Es el revulsivo que Francia necesita; es la esperanza de Europa. Hombre rebosante de vitalidad y sentido común, su tenacidad ante las adversidades de la política le han llevado ha encabezar las listas de la UMP en su condición de candidato a las presidenciales de nuestro país vecino. Esas son los principales bazas con que cuenta Nicolás Sarkozy para liderar el proyecto de cambio al que aspira para una Francia que se encuentra en decadencia, como nos recuerda el otro Nicolás (Baverez) en su sintomático opúsculo "La France qui tombe".
Este político de raza ha sabido sobreponerse a las dificultades de la vida (su breve receso matrimonial) y de la política (el imposible caso clearstream), que aquí nos relata de forma directa. Sus orígenes húngaros -su padre huyó del régimen comunista- poco hacían presagiar que se convertiría en el Presidente in péctore de nuestros chovinistas vecinos. Y, sin embargo, Sarkozy, haciendo caso omiso de las insidias de algunos de sus contrincantes, se ufana de su patriotismo, uno de los ejes de su campaña electoral. Así, en su último libro, titulado "Ensemble", se patentiza su querencia identitaria y su misión purificadora de un proyecto común para los franceses. Al final se nos muestra como el representante del sueño americano a la francesa.
No es un hombre de profundidades intelectuales, pero sí de profundas convicciones liberales. Es el vívido retrato de un hombre hecho a sí mismo. Su liberalismo de andar por casa es el exponente del eclecticismo que lleva en su paleta. En él no debemos buscar la excelsa lírica de un Rubens o un Van Dick porque sólo encontraremos los sórdidos motivos pictóricos de un Lautrec. De este modo, es en los bajos fondos de Paris, en sus banlieues, donde halla su inspiración. Buena muestra de ello fue su paso por el Ministerio del Interior, a cuyo frente no dejó a nadie indiferente. Porque si algo sabe es tratar con la chusma. La que en otoño de 2005 arrasó los barrios periféricos de París hasta que la fortaleza de un hombre, acosado por los suyos, se impuso a la insensatez y la debilidad de los que siempre prefieren mirar hacia otro lado.
Decía Disraeli a un joven parlamentario tory que no debía temer a los que se sientan en los bancos opuestos, sus contrincantes, sino a los que tiene a sus espaldas, sus verdaderos enemigos. Nada ha cambiado desde entonces. Y Sarko puede dar fe de ello. El caso Clearstream quedará en los anales de la vesania de las intrigas palaciegas. La venta de unas fragatas en 1991 a Taiwán levantó las sospechas del diligente juez Van Ruymbeke sobre el cobro de retro-comisiones. Y, sin embargo, ¡Nicolás no fue ministro hasta 1993!
Hoy en día, los progresistas ilustrados han sustituido a los antiguos déspotas reaccionarios. Son las nuevas clases dirigentes que se han instalado en la mentira y en la permanente manipulación. El todo para el pueblo pero sin el pueblo. Pero, sus proclamas de Justicia social y otros dogmas de fe no son más que la niebla con que ocultan sus intereses. Los ciudadanos deben asir la libertad por los cuernos y cabalgar sobre ella sin miedo a caer. Para Sarkozy las personas cuentan; creer en ellas es apostar por el futuro. Las personas son su proyecto. La libertad, su divisa.
Este político de raza ha sabido sobreponerse a las dificultades de la vida (su breve receso matrimonial) y de la política (el imposible caso clearstream), que aquí nos relata de forma directa. Sus orígenes húngaros -su padre huyó del régimen comunista- poco hacían presagiar que se convertiría en el Presidente in péctore de nuestros chovinistas vecinos. Y, sin embargo, Sarkozy, haciendo caso omiso de las insidias de algunos de sus contrincantes, se ufana de su patriotismo, uno de los ejes de su campaña electoral. Así, en su último libro, titulado "Ensemble", se patentiza su querencia identitaria y su misión purificadora de un proyecto común para los franceses. Al final se nos muestra como el representante del sueño americano a la francesa.
No es un hombre de profundidades intelectuales, pero sí de profundas convicciones liberales. Es el vívido retrato de un hombre hecho a sí mismo. Su liberalismo de andar por casa es el exponente del eclecticismo que lleva en su paleta. En él no debemos buscar la excelsa lírica de un Rubens o un Van Dick porque sólo encontraremos los sórdidos motivos pictóricos de un Lautrec. De este modo, es en los bajos fondos de Paris, en sus banlieues, donde halla su inspiración. Buena muestra de ello fue su paso por el Ministerio del Interior, a cuyo frente no dejó a nadie indiferente. Porque si algo sabe es tratar con la chusma. La que en otoño de 2005 arrasó los barrios periféricos de París hasta que la fortaleza de un hombre, acosado por los suyos, se impuso a la insensatez y la debilidad de los que siempre prefieren mirar hacia otro lado.
Decía Disraeli a un joven parlamentario tory que no debía temer a los que se sientan en los bancos opuestos, sus contrincantes, sino a los que tiene a sus espaldas, sus verdaderos enemigos. Nada ha cambiado desde entonces. Y Sarko puede dar fe de ello. El caso Clearstream quedará en los anales de la vesania de las intrigas palaciegas. La venta de unas fragatas en 1991 a Taiwán levantó las sospechas del diligente juez Van Ruymbeke sobre el cobro de retro-comisiones. Y, sin embargo, ¡Nicolás no fue ministro hasta 1993!
Hoy en día, los progresistas ilustrados han sustituido a los antiguos déspotas reaccionarios. Son las nuevas clases dirigentes que se han instalado en la mentira y en la permanente manipulación. El todo para el pueblo pero sin el pueblo. Pero, sus proclamas de Justicia social y otros dogmas de fe no son más que la niebla con que ocultan sus intereses. Los ciudadanos deben asir la libertad por los cuernos y cabalgar sobre ella sin miedo a caer. Para Sarkozy las personas cuentan; creer en ellas es apostar por el futuro. Las personas son su proyecto. La libertad, su divisa.
Las clases medias son el motor de la economía; por eso entiende que deben ser el centro de cualquier política. La prosperidad debe ser el objetivo. Sarkozy apuesta por una Francia moderna, competitiva, globalizada, en donde el trabajo y el esfuerzo se premien. La situación es muy distinta: Francia no ha dejado de perder poder adquisitivo desde hace treinta años. Una jornada de 35 horas y el sueldo mínimo interprofesional (SMIC) son armas de destrucción masiva de la producción y de los empleos industriales. Lo que algunos ganan en seguridad, otros más necesitados lo pierden. Hay que frenar el proceso de deslocalización implantando medidas que fomenten el empleo y el poder adquisitivo. Los socialistas quieren que se trabaje menos, Sarko aspira a que se produzca y gane más. El igualitarismo para todos sólo trae consigo la pobreza. Antes de distribuir, nos dice, hay que crear riqueza. Así pues, la excelencia debe recompensarse. El fracaso no debe ser el final de trayecto sino una etapa para conseguir el éxito. El dinero no es más que la recompensa al esfuerzo y a los riesgos asumidos. Empero, la envidia y los privilegios siguen al acecho.
Los salarios de los funcionarios y las pensiones suponen en Francia un 45% del presupuesto nacional. El Estado debe gastar menos. El Presidente de la UMP propone no sustituir más que a uno de cada dos funcionarios que se jubilen. Aboga, asimismo, otra serie de medidas destinadas a incentivar el trabajo y permitir la movilidad. Es un reto ineluctable.
La educación es la base del progreso social. En la sociedad del conocimiento, la educación nacional es la piedra angular del sistema. Debe mejorarse el nivel educativo y buscar la integración del modelo de enseñanza en una economía globalizada en la que prima la especialización con el fin de que Francia sea un país competitivo. A este respecto, propone diversas acciones tendentes, no tanto a incrementar los recursos materiales, sino a mejorar su gestión.
Sarko es un francés convencido, amante de su país. Un enamorado de su historia, su cultura, su lengua, que son para él los cimientos de su unidad. Los que denigran su pasado desde la periferia, en un proceso de reinvención lacerante de la historia, sólo buscan robar el futuro de un país que, con sus errores y aciertos, es una gran nación de la que Sarkozy se siente orgulloso. Sin duda, Francia necesita a Nicolás, pero Europa necesita con apremio que Francia despierte del letargo en que le ha sumido una izquierda irresponsable y una cierta derecha vendida al pensamiento único del progresismo ilustrado.
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