dejarse arrastrar por la marea humana y plantan cara a la Bestia, haciendo refulgir sus pequeñas victorias pírricas en la negritud de la miseria moral que prosigue su inevitable avance. El Cónsul Belga en Calcuta, el viejo profesor Calguès, el coronel Dragasès, el capitán de la marina genocida Notaras, el editor Machefer, el indio renegado Hamadura, todos ellos, mártires del fin de una era,inmolados en nombre del mito de la fraternidad. En un último esfuerzo tratan de reconstituir la legalidad vigente, de recrear sus instituciones, de revivir glorias pasadas, antes de sucumbir a manos de sus propios compatriotas.

Escrita hace más de 30 años esta novela presagiaba la caída de Occidente antelos nuevos tótems erigidos en honor de la multiculturalidad y la hermandad universal. Lo que nos pretende transmitir Raspail no es la superioridad de la raza blanca simpleza a la que inmediatamente se aferran los amantes de lo políticamente correcto- sino el orgullo de un legado cultural de más de mil años que estamos dilapidando con la complicidad autodestructiva del nihilismo globalizado.

El discurso del odio - André Glucksmann

Medea, maga legendaria del ciclo de los Argonautas, se desposa con Jasón y reclama el trono de Corinto en donde reinarán durante una década de prosperidad y felicidad. Jasón cometerá entonces el pecado que le lleve a la ruina al repudiar a Medea para casarse con Creúsa, hija del rey Creonte. Despechada, Medea trasforma su dolor en crisis de identidad. Ella no es nada, no es nadie hasta que culmina su obra de destrucción y muerte, cuya fuerza radica no tanto en el poder de hacer que otros hagan lo que uno quiere sino en querer lo que otros no quieren («quod nolunt velint»). Al final ese dolor contra uno mismo transformado en furia contra los demás concurre en la epifanía del nefas, en una profanación tan extraordinaria que trasciende los tribunales. Es la versión romana del «crimen contra la humanidad».

El regalo de Medea, la túnica y la corona, esa doble plaga que se lanzaría contra Creúsa, acabará con su vida confundiendo la sangre y las llamas en lo alto de su cabeza y desprendiendo sus carnes de sus huesos, como lágrimas de pino, bajo los invisibles dientes del veneno. ¡Terrible espectáculo! Pero su insaciable odio no se apaciguó con la horrible muerte de su rival, sino que, como nos relata Séneca engañado por el dramaturgo Eurípides, a quien habrían sobornado los corintios con quince talentos de plata para que absolviera sus culpas, según Robert Graves- degollaría a sus dos hijos y prendería fuego a la ciudad. Es el Apoteosis del odio. «Medea nunc sum», ahora soyyo, grita Medea, embargada por una inmensa voluptuosidad.

De la pluma de Séneca nos introduce Glucksmann en la inescrutable vida interior de los hombres bomba. La era de la disuasión nuclear y de una paz gobernada por la mutual assurance of destruction, hoy el terrorismo globalizado elimina las fronteras geoestratégicas y los tabúes tradicionales. Los ángeles de la muerte que sobrevolaron Manhattan o Atocha portaban dos mensajes en sus bombas: «Abandona aquí toda esperanza» y «Aquí no hay por qué». De la bomba H a la bomba humana.

El filósofo francés, autor de Dostoievski en Manhattan, reconoce en Mohamed Atta el complejo de Eróstrato -griego que incendió el templo de Diana en el año 356 a. de C- al buscar la inmortalidad de su acción. Antes no era nada, ahora muere, y el mundo muere con él. Las explicaciones socioeconómicas al uso, la miseria, la pobreza, el analfabetismo, son fruto de una tesis mayoritaria biempensante de que el odio mayúsculo no existe. Todo se explica, se comprende, se excusa. El pedófilo es víctima de una infancia desgraciada, el asesino de ancianas arguye una perentoria necesidad de dinero, los violadores de barriada son hijos de la tasa de paro.Mentiras mil veces repetidas como coartada de una condena del «sistema», según la vulgata marxista, capitalista y, como alienación judeocristiana. Así, el terrorismo palestino encuentra comprensión en la opinión pública mundial, que tararea mil veces la misma cantinela judeófoba, tratando de equiparar a Sharon con Hitler, y así, de paso, lavar las conciencias de los crímenes de la Shoah. Una pretendida conciencia mundialhija de los medios de comunicación y de la difusión de lo políticamente correcto, pretende enterrar la Solución Final convirtiendo a las víctimas en verdugos.

Contrario a ese pensamiento único biempensante que, bajo la apariencia de insurrección contra la miseria y la globalización, esconde un catecismo revolucionario que busca derrocar el «sistema» movilizando ideológicamente a las masas en nombre de la raza, la nación, la clase o Dios, Glucksmann nos recuerda que el odio sí existe. Incluso, en ocasiones, antes de esa redención que ejercen los medios, se nos aparece desnudo bajo la crudeza del horror. En Manhattan, en Atocha, en Beslán, en Londres, en Ruanda, en Liberia, en Chechenia...En tantos sitios, muchos de ellos olvidados por esa conciencia mundial que sólo acierta a vislumbrar la muerte allí donde puede magrearla a su propia conveniencia. El filósofo sale de su recogimiento espiritual para denunciar esa doble moral que señala con su dedo acusador todo lo que se amolda a sus fines pero deja en el olvido a los tutsis, chechenos o sudaneses que expiran en el más absoluto silencio.

La guerra de Irak se convierte así en un arma arrojadiza que se articula sobre un antiamericanismo y antijudaísmo visceral, ya denunciados por Revel en su libro La Obsesión Antiamericanao por nuestra valiente superviviente Oriana Fallaci en su famosa trilogía excogitada sobre las cenizas de Manhattan. Las bombas humanas ya tienen coartada; de la mano de una izquierda progresista o, incluso, de cierta derecha extremista, amoldadas ambas a los mismos leit motivs de la prensa occidental. Es el odio contra uno mismo.

El odio existe; el odio no respeta nada; el odio juzga sin escuchar; el odio no atiende a razones; odio luego existe. El odio no es algo nuevo, ya hemos visto a Medea sublimando el nefascomo acto de autoafirmación supremo. Desde la Antigüedad el grito de odio roza la eternidad. El odio se nos sirve ahora en odres nuevas, pero es el mismo odio que arrastró a millones de judíos por las vías de la muerte. Estápresente entre nosotros, agazapado, buscando nuevas almas en las que inocular el veneno autodestructivo que lleva a la furia de la devastación nihilista. Su poder es, sin embargo, mayor, en cuestión de segundos es capaz de arrasar ciudades. De poner de rodillas a su imaginario enemigo. ¿Why not? Responderá un joven combatiente liberiano de trece años a la pregunta de si no le daba miedo matar con su kalashnikov a sus hermanos, a sus padres.

Tras el acto de sublimación de la muerte viene la nada. Leo Strauss definía el nihilismo, que inspira a los nuevos apóstoles del terror, «como el deseo de aniquilar el mundo presente y sus posibilidades, deseo al que no acompaña ninguna idea clara de con qué sustituirlo». La crueldad de los nuevos discípulos de Stavrogin -el protagonista de la novela de Dostoievski Los endemoniados- sólo buscan su autodestrucción que cristaliza en el caos, en la tragedia griega, en la hybris, a través de un acto de impúdica soberbia del hombre-dios. Como dirá Fukuyama en respuesta a aquellos que predican el choque de civilizaciones (Huntington) o, más cercano a nosotros, la confrontación ideológica, lo que está en juego es la Civilización misma. La política del avestruz, la lethe o ceguera maléfica del olvido, frente a la acción destructora del nihilista supone una insensata rendición al caos de muerte que prosigue su larga marcha a espaldas de las mayorías.

Los hijos de la luz - César Vidal

Los Hijos de la Luz dieron vida a las pirámides a la gloria del Gran Arquitecto del Universo, que manifiesta sus secretos a los iniciados a través del simbolismo de la geometría. Según la mitología masónica, el saber esotérico de la hermandad proviene de la época prehistórica,anterior al Gran Diluvio Universal año 3150 a.C.-, y habría sido difundido por maestros como Nemrod, creador de las logias Babilónicas; Abraham, que enseñó las ciencias secretas a los egipcios; Solón el legislador; el profeta Moisés; el matemático Pitágoras; el mago Zoroastro, los druidas, los templarios o los constructores de catedrales. Es ese componente de transmisión del saber iniciático y secreto, presuntamente ligado a la religión del Antiguo Egipto y a las religiones mistéricas de la Antigüedad, así como a movimientos gnósticos y ocultistas posteriores, el que predomina en la francmasonería.

El egiptólogo masón Christian Jacq nos transmite sus revelaciones en su libro denominado La masonería: historia e iniciación, en donde pretende, con escasa credibilidad, remontar el origen de esta secta al país de los faraones. Los dioses egipcios Osiris e Isis simbolizarían así el ser supremo y la naturaleza universal, representados por el sol y la luna. La resurrección de Osiris, el rey-dios asesinado por su hermano Seth, forma parte del mito central de la francmasonería, como nos recuerda el cenotafio de Seti I. Con la idealización de este mito los iniciados pretenderán resucitar a HiramAbiff, el maestro de obras del Templo de Salomón -«el hijo de la viuda»- cuyo espíritu renace en cada maestro-albañil. Hasta que el constructor no es iniciado permanece en la sombra y, sólo a través de la comprensión del rito se convertirá en un Hijo de la Luz, que se encargará de propagar los arcanos entre sus hermanos y por el mundo.

En su novela Los hijos de la Luz, ganadora del Premio Ciudad Torrevieja 2005, César Vidal nos transporta a un mundo de misterio, crímenes y erudición en el que sus protagonistas se las tendrán que ver con Espartaco, seudónimo del fundador de los Illuminati. Esta secta masónica, creada en 1776 en Ingolstadt-Baviera-, y proscrita diez años más tarde, sostiene que Lucifer ha revelado la luz al género humano.

El cuerpo mutilado de un joven es encontrado por un cazador en un bosque de Ingolstadt. A partir de aquí, nuestros protagonistas, el detective Wilhelm Koch y su fiel ayudante Steiner, se embarcan en un mundo desconocido para ellos que les traerágraves consecuencias. En el curso de esa inmersión en las tinieblas del esoterismo místico y luciferino de la secta masónica, contarán con la ayuda del experto grafólogo, y sabio de origen protestante, Lebendig, que iluminarásus pasos en la búsqueda y captura de los responsables del horrendo crimen.

Vidal juega, con minuciosa asincronía poliédrica, con los planos temporales y espaciales, alternando Baviera-1775, y París-1794, para conducirnos a través de una trama intensa y bien trenzada a una escena final de sorprendente talla. El trasfondo de las revelaciones que se irán descubriendo sobre la secta de los Illuminati nos lleva a un período de revoluciones y terror, en el que los personajes de la novela se convierten en verdaderos protagonistas de los acontecimientos históricos.

La masonería moderna, a raíz de la creación de la Gran Logia de Inglaterra en 1717, y de la redacción de las Constituciones de Anderson, forjó el mito del hombre ilustrado frente al homo religiosus nietzscheano. Es el mito, en definitiva, del hombre nuevo, surgido de la luz del conocimiento humano, frente a las tinieblas de la fe religiosa. Por otro lado, las Constituciones afirman que un masón es un sujeto pacífico sujeto a los poderes civiles, y que nunca se va a implicar en las conspiraciones o conjuras contra la paz y el bienestar de la nación. Nada más lejos de la realidad.

Sociedades secretas, ocultistas, manifiestamente anticristianas y propensas a ritos demoníacos, no mantuvieron el prurito de buen comportamiento al que decían someterse. En no pocas ocasiones, acogieron en su seno a vividores de toda estirpe y condición, de entre los que destacan Casanova o Cagliostro, o, encubrieron con el velo de la omertá crímenes como el que nos relata en su novela César Vidal. El carácter secreto de las logias, su estricta jerarquía piramidal, y su eficacia para infiltrarse en los resortes del poder como medio para derrocar el sistema y recrear el paraíso terrenal, les llevará a participar en la mayoría de los movimientos revolucionarios e independentistas desde el siglo XVIII. En 1790 advertía el embajador español en París, según nos cuenta Vidal en su libro Los Masones: la sociedad secreta más influyente de la historia, que la masonería estaba preparando una revolución que se extendería por toda Europa. Así sucedió en parte. En 1793, el Gran Maestro del Gran Oriente Francés, Felipe, duque de Orleáns, que se haría llamar «Felipe Igualdad», tendría una decisiva participación en el proceso que acabaría con la vida de Luis XVI. Su cabeza rodaría en el cadalso por los salvíficos efectos igualitaristas de un invento de otro masón símbolo del período revolucionario del Terror: el Dr. Guillotin.

En nuestro país, la masonería ejercería una enorme influencia en el ejército y en las revoluciones liberales del siglo XIX, y, no en menor medida, en los procesos de independencia de las colonias hispanoamericanas. Más tarde, representaría su papel antisistema durante la Semana Trágica de 1909, la frustrada revolución de 1917 o la de octubre del 34. Su infiltración en las fuerzas antisistema, tanto en las anarquistas, socialistas o catalanistas, fue notable.

Hoy la política de acoso a la Iglesia Católica del Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, cuyo abuelo militar era masón, y la de sus socios de Esquerra, que han pedido se indemnice a los masones perseguidos por Franco, nos retrotrae a un siglo pasado en donde las utopías terrenales sólo trajeron violencia y dictaduras. Quizá porque a algunos -caso del escritor, y presidente del jurado del Premio Torrevieja 2005, Caballero Bonald- les deslumbra el reflejo del Terror que encierran sus nocivas utopías revolucionarias, consideran la novela de César Vidal ideológicamente detestable.

¿Qué es una nación?- Ernest Renan

La definición de nación es tan polémica como la de cualquier otro concepto abstracto con implicaciones políticas. A partir de la definición que adoptemos será fácil develar nuestras intenciones. Porque las palabras, a pesar de lo que algunos creen, no son superfluas sino que es precisamentedesde la perversión del lenguaje donde comienzan las ideologías totalitarias su labor reeducadora.

En su conferencia ¿Qué es una nación?, celebrada en la Sorbona en 1882, Ernest Renan, contrapone dos concepciones enfrentadas de este vocablo de difusos confines. Renan, uno de los grandes intelectuales del siglo XIX y, el gran blasfemo de Europa a decir de sus detractores más acérrimos, dedicó su vida al estudio y a la investigación. Desde su visión liberal-conservadora y, ciertamente, desengañado por una época marcada por las revoluciones de clase, supo ver con clarividencia los peligros del nacionalismo orgánico alemán. Para comprender en toda su intensidad el problema que plantea es necesario conocer el marco histórico en que se desenvuelven sus reflexiones, con la grave crisis ocasionada en Francia por la anexión de Alsacia y Lorena tras la guerra franco-prusiana como telón de fondo. Con acierto, vislumbró, con preclara anticipación, el incipiente expansionismo territorial de una Alemania decidida a conquistar su Lebensraum en nombre de la raza aria. Hoy sabemos que esos sueños telúricos se esfumaron en los hornos de Dachau o Treblinca.

Su concepción de la nación moderna, desde una óptica liberal-democrática, se nos revela como el resultado histórico de una serie de hechos convergentes en el mismo sentido y que hunden su raízen la voluntad colectiva y soberana de un conjunto de individuos representados mediante sufragio por una minoría. Una nación, según Renan, es una gran solidaridad, un sentimiento común, forjado por los sacrificios pasados y los que se están dispuestos a arrostrar en el futuro. La existencia de una nación es un plebiscito de todos los días, producto, a su vez, de un largo devenir histórico que hace difícil su cuestionamiento por los actores políticos coyunturales. La nación no se planifica, ni se improvisa. Michael Oakeshott, en su libro El Estado Europeo Moderno, señaló con acierto como los Estados modernos surgieron poco a poco, producto de determinadas decisiones humanas, pero en ningún caso como el resultado de un plan preconcebido.

Frente a esta concepción, que hace depender la existencia de la nación de los individuos que la componen, nos encontramos con otra muy diferente, síntesis de la combinación Hegelianaentre el organicismo de la sociedad con una visión metafísica del Estado, que se configura como una entidad mística y trascendente a cuyos predeterminados designios se somete el colectivo. Es sobre esa filosofía oracular del idealismo y el determinismo histórico sobre la que anidarán los totalitarismos del siglo XX. El gran filósofo del siglo pasado, Popper, definiría a ese nacionalismo, fundado en el mito, como la terrible herejía de la civilización occidental. Así, Renan, advertía que se confunde la raza con la nación y se atribuye a grupos etnográficos o lingüísticos, una soberanía análoga a la de los pueblos. Por el contrario, los Estados son el producto de una fusión de poblaciones; no existe la raza pura, las naciones de Europa son naciones de sangre mezclada. Así, dirá: La raza no lo es todo como entre los roedores o los felinos, y no se tiene derecho a ir por el mundo palpando el cráneo de las gentes para después cogerlas por el cuello y decirles: «¡Tú eres de nuestra sangre; tu nos perteneces!». Es ese marchamo de la sangre; la raza; la lengua; der Geist des Volkes; el que ha llevado a Europa a la hybris de sus falsas profecías colectivistas. No necesitamos remontarnos a la segunda guerra mundial para recordar tristemente acontecimientos de similar locura colectiva. La guerra de los Balcanes se nos antoja un recuerdo suficientemente expresivo de las admoniciones de Ernest Renan.

En el libro de Pío Moa, una Historia Chocante, se señalan los mitos sobre los que se basan los nacionalismos catalán y vasco. Sabino Arana, echa mano de la mitología racial y lingüística, y de leyendas, no exentas de romanticismo pueril, que sitúan los orígenes del pueblo vasco en el gran Túbal. Mientras, Prat de la Riba, el gran arquitecto del nacionalismo catalán, refunda el espíritu nacional de Cataluñasobre la base de unos pretendidos rasgos de identidad que trató de inculcar en el alma de la sociedad catalana mediante una labor reeducadora. Observamos aquí claramente esos rasgos, que denunciaba Renan, y,que falsean la verdadera esencia de la nación, que emana de la soberanía popular y se sedimenta a lo largo de generaciones sobre la voluntad de convivencia en común.

Una de las trampas totalitarias de las definiciones, es la diferenciación que hacen los nacionalistas entre Estado y nación. Dicha diferenciación, si bien podría parecer producto de un principio liberal de tolerancia y respeto a las minorías, al que el propio Lord Acton apelaba, encierra, sin embargo, un proyecto segregacionista y totalitario, cuyo objetivo es modelar la sociedad y rebelarse contra la libertad del individuo. Libertad que se aglutina natural y paulatinamente entorno a un proyecto asociativo, el Estado, inicialmente dinástico, pero que conformará, por la fuerza de los hechos, una soberanía nacional, libremente expresada,ajena a las coyunturas parlamentarias. En este sentido, la soberanía nacional es previa a su positivización en una Constitución, modo natural de conformar el derecho sobre la base de la tradición y la costumbre, y se consolidó bajo el impulso del surgimiento de los Estados-nación, verdaderos artífices de su obra y garantes de su permanencia. Como ha señalado Popper: "El error fundamental de esta doctrina [la que hace coincidir la nación con el Estado] es el supuesto de que los pueblos o naciones existen antes que los estados -algo así como raíces- como unidades naturales, que en consecuencia deberían estar ocupados por estados. Pero la realidad es la contraria: son los pueblos o naciones los creados por los Estados". En este sentido, el espejismo catalanista se asienta sobre tresmentiras fundamentales: 1. Que España es un Estado pero no una nación. Esta desposesión de sus atributos vacía al Estado de su razón de ser en una sociedad civilizada y democrática, razón que se articula sobre su misión de garantizar la soberanía nacional. 2. Que Cataluña, en su plan desestabilizador, se configuraría como una nación pero no un Estado. Como hemos visto la nación es un predicado de los Estados modernos, cuyo desplazamiento a zonas periféricas no constituye un mero ejercicio de descentralización sino una pérdida real de soberanía de su titular. En este sentido, Cataluña se constituiría -sin ambages- como un nuevo Estado-nación, al perder el Estado y el pueblo español su poder de decisión. 3. Las naciones se planifican y se construyen en la trastienda de los despachos, y no como fruto espontáneo de la voluntad de convivencia expresada en el tiempo a través de los hechos y decisiones de los individuos.

El proyecto de Estatuto de Cataluña nace así como reflejo de la expresión constructivista de una clase política que aspira a dar forma a una sociedad sobre la base de falsos mitos. Raza, lengua, cultura, ritos tribales y reinvención mítica de la historia; todo ello nace de una tramoya prodigiosa ideada para intervenir el futuro de los hombres. Es la sempiterna rebelión de la tribu contra la libertad. Rebelión hija del miedo a la libertad y al progreso de una civilización, que se empeña en sortear los vientos de proa hacia una futura Confederación de Europa, a la que ya apelaba Renan para exorcizar el maleficio del nacionalismo romántico de moda, que acabaría alumbrando los peores fantasmas de la humanidad.

Permítanme terminar, señores, como Renan lo hiciera en su profética conferencia, invocando las modestas soluciones empíricas como contraposición al reino de lo transcendente y, recordando al lector, que: «En ciertos momentos, el modo de tener razón en el futuro es resignarse a estar pasado de moda».