domingo, abril 30, 2006

El Mundo de Parménides - Karl Popper

Me permitirán ustedes dedicar esta reseña a los amantes de la ciencia y, en especial, a aquellos internautas con los que en ocasiones he compartido elucubraciones metafísicas sobre el origen del universo. Para este viaje cuento en las alforjas con una colección de ensayos de uno de los más grandes filósofos de la ciencia. No es otro que Sir Karl R. Popper. No pretendo abrumar al lector con disquisiciones profundas y solipsistas que revelen el “carácter mágico” de las palabras sino contribuir a despertar el interés por cuestiones filosóficas que forman parte de la cultura occidental.

La racionalidad de los presocráticos y su acrisolado espíritu crítico es la metodología que desentierra Popper de las entrañas de la epistemología empirista baconiana. Del conocimiento cierto y demostrable. La racionalidad crítica de los presocráticos pone en entredicho el aforismo sensualista Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu. Por el contrario, sólo puede darse el conocimiento conjetural porque como señaló Jenófanes «todo no es sino una maraña de sospechas».

Jenófanes de Colofón, nacido en el año 570 a.C. Poeta, rapsoda, historiador y filósofo, anticipó algunas las principales ideas de la Ilustración europea. Fue el fundador de la llamada ilustración griega y de la epistemología, la teoría del conocimiento. Nos enseña que el conocimiento es además objetivo. La verdad es la correspondencia con los hechos, sepa yo o no que se da tal correspondencia. Así, la verdad es objetiva. No obstante, la certeza es subjetiva: aun cuando exprese la verdad más perfecta, no se puede saber con certeza, sólo se puede conjeturar. Por ello hablamos de conocimiento conjetural. Pero un conocimiento mejor es una mejor aproximación a la verdad.

¡Cuán importante es la pérdida sufrida en los miasmas del relativismo intelectual que se ha instalado en Occidente! Equivale a la renuncia a conocer la verdad. Y, por tanto, dicho sea de paso, hace inútil el trabajo intelectual. Ser intelectual y relativista es imposible. Es decir, los intelectuales relativistas son unos embaucadores. Si todo es relativo, ¿para qué los intelectuales? La pérdida de confianza en el conocimiento y el vacío moral, que afecta con especial crudeza a los europeos, nos trae a la memoria lo que decía Anaximandro de que el mundo no es simplemente un proceso natural, sino un proceso moral. No en vano, la búsqueda de la verdad mediante la discusión crítica era para Sócrates, un racionalsita ético a pesar del legado platónico, la mejor forma de vida. Esos letales efectos para la ciencia y la racionalidad son los que denuncia Sir Karl en su célebre ensayo “La sociedad abierta y sus enemigos”. De este modo, nos vemos obligados a elegir entre la fe en la razón y los individuos humanos, y la fe en las facultades místicas del hombre que le religan al colectivo. Entre el racionalismo crítico y el irracionalismo del método filosófico especulativo cuyo fruto principal es el relativismo moderno. Siguiendo el racionalismo especulativo de Whitehead diríamos que “Es tan cierto decir que el Universo es inmanente en Dios como que Dios es inmanente en el Universo… Es tan cierto decir que Dios crea el Universo como que el Universo crea a Dios”. Es el método esencialista de las definiciones –el método lógico silogístico- que debemos a Aristóteles, y que exige partir de premisas básicas verdaderas, dogmáticamente verdaderas, para deducir intuitivamente conclusiones sobre definiciones que debemos presumir dan la esencia de las cosas. Una suerte de filosofía oracular. Al principio fue el verbo. De ese poder mágico de las palabras extrae la izquierda radical europea su deconstrucción creativa, el «nihilismo constructivista» en términos de Jesús Trillo-Figueroa.

Si difícil se nos antojaba conocer las cosas por su mera observación, más estéril es aprehender su esencia a través del método de las definiciones. Pero las dificultades y la falibilidad del conocimiento no deben frustrar nuestras buenas intenciones porque, como diría Alfred Tarski, la verdad absoluta u objetiva existe y es posible formular hipótesis aproximativas, seguir el método ensayo y error, plantear conjeturas y refutaciones. Decía el novelista Roger Martin du Gard en Jean Barois: “ya es algo si sabemos dónde no se encuentra la verdad”.

La cosmología de los presocráticos -el intento de establecer la arquitectura del universo-, incluso, en sentido lato, su cosmogonía -las especulaciones acerca de la creación-, son el fundamento de nuestra civilización occidental. A ellos les debemos las ideas de verdad, democracia, justicia, humanidad y otras que forman parte de nuestro acervo cultural y político. Nuestra civilización se basa en la ciencia de Copérnico, Galileo, Kepler y Newton que a su vez constituyen la continuación de la cosmología de los griegos.

La escuela eleática postuló superar la mitología homérica y la teogonía de Hesíodo atribuyendo los orígenes del universo a un único elemento primigenio. Tales (uno de los Siete Sabios de Grecia y fundador de la escuela milesia) observó que los océanos se agitaban cuando la tierra temblaba por lo que consideró que el agua movía la tierra y daba origen a todas las cosas. Para Anaxímenes era el aire el arché o principio de todas las cosas, mientras Anaximadro lo atribuyó al ápeiron (el infinito) y Heráclito al fuego, como para el chamanismo pitagórico fueron los números.

Aunque realmente es Jenófanes quien derribaría la mitología antropomórfica y llamaría a desconfiar de los sentidos mediante el uso de la razón crítica. Parménides, inspirándose en este último, es considerado el inventor del método deductivo de argumentación y, en cierto modo, incluso del hipotético-deductivo. El poema de Parménides y la revelación que recibe de la diosa Dike lleva a las dos vías. La «vía de la Verdad» y la «vía de la Opinión». El mundo de la doxa (opinión) es mera apariencia y sólo parece verdad. Sólo es la verdad demostrable. Distingue así al igual que harán más tarde Kant y Shopenhauer, el mundo real del mundo del de la apariencia. La cosa en sí, el noúmeno, de los fenómenos. No podemos, pues, fiarnos de los sentidos, sino tan sólo de la razón y la prueba lógica.

Es a través de un invariante, de una primera premisa que no se altera, que Parménides formulará su hipótesis del mundo -el de la Verdad- como un bloque esférico permanente. El cambio heraclíteano, el todo fluye, es simple apariencia. El ser no es, por lo que la nada no existe. Esta teoría estimularía la crítica de los atomistas, Leucipo y Demócrito, que fundamentaron la física teórica durante 2000 años. El movimiento es un hecho. La nada o el espacio vacío no es pues inexistente. El mundo consta de átomos y vacío. Así, la filosofía parmenídea se escindió en dos formas principales: la teoría discontinuista de los atomistas y la teoría continuista del mundo pleno en movimiento, debida a Empédocles, Platón y Aristóteles. La teoría continuista de Aristóteles dominó la teología occidental en la Edad Media. En ella está implícita la idea de que la causa ha de ser igual al efecto. De este modo, todo cuanto existe ha existido en Dios. Con todo ello, tras veintidós siglos, siguen vigentes aún las dos vías de Parménides, la vía de la verdad bien redonda y la vía de la apariencia o de la ilusión. Científicos como Boltzmann, Minkowski, Weyl, Shrödinger, Gödel y Einstein han visto las cosas en términos similares. La búsqueda de invariantes o principios inalterables se ha convertido en el objeto de la ciencia.

No obstante, la apología parmenídea lleva al determinismo metafísico en el sentido que no puede explicar el azar, el «demonio clasificador» de Maxwell, que se convierte en mera ilusión de nuestra ignorancia. Esto conduce inexorablemente al fatalismo destructor de la naturaleza humana, de su libre albedrío, porque el futuro está abierto y sólo en parte se puede predecir. Como dijo Mises en Teoría e Historia, la libertad moral es la característica esencial del hombre. Por otro lado, Einstein al elaborar su teoría de la relatividad, que nos describe un mundo en cuatro dimensiones y donde el tiempo carece del carácter absoluto que tenía en la física mecánica de Newton no tuvo en cuenta el principio de incertidumbre de las leyes generales, o sea, la jugada de dados que introducen las leyes cuánticas. Más tarde Hartle y Hawking formularán la teoría del tiempo imaginario que permite la coexistencia de múltiples historias.
Así, para Hawking el universo estaría completamente autocontenido, no necesita nada fuera de sí para darle cuerda y poner en marcha sus mecanismos, sino que todo estaría determinado por las leyes de la ciencia y por lanzamientos de dados en el universo. A cada posible superficie cerrada le correspondería una historia, cada historia en el tiempo imaginario determinaría una historia en el tiempo real. El principio de incertidumbre permite la coexistencia de diferentes universos membrana sujetos a fluctuaciones cuánticas, como especula Stephen Hawking en su obra “un universo en una cáscara de nuez”.

En definitiva, la historia de la ciencia es la historia de la formulación de hipótesis sobre principios inalterables que, sin embargo, pueden ser sustituidos por otros mejores, siempre y cuando, nos permitan acercarnos mejor a la verdad. En ese sentido, el positivismo lógico del círculo de Viena y la epistemología sensualista de Mach, que llegó a fascinar a Einstein y a otros muchos físicos, no deja de ser la adaptación de la segunda vía de Parménides (la empírica) y el abandono de la primera, es decir la vía de la verdad, y la rendición al mundo de los sentidos. Esa es la línea del positivismo de Habermas, Rawls y de otros ideólogos socialdemócratas actuales que han renunciado a buscar la verdad. Al igual que para los sofistas sólo lo verosímil cumple una función, la verdad no importa, la ética pública no existe. Desde entonces la política ha sido una lucha continua entre la verdad y la retórica; entre el mundo de lo real y la mera apariencia oportunista.

Terminaré con el bello poema de Jenófanes que plasma en unos versos la teoría del conocimiento crítico y conjetural, que inspiró a Popper a lo largo de toda su vida:

Los dioses no revelaron desde el principio,
Todas las cosas a los mortales,
sino que ellos, con el transcurso del tiempo,
Mediante la búsqueda, pueden
llegar a conocer mejor las cosas.

viernes, abril 14, 2006

La ideología invisible (el pensamiento de la nueva izquierda radical) - por Jesús Trillo Figueroa

«La civilización es esterilización», ironiza uno de los personajes inadaptados al mundo feliz de Aldous Huxley, murmurando sotto voce la segunda lección hipnopédica de higiene mental y sociabilidad (método de educación y condicionamiento freudiano impartido bajo los efectos de la hipnosis), al observar a dos madres salvajes de Malpaís amamantando a sus retoños. Con esta inquietante representación de la genial novela del escritor británico, nos alerta Jesús Trillo sobre el objetivo último del feminismo radical. Ideologíaque ilumina al Presidente «rojo, utópico y feminista» del Gobierno de España que aspira a acabar con la maternidad como último escalón de la revolución feminista.

Sin duda, y así lo evidencia Jesús Trillo en su lúcido análisis del pensamiento de la izquierda radical en el Gobierno, la ideología dominante en el partido socialista es el feminismo radical desde que Almunia implantara la paridad en su cargos directivos. El lobby feminista se ha convertido desde entonces en el grupo de presión más influyente en el seno del PSOE, bajo la batuta de Micaela Navarro, de la Vega o Carlota Bustelo, impulsando leyes comola del matrimonio homosexual -gran victoria de las feministas a decir del propio Zerolo- o la Ley de violencia de género. Lejos queda ya la tenaz oposición de la socialista Margarita Nelken a la extensión del sufragio universal a las mujeres en el año 1931 por considerarlas un elemento reaccionario de la sociedad.

En la agenda política actual se encuentran las leyes de paridad en las listas electorales, paridad en el seno de los Consejos de administración de las empresas, igualdad en el reparto de tareas domésticas e incluso la prohibición de dedicarse exclusivamente a las tareas del hogar, la plena disponibilidad del cuerpo para abortar, o la criminalización de lo que llaman homofobia (o sea, de quien piense de modo distinto a la nueva ola de contracultura). En su delirante concepción utilitaria del mundo la gestación es para ellos una imposición de la sociedad patriarcal capitalista. Han sustituido así la lucha de clases por la lucha de sexos. Y para ello utilizan el lenguaje creativo de Derrida, con el fin de deconstruir las estructuras sociales (la familia, la maternidad, la propia sexualidad), e igualar a los miembros de la sociedad. Noexisten ya las diferencias de sexo sino de género. Mientras que la utopía marxista culmina con la sociedad sin clases, el feminismo radical aspira a una sociedad sin sexos, en la que sólo subsistan los géneros. Para Simone de Beauvoir la mujer no nace, se hace. La diferencia de sexos es una cuestión cultural, por lo que su auténtica emancipación e igualación se alcanzará mediante una transformación revolucionaria socialista que erradique el concepto tradicional de feminidad sustentado sobre la maternidad. Como contrapunto Jesús Trillo nos propone un neofeminismo que ensalce las virtudes y valores de la mujer y permita su plena participación social con las características diferenciales de su identidad femenina.

Laboriosa y documentadísima vivisección la que realiza este Abogado del Estado y patrono de la FAES en las entrañas de la ideología radical del neosocialismo. Con destreza forense podríamos casi tachar su labor de necrófila si no fuera porque Zapatero ha resucitado de entre los cascotes del marxismo una renovada visión del Estado Mundial de Huxley, sintetizada en la divisa fordiana «Comunidad, identidad, estabilidad». Esa identidad a la que alude el pensador polaco Zygmunt Bauman, se autorrealiza plenamente en una sociedad autónoma en la que los individuos autónomos disponen voluntariamente de su vida. En el ámbito social esa autonomía moral del hombre se manifiesta a través de la plena disposición del Estado sobre la vida y la muerte de sus miembros. No en vano, el artículo 20 del Estatuto catalán sienta las bases de la eutanasia.No cabe duda que la vejez es perjudicial para el Estado del Bienestar. El socialismo necesita hombres sanos y socialmente útiles. Huye como el protagonista de Houellebecq en La posibilidad de una isla de las servidumbres de la edad. La vida no vale nada; el hombre está inmerso en el eterno retorno nietzscheano, suspendido en la nada y consagrado a la muerte. Dios ha muerto. El superhombre nace de sus cenizas cual ave fénix.

El pragmatismo político de Felipe González y su pretendido individualismo de izquierdas abogaba por una «Europa de progreso», que se declaraba heredera de la Ilustración y tutelada por el Estado del Bienestar que a la postre acabaría quebrando bajo el peso del déficit y la burocratización de la sociedad. Ese proyecto hegemónico de izquierdas se ha visto superado por una nueva ideología orgánica surgida del XXXV Congreso del PSOE, en el año 2000, sustentada por movimientos feministas radicales, ecologistas, pacifistas, antiglobalización, etc., y que ambiciona crear un nuevo orden mundial. No optó el socialismo español por la tercera vía de Anthony Giddens, que tan buenos resultados leha dado a Tony Blair, y que postula la socialdemocracia modernizada y el reformismo, sino por un proyecto distinto, rupturista y radical. Todo ello bajo los falsos oropeles de un republicanismo, inspirado por la izquierda americana de Pettit o Barber, que somete al ágora pública la esfera de lo privado y ensalza los valores de la democracia deliberativa. Dialogar, dialogar, dialogar,... no importa sobre qué, no importa con qué fin, no importa con quién.

La Gestalt, o metodología de este nuevo neomarxismo, extrae sus ideales, según Félix Ovejero, portavoz del socialismo después del socialismo, en la igualdad radical -toda desigualdad no elegida libremente debe ser corregida por el Estado, incluidos los talentos naturales, el sexo, etc.-; la fraternidad o comunidad universal que permita el control de la producción y de las ganancias por los trabajadores; el autogobierno o ausencia de dominación y la autorrealización o búsqueda de la felicidad universal la no alienación marxista-.

La raíz de tal proyecto es en términos de Jesús Trillo: el «nihilismo constructivista». En este sentido se niega la posibilidad de conocer la verdad y la mera existencia del bien o el mal. Por boca de Zaratustra: Nada es verdad, todo está permitido. Este es el nihilismo al que según Nietzsche está abocado Europa. Será sobre ese vacío, sobre la nada, que surge el poder creativo, sustituyendo los viejos valores por los nuevos valores de la contracultura hedonista. El nuevo constructivismo no se asienta sobre realidad alguna, sino sobre la voluntad del poder. Los derechos fundamentales no son inherentes al hombre sino que nacen del consenso político. El Derecho Natural, en la concepción escolástica o romana, puede resultar igualmente constructivista y fruto del marco común, al que tantas veces nos hemos referido aquí, pero que duda cabe que la naturaleza de las cosas es una certeza aprehensible. La ley no debe por tanto ser ajena a la realidad natural o social, esta forma o metodología es sin duda propia de los totalitarismos y augura la muerte del hombre.

H.G. Wells reconocía cuatro estadios entre la fe y la incredulidad, el de los que creen en Dios; el de aquellos que dudan, los agnósticos; el de los que niegan, los ateos, que al menos dejan vacante el lugar; y por último, el de aquellos que han instaurado una Iglesia en el puesto de Dios. Es en el altar de esta nueva Iglesia de la izquierda radical española que pretenden sacrificarse los valores propios de las sociedades abiertas y democráticas para construir un mundo utópico, irreal, en el que todos vivan felices con el papel que el Estado le designe, narcotizados bajo los efectos del soma o de la nueva hipnopedia mediática y educativa de la benevolencia universal. Como nos sugiere Huxley en su profética novela: Ahora tenemos el estado mundial. Y las fiestas del día de Ford y los cantos de la comunidad, y los servicios de solidaridad. Todo el mundo pertenece a todo el mundo. Aterrador, ¿verdad?