domingo, mayo 21, 2006

El Imperio de los Dragones- Valerio Massimo Manfredi

Dicen que cuando el emperador Galieno, hijo de Valeriano, recibió la noticia de la derrota de su padre en Edesa, manifestó con satisfacción y adusta indiferencia: «Sabía muy bien, dijo, que era mortal mi padre, y puesto que se ha portado cual correspondía a su pundonor, me doy por satisfecho». Sobre el destino de Valeriano en tierras persas, tras su captura a orillas del Eufrates, a raíz probablemente de una traición, poco se sabe; quizás fue obligado a trabajos forzados en Susiana como afirman algunos. Nos cuenta Edward Gibbon en su obra magna Historia de la decadencia y ruina del Imperio romano que Sapor mostró una crueldad y ensañamiento sin parangón con la púrpura imperial. Al parecer, a su muerte, hacia el 260 d.C., su piel rellena de heno y configurada al natural se expuso en un templo persa a mayor gloria del victorioso rey sasánida.

El Imperio romano acosado por persas, alamanos, francos y godos se sumergió así en una crisis que le llevaría a un periodo de anarquía y conspiraciones castrenses que lo debilitarían irremediablemente. Años antes, en el 220 d.C., el Imperio chino se había dividido en tres reinos, Wei, Wu y Shu Han. Cao Pi, hijo del ilustre general y poeta Cao Cao, acabó con la dinastía Han y estableció la capital del reino de Wei en Luoyang, que más tarde caería fruto de una rebelión en manos del clan Sima. Durante la dinastía Han se construyó la Gran Muralla para frenar las invasiones de los fieros hunos y se revitalizó el comercio con Occidente a través de las rutas de la seda. Además,el legado de esta dinastía al mundo fue ingente: el papel, la porcelana, el compás y el primer sismógrafo, que consistía en una vasija ornamental con nueve dragones cada uno sosteniendo delicadamente una bola en sus mandíbulas. De este modo, las dos civilizaciones más poderosas y fascinantes del orbe se sumieron en el siglo III en una era de intrigas y conflictos internos.

Es en este azaroso marco histórico que el escritor italiano Valerio Massimo Manfredi ambienta su apasionante novela histórica El Imperio de los Dragones. A las puertas de Edesa, Valeriano es traicionado cuando se disponía a parlamentar con Sapor, apresado y encadenado junto con diez de sus hombres, que le acompañarán en su ominosa odisea hacia las minas de Aus Daiwa, donde perecerá, menoscabada su dignidad imperial, por efecto de la fatiga, los golpes y las penas.

Marco Metela Aquila, legado de la II Legión Augusta, y, ante todo, soldado de una valentía y lealtad inquebrantables, conseguirá mantener el coraje y la disciplina de sus hombres a pesar de los padecimientos y las ofensas soportadas compartiendo el destino de su emperador. Muerto éste, logran milagrosamente fugarse de las minas y atravesar las tierras persas gracias a la colaboración de un comerciante indio llamado Daruma. Convertidos en improvisados guardaespaldas de un príncipe chino, Dan Quing, seguirán los pasos de Alejandro Magno, quinientos años atrás, en una epopeya narrada por el gran polígrafo Jenofonte en su Anábasis.

Los hombres de Taqin Guo -el Imperio romano- se adentrarán en el Imperio de los Dragones armados con sus gladios y su virtus -el orgullo y honor de todo ciudadano romano-, que multiplicarásu energía frente a enemigos despiadados y veloces como el viento. La táctica militar romana y el valor frente a la fuerza del Tao y las artes marciales. Allí, revivirán las hazañas de la fantasmagórica Legión Perdida que, trescientos años antes que ellos, se aventurara en esta inhóspita tierra invocando la formación de la tortuga defensiva al grito de ¡Testudo!

Estos hombres se verán confrontados al choque cultural entre dos grandes civilizaciones contemporáneas en un mundo que, con la venia de Copérnico, se nos antojaba más redondo que el de hoy. Ese encuentro entre culturas se manifestaráen el carácter y acciones de los dos personajes centrales de la novela, Dan Quing y Metelo Aquila. Dos formas de pensar unidas, a pesar de las distancias, por las semejanzas incubadas por el ingenio del hombre y por las luces de la razón. El melódico canto de la filosofía grecorromana no se originó en una jaula de oro sino que recibió las influencias de Zoroastro. En su Historia, Heródoto nos enseñaque el milagro griego el que protagonizara la Ilustración presocrática- sólo fue posible merced al choque de culturas. No obstante, ni la doctrina del marco cerrado ni el relativismo multicultural explican los rasgos comunes de pueblos tan distantes. Sólo el anhelo de racionalidad del ser humano en todo tiempo y lugar se convierte en hilo rector de su conducta. Los ideales de justicia, igualdad ante la ley y libertad no son exclusivos de la cultura grecorromana. Confucio da así la mano al educador de Alejandro Magno, Aristóteles, y se adelanta a la defensa del tiranicidio que hará siglos después Juan de Mariana, afirmando que el mal gobierno contraría el orden natural y el viola el Mandato del Cielo. El gobernante que se conduce así pierde su legitimidad y puede ser depuesto por otro al que se otorgue ese mandato.

Magnífico relato, por tanto, el pergeñado por Massimo Manfredi, que consigue atraparnos con una interesante trama de tintes épicos y unos personajes que nos recuerdan a los semidioses de los cantos homéricos. Es quizála nostalgia del pasado lo que le lleva a incurrir en el romanticismo del ciudadanismo universalista, por lo que la cesta final, a pesar de contar con excelentes mimbres, sólo sirve para acarrear la misma miel que fluye sin cesar de los panales de la Edad de Oro. Es ese misticismo colectivista el que le sugiere que la degradación del espíritu de fraternidad y sometimiento al clan es una de las causas de la decadencia de la dinastía Han. Es el gran mito de Esparta que el «el héroe del Caos», Cao Cao, implantó en Wei con ayuda de los Turbantes Amarillos, movimiento inspirado en el Taoísmo de Lao Tse, que en el año 184 d.C. se rebeló bajo la bandera de la igualdad real y el reparto de tierras. Será esa rebelión campesina la que desencadene el final de la dinastía. No le falta razón, sin embargo, a Manfredi, cuando vislumbra las causas de la ruina del Imperio chino en la disolución del mos maiorum, que expresa el olvido (lethe) de los principios e ideas que sustentan una civilización. Se olvida así el autor, con su apología final del igualitarismo adánico, de lo principal:que la autoridad, como nos recuerda el Maestro Sun en El Arte de la Guerra, es una cuestión de inteligencia, honradez, humanidad, valor y severidad. Y que si los mandos son humanos y justos las tropas se identificarán de forma natural con sus intereses. Esa es la lección principal que Metelo Aquila, «el Águila soberbia», nos lega en el decurso de la novela. La falta de virtud de un sólo hombre o grupo de hombres puede corromper un sistema político, como advirtiera Aristóteles, degenerando una democracia en una insoportable demagogia. «Nihil novum sub sole», permítanme añadir. Por ello, cuando la civilización zozobra ante un falso guía mesiánico y los enemigos se aprestan a recoger los restos del naufragio, sólo cabe emular a Metelo al grito de ¡Testudo!